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España tiene que convencer a Europa de que está dispuesta a volar el chiringuito con ella dentro
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José Ignacio Bescós

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José Ignacio Bescós

España tiene que convencer a Europa de que está dispuesta a volar el chiringuito con ella dentro

Vaya por delante que en esto de buscar culpables de nuestro predicamento uno no está ni con el pecado original del santo Sherman ni con la

Vaya por delante que en esto de buscar culpables de nuestro predicamento uno no está ni con el pecado original del santo Sherman ni con la absolución general del papa Krugman. Ni entre todas la mataron, ni ella sola se murió, faltaría más, que han sido muchos y desde hace tiempo los que han puesto el artículo en el cielo avisando de lo que se nos venía encima.  Lo que ocurre es que, como de costumbre, no estamos a lo que estamos.

Vamos a ver, ¿no habíamos quedado en que si debes un millón tienes un problema, pero cuando le debes cien el problema es del banco?  Pues resulta que no son cien millones, sino algo, mucho, muchísimo más; tanto que, gracias a nuestras deudas, ahora sí que somos protagonistas de la construcción europea (¡felicidades, Presidente!).  O de la destrucción, según se mire.  Para muestra, un gráfico.

El caso es que si España se hunde, los bancos franceses y alemanes se ahogan.  ¿Cabe pensar en una mejor posición desde la que negociar?  Dame pan y llámame PIG, digo yo.  Esto parece que lo han entendido bien los americanos, tan pecadores como nosotros pero mucho más contentos de haberse conocido.  Ellos son capaces de ladrarle a los chinos, su gran acreedor, sabiendo que el penoso efecto de un gruñido en mandarín sobre los 755.000 millones de dólares en bonos del gobierno americano que aún poseen ata sus hacendosas manos. O sea, que los americanos los tienen cogidos por los tsetungos hasta nueva orden.

Así pues, ¿a qué viene tanto golpe de pecho y tanto propósito de enmienda?  ¡Eso tenía que haberse pensado antes, almas de cántaro!  Cuando entramos en el euro, tal vez, poniendo en práctica una política fiscal que compensara el chute monetario de tener unos tipos anormalmente bajos, en lugar de inflarse de balón y jugar a ser más lafferistas que Laffer.  O en 2003, cuando oposición y afines atacaron “el déficit social” asociado al superávit presupuestario y se prometieron no repetirlo.  O hace un año, cuando ya se hablaba de ponerse corto de España como una operación a balón parado.  Ahora no.  Ahora ya no vale de nada decir que vamos a apretarnos el cinturón.  Como bien dejó sentado un hombre llamado Jacks, sólo podemos adelgazar el déficit si nos sometemos a la dieta de las ciento cincuenta calorías.  Pero entonces palmamos. 

Desengañémonos, ni es sano ni es realista.  No estamos por la labor de purgar nuestros excesos con remedios de caballo.  No habría gran acuerdo ni aunque mediase el severo rey de bastos, y no el de corazones.  Así que centrémonos en lo que es posible.  Y lo posible es acongojar lo suficiente a los alemanes como para que suelten la mosca que haga este marrón algo más digerible. Mientras el detonador esté en nuestras manos, y dejará de estarlo el día que el mercado mueva el foco a, por ejemplo, la previsible bancarrota californiana, hay que convencerles de que somos unos talibanes económicos, capaces de hacer volar el eurochiringo con nosotros dentro. No debe de ser muy difícil, dados nuestros antecedentes inmediatos. 

Para ello es fundamental que abandonemos la retórica virtuosa y continuemos en la línea que nos ha hecho en los últimos años ser el asombro del mundo (¡más felicidades, Presidente!).  En ese sentido, es un acierto eso de crear un triunvirato ministerial con la no seductora Salgado, el imaginativo Sebastián y Blanco, develador de conspiraciones y azote de mercados.  Si con esto los alemanes no se ponen nerviositos perdidos, no sé con qué lo harán.  Es lo único posible, pero es que el trío, por serlo, queda como poco paritario (de “paridad”, que no de “parida”).  ¿Qué tal incluir a doña Bibiana, que ha demostrado su capacidad de estimular la economía o lo que sea con el lanzamiento de su propio Plan G?  ¡Ah, y no se olviden de encerrar a Campa en un armario! Es un tipo demasiado capaz para lo que nos conviene.  Prolonguemos, pues, esta patochada hasta que los eurorricos nos den la madera que necesitamos. Y a vivir, que son cuatro días.

Vaya por delante que en esto de buscar culpables de nuestro predicamento uno no está ni con el pecado original del santo Sherman ni con la absolución general del papa Krugman. Ni entre todas la mataron, ni ella sola se murió, faltaría más, que han sido muchos y desde hace tiempo los que han puesto el artículo en el cielo avisando de lo que se nos venía encima.  Lo que ocurre es que, como de costumbre, no estamos a lo que estamos.