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Después de la tormenta, un banquero saca su arrogancia a pasear
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José Ignacio Bescós

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José Ignacio Bescós

Después de la tormenta, un banquero saca su arrogancia a pasear

Consumidos ya los buenos sentimientos navideños, llegó la festividad del Sanctus Bonus, el reparto entre los banqueros de la retribución variable.  Año bueno o año malo,

Consumidos ya los buenos sentimientos navideños, llegó la festividad del Sanctus Bonus, el reparto entre los banqueros de la retribución variable.  Año bueno o año malo, siempre da para grandes celebraciones, y, últimamente, para grandes espectáculos en sede parlamentaria.

El año pasado tuvimos a los cuatro magníficos (Blankfein, Mack, Dimon y Moynihan, capos de Goldman, Stanley, JP y BOA respectivamente) dándose golpes de pecho ante lo destacado de su papel en la formación y estallido de la burbuja crediticia, una pantomima rentable para los legisladores y conveniente para los banqueros. 

Fue rentable para los legisladores porque les permitió presentar el caso ante sus votantes como un problema de moralidad privada y no de ineptitud o mala fe regulatoria.  Fue conveniente para unos banqueros declarados culpables en el juicio de la opinión pública y a los que se les dio la ocasión de hacer examen público de conciencia, mostrar al mundo su dolor de corazón y hacer propósito de enmienda.  Aunque fuera de mentirijillas.

 

Este año parecía seguir el mismo guión.  Las medidas impuestas por la Unión Europea a los bonus bancarios, en el sentido de limitar el líquido a percibir al 30%, de diferir el resto en el tiempo y de fijar un multiplicador máximo de remuneración variable sobre sueldo fijo, no parecían haber saciado la sed de justicia del ciudadano de pie. 

 

Así podía deducirse de las airadas reacciones de los medios ante los 400.000 euros que se ha llevado este año el banquero medio de JP Morgan o ante los 6.000 millones que van a repartir entre los suyos los cinco grandes bancos británicos, incluyendo a los parcialmente nacionalizados Lloyds y RBC (cuyo CEO, por cierto, va a embolsarse 8 millones de euros entre sueldo y bonus).  


Tal vez alentados por estas señales en el cielo, los parlamentarios del Comité del Tesoro inglés decidieron darse el placer de jugar a inquisidores con un banquero representativo.  Con la excusa de tratar el asunto de la competencia en el sector bancario, citaron a Bob Diamond para echarle en cara su bonus de más de 9 millones de euros.

 

Diamond, cuyo apellido concuerda con su línea de trabajo casi tanto como el de don Emilio, es la cara menos amable de la banca internacional (con permiso de Blankfein), o sea, un toro adecuado para el lucimiento del parlamentario pintón.  Sin embargo, el exceso de confianza le ha costado al comité una cornada de escándalo.  Si tienen ocasión y confianza suficiente con el inglés, véanse la comparecencia de Diamond y tiéntense la ropa. 

Si no, léanse las crónicas de la corrida, las cuales, si bien no hacen justicia al tono dominador con que el banquero aplastó a los parlamentarillos, sí dan una idea del argumentario empleado.  El mensaje fue, básicamente, que ya está bien de andar pidiendo perdón por errores pasados, que quien algo quiere (generar empleos) algo le cuesta (dejar que los bancos tomen riesgos de nuevo, y pelillos a la mar) y que lo de renunciar al bonus... que ya discutirá él con su familia si lo devuelve o no, o sea que va a ser que no.

 

Visto con un poco de frialdad, no cabe sorprenderse ante la arrogancia del banquero.  Intuye que el peligro de hundimiento del sistema bancario ha pasado, llega hasta aquí habiéndose dejado no demasiados pelos en la gatera (Basilea III incluido), se sabe pieza clave en una recuperación económica titubeante y, sobre todo, le tiene cogida la medida a una clase política que, en Gran Bretaña, en EE.UU., en España y en casi cualquier parte, ha dado muestras de que está dispuesta a meter debajo de la alfombra cualquier consideración del riesgo moral incurrido por los bancos.  Todo en aras de una vuelta a la anormalidad anterior a la crisis, cuando éramos tan felices y nos endeudábamos tanto.

 

Pero, ¿no había dicho Cameron que había que cortarse con los bonus?  No, bueno, en fin, todo es matizable.  Pero, ¿no había hecho de los bonus Nick Clegg uno de los puntos fuertes de su campaña?  Literalmente, “well… erm.. uh…”

 

¿Propósito de enmienda?  Ni banqueros, ni políticos ni electores, ni aquí, ni allá, ni acullá.  Pero en el pecado llevaremos la penitencia, amigos.  Disfruten mientras dure.

 

Buena semana a todos, y tengan cuidado ahí fuera.

Consumidos ya los buenos sentimientos navideños, llegó la festividad del Sanctus Bonus, el reparto entre los banqueros de la retribución variable.  Año bueno o año malo, siempre da para grandes celebraciones, y, últimamente, para grandes espectáculos en sede parlamentaria.

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