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La economía bien enseñada empieza por uno mismo
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José Ignacio Bescós

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José Ignacio Bescós

La economía bien enseñada empieza por uno mismo

Trágicamente, cuando escribo estas líneas tiene toda la pinta de que Libia está enredada en lo que amenaza convertirse en una larga y sangrienta guerra civil. Ya

Trágicamente, cuando escribo estas líneas tiene toda la pinta de que Libia está enredada en lo que amenaza convertirse en una larga y sangrienta guerra civil. Ya lo avisó Gadafi padre. Y ya lo avisó Gadafi hijo, o más bien amenazó con ello, mirada baja, metafórico dedo índice apuntando al televidente. Sus palabras y sus gestos en aquel famoso discurso le hicieron famoso a los ojos del mundo e hicieron que a un tipo tocado hasta entonces por la fortuna se le atragantase la cena.

Supongo que Howard Davis (sir Howard Davis) confiaba en su gran capacidad para desactivar situaciones conflictivas.  De un año a esta parte, por ejemplo, había tenido que vérselas con las boutades de un profe racista, con el caso de un estudiante palestino al que el bloqueo israelí impedía acudir a la universidad que Davis aún dirige, la muy prestigiosa y controvertida London School of Economics, y con la subida de tasas académicas en Gran Bretaña.  Todos estos casos han servido de bandera a una masa de estudiantes concienciada y beligerante, dispuesta a dejarse incitar a la ocupación de oficinas de profesores y administradores o a la marcha iracunda hacia el cercano Westminster.  El incitador habitual es “The Beaver”, el castor, el órgano de expresión del sindicato de estudiantes de la LSE, progresista de la muerte. 

En todas esas ocasiones interpretó Davis el papel de contrito amigo de los estudiantes, y esta vez no ha sido menos.  Pero esta vez sin mostrarse avergonzado por haber aceptado la generosa donación de su curioso estudiante de doctorado libio, para quien además hizo un trabajito de 30.000 libras y frente a quien se comprometió a formar a un par de centenares de libios de élite no le ha servido para salvar el pescuezo.

Mala estrategia la de Davis, que debió adoptar las formas de un político aún más avezado, el insumergible Peter Mandelson (Lord Mandelson).  Aquel al que apodan “Príncipe de las Tinieblas”, fontanero laborista por excelencia, ha defendido los tratos de su partido con el régimen de Gadafi, apelando al realismo geoestratégico y sacudiéndose a los que practican el rigor a toro pasado.  Desde ese punto de vista, Davis podría haber recordado como analistas varios veían en Saif Gadafi al posible hacedor de una transición hacia un régimen en vías de la democratización. A veces las apuestas salen rana, qué se le va a hacer. Tal vez podría haber añadido que los recortes presupuestarios del Estado británico han hecho que la hambrienta universidad tenga que buscar dinero debajo de las piedras, por peligrosas que sean. Por echarle jeta al asunto que no sea.

Buena estrategia, en cambio, la del Consejo de Dirección de la universidad, tratando de proteger con la forzada dimisión de Davis el prestigio del profesorado y, por ende, de la institución, bastante tocado ya con este episodio. Y es que, al fin y al cabo, Howard Davis es más financiero-político (ex McKinsey, ex responsable de la FSA, director de Morgan Stanley...) que académico.  Se puede sacrificar su cabeza si eso sirve para alejar las miradas de gente tan respetable como Lord Desai, excelso profesor y uno de los excesivamente complacientes examinadores de la tesis doctoral de Saif Gadaffi.  O de los profesores Held, Kaldor y Quah, responsables del Centro de Gobernanza Global, beneficiario del millón y medio de libras donado por el agradecido estudiante. O de los profesores que le hicieron la ola al régimen en un vídeo que, ya en Youtube, da la verdadera medida de su falta de vergüenza.

La razón de semejante comportamiento está en el dinero, ese dinero que a Vespasiano no le olía, pero también esa extraña fascinación de los intelectuales educados en la aversión al riesgo hacia los menos brillantes a los que el azar y la temeridad ha dado algo que el racional profesor de economía nunca logrará.  Es la fascinación hacia la voluntad irracional que dio carta de naturaleza académica al nazismo.  Es el peor pecado del intelectual, en el que algunos caen una y otra vez.

Se suponía que desde las aulas de instituciones como la LSE, desde el insobornable interés por el desarrollo armónico de las estructuras económicas, debía surgir una refundación teórica de un sistema ahogado por la avaricia de unos y la estulticia de otros.

Apañados vamos.

Buena semana a todos, y tengan cuidado ahí fuera.

Trágicamente, cuando escribo estas líneas tiene toda la pinta de que Libia está enredada en lo que amenaza convertirse en una larga y sangrienta guerra civil. Ya lo avisó Gadafi padre. Y ya lo avisó Gadafi hijo, o más bien amenazó con ello, mirada baja, metafórico dedo índice apuntando al televidente. Sus palabras y sus gestos en aquel famoso discurso le hicieron famoso a los ojos del mundo e hicieron que a un tipo tocado hasta entonces por la fortuna se le atragantase la cena.