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La Unión Europea Juega a la ruleta rusa
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Álvaro Anchuelo

Hablando Claro

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La Unión Europea Juega a la ruleta rusa

Hoy se puede estar decidiendo el futuro de Europa. Esta situación, impensable hace pocos años, podría haberse evitado. No obstante, perseverando en la falta de liderazgo,

Hoy se puede estar decidiendo el futuro de Europa. Esta situación, impensable hace pocos años, podría haberse evitado. No obstante, perseverando en la falta de liderazgo, las mezquindades nacionalistas y las soluciones insuficientes, finalmente los líderes europeos lo han conseguido. Los problemas no resueltos han ido complicándose y su solución encareciéndose.

Cuando escribo estas líneas, el día previo a la cumbre, todavía no se conocen los detalles del acuerdo (si se alcanza). Pero los grandes rasgos que tendría parecen estar claros. La solución propuesta constaría de tres partes: una reducción sustancial de la deuda pública griega, un reforzamiento del fondo que intenta evitar el contagio a otras deudas soberanas y una nueva recapitalización de la banca europea.

Grecia ha sido el pecado original del euro. Es algo sabido que no debió entrar en la Unión Monetaria, pues sólo cumplió los criterios de Maastricht mediante la “contabilidad creativa” (un viejo vicio de las autoridades de ese país, consentido por el resto de socios). Cuando el problema griego estalló, con la llegada de la crisis, habría sido posible controlarlo con facilidad. Al fin y al cabo, la economía griega supone sólo el 2% del PIB europeo. Era posible respaldar la deuda griega sin límites (lo que probablemente habría detenido el contagio hacia otras). También era posible tratarla como un caso excepcional y realizar una quita únicamente allí. Se prefirió adoptar plan tras plan, que no hacían ni lo uno ni lo otro, pese a saber que no podían terminar bien (). Ahora, ha llegado lo inevitable: la economía griega está en fuerte recesión por las medidas de ajuste y la deuda sigue creciendo sin control. La quita voluntaria previa del 21% no basta. En consecuencia, va a aplicarse una más sustancial, de al menos el 50%. Tendrá lugar así un impago de deuda pública europea.

La medida anterior, pese a constituir el reconocimiento de un fracaso, puede al menos solucionar de forma definitiva el problema griego. ¡Qué pena que Grecia hoy sólo sea ya un asunto secundario! Con el paso del tiempo, las dudas sobre la deuda soberana han ido extendiéndose, hasta contagiar a algunas grandes economías de la zona del euro (como Italia y España). De ahí la necesidad del segundo componente del paquete anti-crisis europeo: el fortalecimiento del Fondo Europeo de Estabilidad Financiera hasta unas cifras que le permitan respaldar creíblemente la deuda pública de estos países, que pasará a estar más amenazada tras el precedente del impago griego.

Por ello, la capacidad de fondo se elevará de los 440 000 millones actuales hasta alrededor del billón de euros. La dificultad estriba, y no deja de ser significativo, en que se quiere alcanzar dicho objetivo sin poner más dinero público alemán en el fondo, mediante ingeniosos mecanismos financieros. La primera idea, propuesta por Francia, era que el BCE emitiese los euros necesarios, lo que ya se ha descartado ante la rotunda negativa alemana. Berlín propone, y probablemente consiga, que el Fondo funcione como una especie de seguro, que garantice hasta un determinado porcentaje (se habla del 30%) las posibles pérdidas por la tenencia de deuda pública de los países asegurados. Se espera así tranquilizar a los compradores. La última opción contemplada consiste en transformar el Fondo en un vehículo de inversión, en el que pueda participar también el capital privado (por ejemplo chino o de fondos soberanos) y en el que los recursos públicos harían frente primero a las pérdidas de los posibles impagos. Todo muy ingenioso, pero queda clara la negativa alemana y del resto de países sin problemas a poner más dinero sobre la mesa para respaldar a sus socios en apuros.

Llegamos al tercer eslabón en la cadena de causalidad de la crisis y a la parte del programa que se enfrenta a él. Se trata del problema potencialmente más devastador. La banca europea todavía no ha digerido en muchos países, como el nuestro, la crisis inmobiliaria. Ahora se le echa encima una inesperada, y no menos grave, crisis de deuda soberana. No sólo van a resultar fallidos préstamos concedidos a los promotores, constructores e hipotecados, sino también los otorgados a algunos gobiernos mediante la compra de su deuda. Esto después de unos stress tests ridículos, que únicamente han servido para generar más desconfianza. La idea es, una vez más, aumentar el capital como garantía de que se podrán absorber las posibles pérdidas. El capital lo buscarán, en primer lugar, en los mercados (donde es improbable que lo encuentren las entidades más dañadas). La segunda opción es la recapitalización pública con recursos del propio país (pero los gobiernos con una crisis de la deuda no están en condiciones de rescatar a los bancos que ellos mismos están hundiendo). El último recurso es acudir al FEEF (pero no está claro que este Fondo baste para respaldar a los gobiernos y, además, a los bancos). Más allá, sólo quedaría una intervención ilimitada del BCE como alternativa al caos.

Dadas las cantidades de deuda pública en los balances bancarios y el efecto multiplicador de los CDS (seguros sobre impagos) las pérdidas potenciales en los escenarios más adversos dan miedo y el efecto contagio podría tener dimensiones mundiales. Esperemos que, cuando los líderes europeos aprieten hoy el gatillo, no haya ninguna bala alojada en la recámara.

Hoy se puede estar decidiendo el futuro de Europa. Esta situación, impensable hace pocos años, podría haberse evitado. No obstante, perseverando en la falta de liderazgo, las mezquindades nacionalistas y las soluciones insuficientes, finalmente los líderes europeos lo han conseguido. Los problemas no resueltos han ido complicándose y su solución encareciéndose.