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Nick Clegg y los votantes voladores
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José Ignacio Bescós

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José Ignacio Bescós

Nick Clegg y los votantes voladores

Salió vivo Clegg del segundo debate electoral. Los medios dejan de presentarlo como flor de un día.  Bravo por los libdems, cuyo reciente tirón en las encuestas

Salió vivo Clegg del segundo debate electoral. Los medios dejan de presentarlo como flor de un día.  Bravo por los libdems, cuyo reciente tirón en las encuestas sobre intención de voto de cara a las generales de mayo en Gran Bretaña tiene bastante mérito, pues las reglas de juego no les favorecen.

 

Temerosas de la inacción y hasta del caos que tiende a provocar la atomización de fuerzas políticas, de la que la Italia fue desgraciado ejemplo ayer y mañana puede serlo Cataluña, la mayor parte de las democracias occidentales optaron en su día por un sistema bipartidista. Así, leyes electorales que miman al grande introdujeron un elemento de economías de escala que se vio reforzado por las estructuras clientelares (empresas dependientes del dinero público, medios afines, sindicatos...) inherentes al ejercicio del poder. La única posibilidad de cambio en esas condiciones de oligopolio consentido, cuando no de cártel, es la alternancia entre los dos grandes.

Por supuesto, suele haber un tercero en discordia, cuya única estrategia de marketing posible es la de hacer de necesidad virtud. Estos partidos presentan como gran activo su falta de mácula, derivada no de una inusitada resistencia a las tentaciones del poder, sino a la forzosa virginidad de quien se sabe lejos de ese poder que ansía tanto como cualquiera. Víctimas propiciatorias del voto útil. Muchos de sus votantes potenciales aparcarán las ilusiones de cambio para optar por el menor de los dos grandes males. Como patos en formación, el riesgo de encontrarse fuera del abrigo de la bandada hará que el ciudadano evite desvíos estériles. A menos que tenga la percepción de que un número suficiente de compatriotas está dispuesto a cambiar de rumbo. Y entonces bastará un acontecimiento pequeño, una señal, un tipping point, para que se produzca lo impensable.

Objetivamente, el desempeño del candidato de los liberales demócratas en el primer debate televisado fue bueno, aunque no tanto como se ha querido presentar después.  De hecho, se dice que el propio Clegg pensó en un primer momento que había desaprovechado una buena oportunidad de ganar algo de cuota a costa de laboristas y conservadores. No fue para tanto, y sin embargo fue suficiente para provocar el cambio más espectacular en el panorama político británico en la historia reciente del país. 

Es posible que a la postre el fenómeno Clegg no resulte más determinante que el fenómeno Dean en los Estados Unidos. En todo caso, ni aun ganando las elecciones por porcentaje de voto pueden los liberaldemócratas soñar con ocupar el asiento del conductor. No obstante, al menos servirá para mostrar como en un mundo de twitters, blogs y encuestas diarias, esas señales que el inseguro partidario del cambio busca se ven amplificadas y multiplicadas. El comportamiento de la colectividad se vuelve mutable, impredecible. La disciplina de los patos deja lugar a los bailes en el cielo de un fluido negro hecho de estorninos.

Esta hiperinterconectividad nos hace más móviles, pero probablemente no más listos. Atendiendo a los criterios que para Surowiecki determinan si una colectividad es sabia, lo que hemos ganado en agregación y descentralización del proceso de decisión lo hemos perdido, más que sobradamente, en diversidad de opinión e independencia.  Esto es algo que a algunos políticos torpes les explota en la cara, pero que algunas empresas avezadas explotan en la cara de sus competidores. Modélica es, por ejemplo, la manera en que Apple ha sido capaz, con la ayuda de unos medios online que saben que el cobro de contenidos en el iPad es su tabla de salvación, de bajar ese punto de ebullición, de proveer de señales a sus tecnoestorninos.

Y es algo que los pájaros de mercado conocen bien. Porque, a estas alturas de CNBC, Jim Cramer y Cotizalia, ¿alguien es capaz de formarse una opinión independiente, tan ocupados como estamos de mirar hacia dónde van los pajaritos que nos rodean? Y esa opinión independiente, ¿cuán y para quién es rentable? Cuando no se es halcón enterado ni value trader de altura, con el tiempo, la profundidad de bolsillos y la paciencia suficientes para esperar a que el viento vuelva a soplar por dónde debe, cuando se es estornino, a lo mejor vale más estar atento a las señales en el cielo y al capricho de los congéneres. Y jugársela más bien poco. Sobre todo cuando nos encontramos en un punto de máximo apetito inversor y mínima volatilidad esperada.

Buena semana a todos, y tengan cuidado ahí fuera.

Salió vivo Clegg del segundo debate electoral. Los medios dejan de presentarlo como flor de un día.  Bravo por los libdems, cuyo reciente tirón en las encuestas sobre intención de voto de cara a las generales de mayo en Gran Bretaña tiene bastante mérito, pues las reglas de juego no les favorecen.