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Londres cultiva la planta más rentable: el ricacho de regadío
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José Ignacio Bescós

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José Ignacio Bescós

Londres cultiva la planta más rentable: el ricacho de regadío

Las autoridades británicas están de lo más ocupadas cimentando sus futuras fuentes de ingresos a base de vigorosas paladas de cal y de arena, según toque. Hacen

Las autoridades británicas están de lo más ocupadas cimentando sus futuras fuentes de ingresos a base de vigorosas paladas de cal y de arena, según toque. Hacen bien, pues no tienen las cuentas públicas como para descuidarse. El déficit presupuestario estuvo el año pasado por encima del 11% del PIB, este año aún rondará el 9%, e incluso en 2014, y si nada se tuerce, tendrán que lidiar con un déficit del 4%. Sobradas razones para ser creativos.

Una de las áreas más peliagudas pero potencialmente más rentables es el tratamiento fiscal de los más adinerados.  Hasta ahora éstos eran sobre todo los banqueros de la City.  En la defensa de su existencia y la de las instituciones que les pagan sus emolumentos siempre se ha utilizado el argumento de que son una bendición fiscal. No es para menos, pues el zumo impositivo que se extrae de los bancos representa un 13% de los ingresos totales. 

Y a eso hay que añadir los impuestos sobre los bonus (por ejemplo, los 1.000 millones de dólares que tuvieron que pagar Goldman y Bank of America al fisco inglés el año pasado) y los ingresos vía impuestos indirectos (el Ferrari y el Chateau Lafite Rothschild) y vía impuestos directos generados de manera indirecta (el impuesto sobre la renta del vendedor del concesionario de Ferrari y el de sociedades del restaurante en cuya carta de vinos está el  Chateau Lafite Rothschild). 

Sin embargo, el banquero rumboso no se lleva esta temporada. Tratar de vender al británico de a pie cuán inteligente es mimar al banquerío internacional después de este par de añitos en el infierno es como irse a convencer a los amables habitantes de Chernobil de cuán barata y limpia es la energía nuclear. Con razón o sin ella, en la opinión pública prima el lógico temor a los accidentes causados por la sobre-remuneración de un riesgo socializable y las menos lógicas pero muy comprensibles ganas de hacer pagar por sus pecados a quienes percibe como culpables. 

Por otra parte, desde fuera se insiste en embridar a las piafantes instituciones vía regulación paneuropea que amenaza los márgenes. O sea, menor rentabilidad política para mayor riesgo, mal negocio para gobiernos y parlamentarios.  Mejor buscarse otros ricachos que compensen la salida de los banqueros o, si es necesario, que los expulsen.  Y con las limitaciones físicas del suelo centrolondinense, codiciado por ricos de toda laya, a veces toca expulsarlos.  Porque entre un tipo que por un bonus de unos cuantos milloncejos te tira una industria abajo y un billonetis que precisamente viene a tu casa a gastarse el dinero que gana en su país, que es capaz de dejarse 80.000 euros por metro cuadrado de apartamento con vistas a Hyde Park y trae consigo a una corte de asistentes, familiares y demás gastantes que también necesitan alojamiento y a los que hay que tener contentos con ropa de marca y comida suculenta, no hay color.

Así parecen haberlo entendido Cameron y los suyos. Mientras dan capotazos efectistas a los banqueros (cuando se dejan), haciendo permanente la subida impositiva a los bancos, presenta una ley que facilita la residencia permanente en el país al extranjero adinerado (cuanto más adinerado, más facilidades).  La idea es, pues, perseverar en la concepción de Londres como isla dentro de una isla, importando power players que, como hicieron los bancos en su día, no sólo engorden las arcas estatales sino que sirvan de imanes de talento, revitalizando el espíritu emprendedor de una ciudad que lucha por mantener la energía de antaño dentro de un país de estructuras escleróticas. 

El tiempo dirá si es esta una estrategia inteligente, si el precio a pagar términos de aumento de la desigualdad en una sociedad, la británica, en la que la desigualdad ha crecido notablemente en las últimas décadas (aumento de un 40% en el índice Gini desde 1974) se puede pagar en dinero de rico foráneo. Si tengo que apostar, apuesto a que sí (y lamento que por otros pagos más soleados estemos a verlas venir, aunque sea para recoger las migajas que Londres deje caer de su bien provista mesa).

Buena semana a todos, y tengan cuidado ahí fuera.

Las autoridades británicas están de lo más ocupadas cimentando sus futuras fuentes de ingresos a base de vigorosas paladas de cal y de arena, según toque. Hacen bien, pues no tienen las cuentas públicas como para descuidarse. El déficit presupuestario estuvo el año pasado por encima del 11% del PIB, este año aún rondará el 9%, e incluso en 2014, y si nada se tuerce, tendrán que lidiar con un déficit del 4%. Sobradas razones para ser creativos.

Una de las áreas más peliagudas pero potencialmente más rentables es el tratamiento fiscal de los más adinerados.  Hasta ahora éstos eran sobre todo los banqueros de la City.  En la defensa de su existencia y la de las instituciones que les pagan sus emolumentos siempre se ha utilizado el argumento de que son una bendición fiscal. No es para menos, pues el zumo impositivo que se extrae de los bancos representa un 13% de los ingresos totales. 

Y a eso hay que añadir los impuestos sobre los bonus (por ejemplo, los 1.000 millones de dólares que tuvieron que pagar Goldman y Bank of America al fisco inglés el año pasado) y los ingresos vía impuestos indirectos (el Ferrari y el Chateau Lafite Rothschild) y vía impuestos directos generados de manera indirecta (el impuesto sobre la renta del vendedor del concesionario de Ferrari y el de sociedades del restaurante en cuya carta de vinos está el  Chateau Lafite Rothschild). 

Sin embargo, el banquero rumboso no se lleva esta temporada. Tratar de vender al británico de a pie cuán inteligente es mimar al banquerío internacional después de este par de añitos en el infierno es como irse a convencer a los amables habitantes de Chernobil de cuán barata y limpia es la energía nuclear. Con razón o sin ella, en la opinión pública prima el lógico temor a los accidentes causados por la sobre-remuneración de un riesgo socializable y las menos lógicas pero muy comprensibles ganas de hacer pagar por sus pecados a quienes percibe como culpables. 

Por otra parte, desde fuera se insiste en embridar a las piafantes instituciones vía regulación paneuropea que amenaza los márgenes. O sea, menor rentabilidad política para mayor riesgo, mal negocio para gobiernos y parlamentarios.  Mejor buscarse otros ricachos que compensen la salida de los banqueros o, si es necesario, que los expulsen.  Y con las limitaciones físicas del suelo centrolondinense, codiciado por ricos de toda laya, a veces toca expulsarlos.  Porque entre un tipo que por un bonus de unos cuantos milloncejos te tira una industria abajo y un billonetis que precisamente viene a tu casa a gastarse el dinero que gana en su país, que es capaz de dejarse 80.000 euros por metro cuadrado de apartamento con vistas a Hyde Park y trae consigo a una corte de asistentes, familiares y demás gastantes que también necesitan alojamiento y a los que hay que tener contentos con ropa de marca y comida suculenta, no hay color.

Así parecen haberlo entendido Cameron y los suyos. Mientras dan capotazos efectistas a los banqueros (cuando se dejan), haciendo permanente la subida impositiva a los bancos, presenta una ley que facilita la residencia permanente en el país al extranjero adinerado (cuanto más adinerado, más facilidades).  La idea es, pues, perseverar en la concepción de Londres como isla dentro de una isla, importando power players que, como hicieron los bancos en su día, no sólo engorden las arcas estatales sino que sirvan de imanes de talento, revitalizando el espíritu emprendedor de una ciudad que lucha por mantener la energía de antaño dentro de un país de estructuras escleróticas. 

El tiempo dirá si es esta una estrategia inteligente, si el precio a pagar términos de aumento de la desigualdad en una sociedad, la británica, en la que la desigualdad ha crecido notablemente en las últimas décadas (aumento de un 40% en el índice Gini desde 1974) se puede pagar en dinero de rico foráneo. Si tengo que apostar, apuesto a que sí (y lamento que por otros pagos más soleados estemos a verlas venir, aunque sea para recoger las migajas que Londres deje caer de su bien provista mesa).

Buena semana a todos, y tengan cuidado ahí fuera.