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Amancio Ortega y la bancarrota ideológica de Podemos
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Juan Carlos Barba

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Amancio Ortega y la bancarrota ideológica de Podemos

Podemos ha mutado de un partido que parecía proponer un cambio de régimen hacia uno cuya aceptación de los fundamentos de nuestro sistema político es casi total

Foto: Pablo Iglesias, líder de la formación morada. (EFE)
Pablo Iglesias, líder de la formación morada. (EFE)

Parece mentira que una licenciada en Filosofía y máster en economía internacional como Isabel Serra haya desencadenado el último episodio que demuestra la impresionante espiral autodestructiva en que ha entrado Podemos. Realizando la autopsia de lo ocurrido, destaca especialmente la contradicción en que entró Serra, en primer lugar con la propia línea estratégica de su partido. Podemos ha mutado de un partido que en sus orígenes parecía dudar entre un concepto más estricto de la virtud cívica, con algunos retazos aristotélicos en que esta virtud se convertía en la base de una propuesta de cambio de régimen, hacia un partido cuya aceptación de los fundamentos que rigen nuestro sistema político es casi total. Baste recordar a Pablo Iglesias, durante la campaña del 28-A, esgrimiendo la Constitución del 78 como si fuera Moisés con las tablas de la ley.

Es evidente que Podemos a día de hoy no es sino una formación débilmente reformista, que elude el enfrentamiento con las élites corruptas que manipulan nuestro sistema democrático y que solo aspira a obtener su permiso para suavizar algo las peores consecuencias de nuestro modelo de convivencia social y de gobierno. Es por ello tan extraño este ataque que lanzó la candidata a la Comunidad de Madrid por Podemos, Isabel Serra, sobre Amancio Ortega. Las críticas sobre Ortega se centraron en el aprovechamiento que, en mayor o menor medida, hace su enorme negocio multinacional de las ventajas que ofrece la legislación española, europea e internacional para reducir la factura fiscal, aunque luego la polémica derivó hacia el carácter explotador de la mano de obra barata, antes sobre todo en Galicia y ahora en países pobres, de las empresas de Ortega.

Foto: La candidata de Podemos a la Comunidad de Madrid. (EFE)

Los ataques sobre Ortega los califico de extraños por dos razones. La primera es la incoherencia con el discurso de Podemos. Es a todas luces injusto que grandes empresas como el Grupo Inditex disfruten de mejores oportunidades para pagar menos impuestos que el resto de empresas, pero exigir a Ortega que renuncie voluntariamente a cualquiera de estas ventajas resulta absurdo. Es como si pidiéramos a Iglesias, situado por su renta en los tramos más altos del IRPF, que renunciara a las rebajas fiscales legisladas por el PP en 2015 e ingresara voluntariamente más dinero de aquel al que tiene obligación. Obviamente un sinsentido.

El tema se pondría todavía peor para Serra y Podemos si resultara que el informe en que se basa el ataque no fuera exacto, algo que no está muy claro, ya que hay un comunicado de Inditex que lo desmiente. En ese caso, resultaría que Ortega sí que estaría renunciando de forma voluntaria a utilizar de la forma más agresiva la ingeniería fiscal que la legislación le permite. Aunque, en todo caso, repito, aunque la utilizara tampoco resultaría trascendente en lo que atañe a la argumentación en este punto, como tampoco lo es el que realice donaciones multimillonarias. Esto solo demostraría que Ortega es más virtuoso de lo que obligatoriamente debe ser, algo de lo que hablaré más adelante.

Respecto al calificativo de explotadoras de sus empresas hacia los trabajadores de países pobres no cabe duda, una vez más, de que la situación de los trabajadores donde suelen situarse los grandes talleres textiles del mundo es mucho peor que la de los trabajadores de los países ricos, y de que esta situación contradice el sentido que muchos tenemos de justicia, pero una vez más culpar a Ortega de utilizar las ventajas que ofrece el mundo globalizado para producir más barato parece poco razonable, ya que esta es la única consecuencia esperable de la organización actual de la economía mundial y de la legislación internacional.

Ni ella ni su propia formación política postulan alternativas para salir de este laberinto de injusticia en que está metido el mundo actual

Es más, no parece posible que ninguna gran empresa textil pudiera sobrevivir sin hacer esto, al igual que ocurre en muchos otros sectores de la economía. Pero la extrañeza que genera la actitud de Serra no termina aquí, ya que ni ella ni su propia formación política postulan alternativas para salir de este laberinto de injusticia en que está metido el mundo actual. Posiblemente sea porque España es integrante en pleno de todos los acuerdos y organismos supranacionales que sustentan el 'statu quo' mundial, y proponer la salida de este estado de cosas tiene consecuencias tan importantes que ni remotamente se lo plantean.

Recordemos que detrás de la globalización o de la teoría subyacente en el consenso de Washington está la idea liberal, en la línea de la 'fábula de las abejas' de Mandeville, en que el vicio privado hace la virtud pública, y la mano invisible guía a la sociedad humana hacia un panglosiano mejor de los mundos posibles. Y si Podemos no propone un modelo basado en otro tipo de organización social, al no cuestionar ni el concepto de justicia y convivencia del régimen del 78, ni su participación activa en un orden internacional que comparte estos principios, ¿cómo puede exigir a un ciudadano particular como Ortega que sí lo haga? Por ello se entiende aún menos que todo el partido haya salido en tromba a apoyar a Serra, en una contradicción de discurso casi esquizofrénica. Solo se puede entender como una vuelta de tuerca más a un populismo que alcanza con ello tintes casi histéricos.

Los votantes se han encargado de demostrarles en las urnas que están profundamente equivocados

Pero este populismo realmente lo que camufla es una desconfianza enorme hacia la sabiduría del ciudadano común, que debería ser por tanto conducido hacia las decisiones 'correctas'. Es decir, una ruptura con los principios que rigen el ideal democrático. O dicho de otro modo, que han tomado a los ciudadanos por imbéciles. Por fortuna para los que creemos en la democracia y en el ideal republicano, los votantes se han encargado de demostrarles en las urnas que están profundamente equivocados.

Esto nos lleva a la segunda razón por la que el ataque contra Ortega despierta extrañeza, y es la propia idiosincrasia de este multimillonario, y en este punto sí que interesa hablar de la utilización que Ortega hace del inmenso poder que le confiere su gigantesca fortuna personal. Me comentaba hace unos días un amigo sobre su asistencia a lo que él llamaba "pequeño Bildelberg español", una reunión de altos directivos, muchos de ellos en el Ibex 35, que se celebró hace unos días en una ciudad española, fuera del foco de los medios. Los ejes del discurso rotaron en torno a la preocupación por el aumento de la desigualdad y la inestabilidad social que sobrevendría en consecuencia, todo ello agravándose en el marco de una nueva crisis económica.

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Estos directivos pertenecen en su mayoría a empresas con fuerte dominio de los mercados y que actúan como extractoras de rentas. Conscientes de que esa desigualdad es causada en buena medida por ellos mismos pero obviamente sin ninguna intención de cambiar esto, las conversaciones fluyeron en la dirección de cómo influir aún más eficazmente en los medios con el fin de anestesiar a la población con interpretaciones sesgadas de la realidad y en la de cómo aumentar la influencia en los partidos políticos.

Otro punto interesante fue la preocupación sobre el surgimiento de un partido de masas auténticamente de izquierdas y las estrategias a seguir para neutralizarlo en caso de que esto ocurriera. Ojo, que estamos hablando de personas cuya fortuna y poder es mucho menor que los de Ortega, lo que pone de manifiesto el que muchos pensamos que es el principal problema del régimen del 78 pero que ni mucho menos es un problema restringido a la democracia española.

Este problema es el temor que manifestó el filósofo liberal John Rawls cuando habló del peligro de que hasta las instituciones políticas mejor diseñadas acabaran “en manos de quienes se proponen dominar e imponer su voluntad a través del aparato del Estado”. Los mecanismos detallados de cómo se articula este dominio los expone de forma exhaustiva el sociólogo español Andrés Villena en su reciente ensayo 'Las redes de poder en España', libro apasionante y de lectura obligatoria para cualquiera interesado en estos temas.

El error es tan de bulto que uno se pregunta si Serra y Podemos lo que buscaban era desviar el discurso

Viendo cómo actúan buena parte de los multimillonarios en España, influyendo en los partidos políticos, en los medios de comunicación, corrompiendo políticos, desviando partidas del presupuesto público hacia aquello que más les interesa, impulsando cambios legislativos destinados exclusivamente a beneficiar a sus empresas, es decir, destruyendo el libre mercado y vaciando de contenido la democracia, uno se pregunta si realmente era Ortega, del que no se conoce ninguna iniciativa en este sentido, el objetivo preferente para dirigir un ataque por parte de Podemos. Es obvio que no, y el error es tan de bulto que uno se pregunta a su vez si Serra y Podemos lo que buscaban era desviar el discurso hacia objetivos que, como Ortega, no forman parte de la columna vertebral de un régimen político injusto del cual, lamentablemente, ya son parte integrante.

Parece mentira que una licenciada en Filosofía y máster en economía internacional como Isabel Serra haya desencadenado el último episodio que demuestra la impresionante espiral autodestructiva en que ha entrado Podemos. Realizando la autopsia de lo ocurrido, destaca especialmente la contradicción en que entró Serra, en primer lugar con la propia línea estratégica de su partido. Podemos ha mutado de un partido que en sus orígenes parecía dudar entre un concepto más estricto de la virtud cívica, con algunos retazos aristotélicos en que esta virtud se convertía en la base de una propuesta de cambio de régimen, hacia un partido cuya aceptación de los fundamentos que rigen nuestro sistema político es casi total. Baste recordar a Pablo Iglesias, durante la campaña del 28-A, esgrimiendo la Constitución del 78 como si fuera Moisés con las tablas de la ley.

Amancio Ortega Ibex 35