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Subir el impuesto sobre el tabaco no es de izquierdas
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José Ignacio Bescós

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José Ignacio Bescós

Subir el impuesto sobre el tabaco no es de izquierdas

En uno de sus diversos enganchones, al difunto Umbral se le ocurrió criticar a Pérez Reverte diciendo que carecía de estilo.  Con muy buen criterio, éste

En uno de sus diversos enganchones, al difunto Umbral se le ocurrió criticar a Pérez Reverte diciendo que carecía de estilo.  Con muy buen criterio, éste se defendió definiendo la novela como “algo muy serio y complejo, que exige largo trabajo, estructura, esfuerzo y humildad profesional, y no se solventa con un bello estilo, dos frivolidades y cuatro asuntos expoliados a otros entre dos columnas en la prensa.”  Algo de razón llevaban los dos. 

Efectivamente, Pérez Reverte carece de estilo entendido como reconocible marca de fábrica hecha de prosopopeyas y metáforas brillantes, al estilo del admirado (por Umbral y por servidor) Vallé-Inclán (¡qué bien nos hubiera venido un Valle en esta tesitura nuestra!).  No menos cierto es que el papel del estilo en la novela puede ser secundario siempre que el novelista obsequie al lector con trama efectiva, personajes sólidos, el necesario extrañamiento que permita mirar al mundo de manera distinta y un cierto retrogusto que deje trama, personajes y punto de vista flotando en el alma de quien lee.  El problema es cuando uno renuncia al estilo y no es capaz de dar nada a cambio.

Esta semana hemos visto al Gobierno lanzar a la pira de las esperanzas achicharradas los restos del estilo que, bueno o malo, un día tuvo.  La llamarada de la militarización de los controladores (más allá de la poca o nula sensibilidad de ese colectivo, brusco ha sido el cambio de imagen de un ejército presentado como ONG repartidora de caramelos a los niños afganos al de motivadores laborales a punta de pistola) ha apagado un poco la de la eliminación de la prórroga del subsidio a parados de larga duración, la de las privatizaciones anunciadas y la de la medida que parece haber pasado más desapercibida: el aumento en los impuestos sobre el tabaco. 

No es un asunto personal, pues en mi vida he fumado un cigarrillo, pero llama la atención que los que se quejan de que esta crisis la estan pagando los mas pobres no hayan levantado la voz tras esta medida.  Y es que el impuesto sobre el tabaco ha sido tradicionalmente considerado como uno de los más regresivos.  Aunque a largo plazo un aumento en el precio del tabaco pueda provocar una caída en el consumo, sobre todo entre los jóvenes, a corto plazo la demanda es francamente inelástica (elasticidad de precio estimada de -0.4), de ahí que el Gobierno pueda presumir de que el aumento impositivo pueda aportar a las mermadas arcas del Estado casi 800 millones de euros al año.  Lo peor es que quienes en términos relativos sufran la medida serán aquellos fumadores para quienes el pitillito represente un mayor porcentaje sobre el gasto, o sea, los más pobres, a quienes la merma en la renta derivada de los nuevos impuestos llevará no a reducir el consumo de tabaco, sino de artículos más elásticos, entre los que no están las entradas para la ópera de Viena, sino la carne o los huevos

Fastidiarle el fumeque a los ya castigados proletarios no parece, pues, la medida más socialista.  Igual que antaño las penas del infierno y las promesas de salvación justificaban bulas y palios, la bandera de la protección de la salud individual incluso contra la libertad individual le sirve hoy a cierta izquierda para taparse la vergüenza de tener que recurrir a mecanismos fiscales injustos.  Porque si es exclusivamente un tema de salud, lo cabal sería compensar a los afectados menos pudientes con un incremento en la renta por otra vía.  En fin, esperemos al menos que esos mecanismos sean efectivos desde el punto de vista recaudatorio, que es de lo que verdaderamente se trata.  El reciente aumento en el tabaco de contrabando no es buen augurio.  A ver si resulta que los que van a sacar tajada de esto van a ser, una vez más, los chinos.

Buena semana a todos, y tengan cuidado ahí fuera.

En uno de sus diversos enganchones, al difunto Umbral se le ocurrió criticar a Pérez Reverte diciendo que carecía de estilo.  Con muy buen criterio, éste se defendió definiendo la novela como “algo muy serio y complejo, que exige largo trabajo, estructura, esfuerzo y humildad profesional, y no se solventa con un bello estilo, dos frivolidades y cuatro asuntos expoliados a otros entre dos columnas en la prensa.”  Algo de razón llevaban los dos.