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¿Por qué Grecia nos contagia? Desmontando la versión oficial
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Álvaro Anchuelo

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¿Por qué Grecia nos contagia? Desmontando la versión oficial

Grecia no puede repagar su deuda pública. Los números hablan por sí solos. La cifra que debe el gobierno griego equivale a un 158% del PIB

Grecia no puede repagar su deuda pública. Los números hablan por sí solos. La cifra que debe el gobierno griego equivale a un 158% del PIB del país. Por si esto fuera poco, el tipo de interés de los bonos a 10 años ha alcanzado un astronómico 17%. Hace tiempo que la inmensa mayoría de los economistas independientes viene avisando de que tal combinación es necesariamente letal. Sin embargo, los gobiernos europeos han preferido no darse por enterados de la realidad hasta chocarse con ella, algo que parece ser el nuevo estilo de gobernar no sólo en España, sino también en el resto de Europa e incluso en los Estados Unidos.

El plan A para hacer frente a los problemas griegos consistió en que los socios europeos concediesen nuevos préstamos a tipos de interés inferiores a los del mercado, para así ganar tiempo e intentar que el deudor pagase. Con tal fin, dichos préstamos han estado condicionados a que Grecia tomase drásticas medidas de recorte del gasto público y aumento de la recaudación impositiva. Como buena parte de la profesión económica también advirtió, esa estrategia conducía inexorablemente a un callejón sin salida.

Las medidas de ajuste afectarían a la producción, lo que dificultaría aumentar la recaudación y reducir el gasto público. Esto es exactamente lo que ha sucedido. El intento griego practicar la virtud y cumplir las medidas impuestas ha sumido a la economía helena en una fuerte recesión (la producción cae un 4,1%) y el déficit público sigue siendo elevado (equivale al 8,4% del PIB). Por tanto, el plan A ha fracasado rotundamente. Además, las tensiones sociales que ha generado no permiten avanzar mucho más en la dirección de exprimir al deudor para ver si paga lo que debe.

Si el plan A falla (si el deudor no puede pagar) sólo quedan dos posibilidades: que los que le prestaron asuman las pérdidas o que alguien pague lo debido en lugar del deudor. Llamemos a estos dos escenarios el plan B y el plan C. El plan B parece el más natural. Si alguien presta a interés, sabe que está asumiendo un riesgo de impago. Es cierto que, hasta hace poco, resultaba impensable que tal cosa pudiera suceder con la deuda soberana de un país europeo, pero mala suerte.

El problema reside en que esos acreedores son en buena parte bancos (muchos de ellos alemanes y franceses), que ya están en una situación precaria por otros motivos. Sólo les falta que ahora falle lo que han invertido en deuda soberana. Por eso, los últimos tests de stress siguen sin incorporar los escenarios más duros de un impago soberano. La identidad de los acreedores es una de las razones de la generosidad alemana a la hora de extender nuevos préstamos a Grecia. No obstante, es difícil que los dueños de la deuda problemática no se vean afectados de alguna manera.

La última idea es que participen de forma “voluntaria” y, para no perder todo, acepten perder parte de los préstamos (alargando los plazos, reduciendo los intereses, renunciando a parte del principal, o combinando todas estas cosas). Incluso esta participación privada “voluntaria” tendría sus dificultades, pues constituye realmente un impago y así podrían reflejarlo las agencias de rating. La bajada de la calificación dificultaría al Banco Central Europeo aceptar como garantía los títulos griegos en sus operaciones.

Lo que es más grave: si las pérdidas privadas son cuantiosas, puede desatarse el pánico y otros países (Irlanda, Portugal, España e Italia) se contagiarían. Pues ¿si Grecia no paga y no es rescatada, que impide que suceda lo mismo con los demás, algunos de los cuáles son encima economías demasiado grandes para ser rescatadas y que deben cantidades absolutas mucho mayores?

El escenario C intentaría evitar el B, total o parcialmente. Consistiría en que el resto de gobiernos europeos pagase en lugar de Grecia. Los mecanismos concretos pueden ser varios (transferencias, eurobonos…) pero la filosofía es la misma. Esto evitaría el pánico financiero y el contagio. Sería además un desarrollo lógico en el proceso de integración entre países que comparten moneda. Sólo tiene un pequeño inconveniente: no les parece tan buena idea a los contribuyentes de los países que acudirían al rescate, especialmente a los alemanes.

No obstante, si no se avanza con cierta generosidad y altura de miras en esa dirección, el proyecto de integración europea puede verse seriamente amenazado. Alemania no debería olvidar las múltiples ventajas que obtiene de ese proyecto: Europa es el principal mercado para sus exportaciones y quien le da peso político en el mundo como líder de la Unión. Mañana saldremos de dudas. Ojalá que esta vez la respuesta esté a la altura de los desafíos, porque ya no queda margen para más errores.

Contada esta historia europea, ya oigo a los cada vez más escasos partidarios del zapaterismo (hasta El País reniega ahora de él) clamar: “¡lo que nosotros decíamos! Estamos ante problemas internacionales que injustamente nos afectan”. Lamento seguir discrepando. Los problemas internacionales existen, indudablemente. Pero las excusas oficiales para eludir unas no menos evidentes responsabilidades resultan patéticas. Repasemos las interpretaciones más habituales de lo que está sucediendo.

1- La culpa es de las agencias de rating por sus malvadas calificaciones.

Es cierto que las agencias de rating no son perfectas. Funcionan como un oligopolio, con escasa competencia. Padecen conflictos de intereses, dado que a menudo asesoran a los emisores en el diseño de los títulos que después van a juzgar. No siempre tienen equipos de alto nivel en los países que evalúan. Todo eso es verdad. Pero también lo es que son simples agencias privadas que emiten una opinión. Si esas recomendaciones fuesen absurdas, nadie las haría caso. No tiene sentido matar al mensajero. Las agencias están señalando unos problemas que son reales.

2- La culpa es de los mercados financieros internacionales.

Los mercados internacionales no son nadie concreto ni están ningún sitio. Este es el nombre que damos a la infinidad de agentes (bancos, aseguradoras, fondos de pensiones, simples individuos…) que compran y venden todo tipo de activos por los motivos más variados. En el caso que nos ocupa, esos “mercados internacionales” son simplemente nuestros acreedores, que nos han prestado mucho y no quieren seguir prestándonos más porque no se fían. Revolverse contra ellos como causantes de nuestros problemas es como si una familia en apuros echase la culpa de no poder mantener su tren de vida al que le prestó y no quiere seguir haciéndolo.

3- La culpa es de los especuladores.

Se trata de una variante de la excusa anterior. Algunos de los participantes en los mercados financieros internacionales son, en efecto, especuladores que arriesgan su dinero en ciertas apuestas. Pero ¿por qué atacan a unos países y a otros no? Atacan a los que están en mala situación y porque ven perspectivas de ganancia. No tienen nada particular contra España. No forman parte de ninguna conjura internacional. Por otro lado, si se equivocan en sus apuestas pierden.

4- Pues la culpa será “del cha, cha, cha”, pero en cualquier caso no es nuestra, pues la deuda pública española es muy pequeña.

Es cierto que la deuda pública española está por debajo de la media de la Unión Europea. Equivale al 65% del PIB, lejos del 100% de Portugal, del 111% de Irlanda y del 120% de Italia. Pero habría que formular la pregunta al revés. ¿Por qué, siendo nuestra deuda relativamente baja, no nos quieren seguir prestando? Volviendo a las metáforas, es como si una persona sin empleo se asombrase de que no le quieran seguir dando préstamos, pese a que su deuda es baja, mientras que al vecino futbolista, altamente endeudado, sí que le quieren prestar más.

Por último, si las anteriores no son las verdaderas causas de los problemas de financiación internacional que España sufre, ¿cuáles son? No se trata de ningún secreto. Organismos internacionales, analistas de todo tipo, las propias agencias de rating, son unánimes desde hace tiempo. En primer lugar, apuntan a las dudas sobre el agujero en los balances de las cajas de ahorro, debido a los préstamos relacionados con el sector inmobiliario. En segundo lugar, al excesivo gasto público autonómico, descoordinado con el del resto de niveles de la administración. En tercer lugar, a la falta de reformas estructurales (laboral, energética, educativa…) que permitan mejorar la competitividad y las perspectivas de crecimiento.

Nótese que en todos estos puntos las responsabilidades políticas internas son evidentes, tanto del PSOE como del PP y de los partidos nacionalistas. Entre todos han llevado a las cajas a su actual situación, supeditando después el sanearlas y reformarlas al mantenimiento de su control. Entre todos han desvirtuado el modelo autonómico previsto en la Constitución, hasta crear 17 costosos mini-estados, y en ello siguen. Entre todos han pospuesto cualquier reforma de calado.

Entre todos han gestado la crisis política que se superpone a la económica. Los problemas internacionales nos afectan con mayor gravedad debido a nuestros propios y persistentes errores. Viéndolo por el lado positivo, esto quiere decir que también podemos hacer cosas que dependen de nosotros para contribuir a que esta pesadilla termine. No se trata tan sólo de cruzar los dedos y esperar (aunque, llegados a este punto, también eso convenga).

Grecia no puede repagar su deuda pública. Los números hablan por sí solos. La cifra que debe el gobierno griego equivale a un 158% del PIB del país. Por si esto fuera poco, el tipo de interés de los bonos a 10 años ha alcanzado un astronómico 17%. Hace tiempo que la inmensa mayoría de los economistas independientes viene avisando de que tal combinación es necesariamente letal. Sin embargo, los gobiernos europeos han preferido no darse por enterados de la realidad hasta chocarse con ella, algo que parece ser el nuevo estilo de gobernar no sólo en España, sino también en el resto de Europa e incluso en los Estados Unidos.