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Inútil órdago a la grande
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José Ignacio Bescós

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José Ignacio Bescós

Inútil órdago a la grande

A servidor, tirador cegato, no le es fácil acertarle a la realidad entre los ojos. Y menos cuando, servidumbre de comentarista lunero, tienes que darle a la

A servidor, tirador cegato, no le es fácil acertarle a la realidad entre los ojos. Y menos cuando, servidumbre de comentarista lunero, tienes que darle a la realidad un par de días de ventaja. En condiciones normales, eso no supone un gran problema. El mundo económico-financiero-circense descansa los fines de semana.  A menos que haya que tomar una de esas decisiones que conviene tomar con dominicalidad y alevosía, no sea que los mercados se anticipen y nos hunda el bizcocho. Sacar del agua a un país que se ahoga, por ejemplo.

En bien de esta entrada bloguera y de tantas otras cosas espero que llegado hoy lunes aún sigamos pataleando como un escarabajo cara arriba. Y, si no, al menos nos quedarán momentos memorables en el último esfuerzo por defender la agujereada fortaleza de nuestra independencia económica. Momentos ridículos, como cuando nuestro presidente insistía, apoyado en su indudable credibilidad frente a los mandamases europeos, en la solvencia del país, y lo hacía horas antes de que la subasta de bonos a 10 años marcase un incremento en el coste de financiación de 82 puntos básicos, ni más ni menos. O momentos sublimes, como el intento de lanzar un último órdago a los alemanes vía pruebas de estrés bancario.

En una situación menos desesperada, que el Banco de España anuncie la publicación de las pruebas, invitando a los socios europeos a hacer lo propio, podría haber funcionado. Después de todo, lo que el gobierno Merkel parecía pretender al echar a los perros de papel (Financial Times Deutschland' y el 'Frankfurter Allgemeine Zeitung') el rescate español era jugar a lo que Francia jugó con el paquete griego (y que tanto se criticó en Berlín), o sea, salvarle el trasero a unos bancos propios hasta el cuello de préstamos a agentes de los países en dificultades, o sea, rescatar a los bancos alemanes con dinero europeo y del FMI. Y que luego España hiciese el ajuste salvaje como Dios y Strauss-Khan le dieran a entender. 

Un órdago inteligente, sí. Porque todo el mundo conoce las vergüenzas de nuestras cajas, de las que se ha hablado y escrito mucho, mucho más que de sus equivalentes alemanes, esos landesbanks infracapitalizados que ya apestaban hace una década. Si los alemanes no tuvieran el aliento de los mercados en la nuca, tal vez cederían al miedo de Ackermann, sheriff del Deutsche Bank, y podría negociarse con ellos (“no nos vamos a hacer daño, ¿verdad, doctor?”), pero ahora parece demasiado tarde. Tanto, que Berlín ha visto el órdago. Tanto, que no faltan las voces internas de los grandes de España que aún pueden salvar los muebles y que no dudan en minar los esfuerzos de las autoridades por presentar un frente sólido. Gran aportación la de Francisco González, por ejemplo, que para apoyar la publicación de las pruebas de estrés tiene a bien reconocer el estrangulamiento de la financiación internacional para empresas y bancos españoles. Mientras, otros ayudan haciendo agujeros al 4%, aprovechando lo bien que sale en la foto. Y qué decir de otras venerables instituciones. Sindicatos suicidas, partidos cainitas…  ¡Si hasta la Selección da munición a los chistosos anglosajones!

Ojalá esta numantina resistencia de algunos no resulte tan estéril como estéril le resultó a la propia Numancia en tiempos de Escipión. Si así fuese, sólo quedaría pactar los términos del armisticio. Y esperar que la posguerra, con el acceso vedado a los mercados financieros y el protectorado germano-efemeíno nos sea leve.

Buena semana a todos, y tengan cuidado ahí fuera.

A servidor, tirador cegato, no le es fácil acertarle a la realidad entre los ojos. Y menos cuando, servidumbre de comentarista lunero, tienes que darle a la realidad un par de días de ventaja. En condiciones normales, eso no supone un gran problema. El mundo económico-financiero-circense descansa los fines de semana.  A menos que haya que tomar una de esas decisiones que conviene tomar con dominicalidad y alevosía, no sea que los mercados se anticipen y nos hunda el bizcocho. Sacar del agua a un país que se ahoga, por ejemplo.