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El recorte fiscal alemán, todo un planazo
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José Ignacio Bescós

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José Ignacio Bescós

El recorte fiscal alemán, todo un planazo

Ea, ea, ea... Que Krugman se enfade no es nada fuera de lo común. En su rol de sumo pontífice de la Iglesia de los Neokeynesianos del Perpetuo

Ea, ea, ea... Que Krugman se enfade no es nada fuera de lo común. En su rol de sumo pontífice de la Iglesia de los Neokeynesianos del Perpetuo Socorro, nos ha acostumbrado a sus jeremiadas. Pródigo en la queja, suele pasarse de frenada, como en aquella defensa de Edwards, el candidato demócrata al que comparaba con Roosevelt y que tres años después es el político más odiado de todos los tiempos. Eso cuando la crítica no esconde el ventajismo de quien busca cubrirse las espaldas ante el posible fracaso de las políticas que uno mismo ha impulsado (véanse sus argumentos diabólicos sobre cómo si el estímulo fiscal en EEUU falla no va a ser porque la receta es equivocada, sino porque la dosis no va a ser suficiente alta).

Tan acostumbrados estamos a los sermones sesgados del Nobel guay que han dejado de llamar la atención del personal. Dicho esto, y sin que sirva de precedente, creo que en la penúltima homilía lleva su parte de razón. En ella se hace cruces (es un decir) el bueno (es un decir) de Paul viendo la carrera de recortes presupuestarios emprendida en Europa. No hace distingos, pero cabe suponer que sus iras no se centran en la pobre periferia. Ya nos gustaría a nosotros poder jugar a estimular la economía a lo Keynes. Desgraciadamente, esa bala ya la disparamos (nos la disparamos en un pie con el infausto Plan E). Ahora, como no somos EEUU, aunque mirando a los déficits gemelos lo parecemos, como no gozamos de una moneda con carácter de reserva universal ni nos dejan acceso a la máquina de imprimir billetes, toca ajustarse el cinturón sí o sí. Así pues, digo yo que a quien Krugman dirige sus dardos es a los incongruentes alemanes.

Ha habido, hay y habrá muchas discusiones sobre distintos elementos de política económica necesarios para que el mundo salga de la peor crisis desde la Gran Depresión, pero donde desde el principio hubo acuerdo entre los economistas de diversa laya fue en la necesidad de corregir alguno de los desequilibrios internacionales que han proporcionado combustible al gran incendio. En particular, el juego de “te compro tus muy baratos y bonitos productos y tú me compras la deuda que necesito emitir” se ha acabado. Por eso, el clamor para que China y Alemania potencien el desarrollo de su demanda interna es universal. Sólo cambiando el sentido de los flujos podrán los países endeudados salir de un agujero que acabará engullendo a los exportadores vía depreciación del trillón de papelitos que les dieron por sus reproductores MP3. Y en vista de eso, van los alemanes y se marcan un recorte de 80.000 millones de euros en cuatro años, con despidos de funcionarios y bajadas de sueldo incluidos. Un precioso ejercicio de exhibición de la propia virtud de cara a los pecadores a los que se nos exige propósito de enmienda y dolor de billetero, un ejercicio absolutamente contraproducente. 

En casa, han sido curiosas las reacciones tanto de Tigres como de Leones (todos quieren ser los campeones). Reasimilado por ambos bandos el complejo de español bajito, unos sacan pecho (si los alemanes han hecho como nosotros, será que lo nuestro está bien) y otros, en su línea, callan. Y nadie se plantea que si hemos quedado en que nuestro gran problema es la pérdida de competitividad con respecto al núcleo europeo, competitividad que hemos de recuperar décima a décima a base de dolorosos recortes de precios y salarios, no nos ayuda ni un poquito que los alemanes se conviertan en blanco móvil haciendo lo que nos toca hacer a nosotros, pero a lo bestia.

Los americanos lo tienen más claro.  oman el movimiento alemán como lo que es: una devaluación competitiva por lo fiscal y una exportación mundial del ajuste. Y agitan el fantasma del factor que convirtió la crisis de los 30 en lo que llegó a ser. Atentos a la última frase del artículo de Krugman, que traduzco libremente en forma de involuntario pareado: “Amigos, esto se está poniendo feo. Y los EEUU tienen que estar pensando en cómo aislarse del masoquismo europeo.”

Estamos avisados.
 
Buena semana a todos, y tengan cuidado ahí fuera.

Ea, ea, ea... Que Krugman se enfade no es nada fuera de lo común. En su rol de sumo pontífice de la Iglesia de los Neokeynesianos del Perpetuo Socorro, nos ha acostumbrado a sus jeremiadas. Pródigo en la queja, suele pasarse de frenada, como en aquella defensa de Edwards, el candidato demócrata al que comparaba con Roosevelt y que tres años después es el político más odiado de todos los tiempos. Eso cuando la crítica no esconde el ventajismo de quien busca cubrirse las espaldas ante el posible fracaso de las políticas que uno mismo ha impulsado (véanse sus argumentos diabólicos sobre cómo si el estímulo fiscal en EEUU falla no va a ser porque la receta es equivocada, sino porque la dosis no va a ser suficiente alta).