Es noticia
Otra de tontos y campañas electorales
  1. Economía
  2. Información privilegiada
José Ignacio Bescós

Información privilegiada

Por
José Ignacio Bescós

Otra de tontos y campañas electorales

Unos días más y otra penosa campaña electoral será historia antigua. Cada cual se las ingeniará para mirar los resultados desde el ángulo preciso que le permita

Unos días más y otra penosa campaña electoral será historia antigua. Cada cual se las ingeniará para mirar los resultados desde el ángulo preciso que le permita presentarse como ganador de los comicios. Se regalarán los oídos de la ciudadanía ante la evidente voluntad de cambio o ante el toque de atención que augura una recuperación de cara a los generales, según quien hable.  Y, por fin, cesarán el ruido y los aspavientos que tan desagradables resultan.

Unos días más y acabarán no sólo las ampulosidades de mitin, las consignas y los insultos groseros, sino también los esfuerzos inútiles de los comentaristas de guardia, conducentes a la orteguiana melancolía que le invade a uno últimamente.

Este año ha sido Camacho el que ha hecho fortuna con su creciente “impresión de que las campañas van dirigidas a captar el voto de los tontos”.  Y detrás, como un sólo hombre, la elite ilustrada, mis muy admirados McCoy y Zarzalejos incluidos, repartiendo quejas entre los fabricantes de campañas, que nos toman por tontos, y el deficiente sistema educativo, que nos hace tontos.  Defectos técnicos cuasisubsanables con un poco de buena voluntad política.

Puse miren, como que no.  Desgraciadamente, lo que se toman como males son en realidad síntomas de un mal mayor, que no es cuestión (sólo) de reformas escolares.

No se me ocurriría decir que la democracia no es para todo el mundo, pero no me privaré de afirmar que a unos pueblos le sienta mejor que a otros.  Ayuda mucho, por ejemplo, haber pasado el sarampión liberal, decapitación de rey incluida (no vamos a empezar ahora nosotros, con lo pachucho que tenemos al nuestro, pobrecito mío), haber desarrollado el sentido de comunidad en derechos y deberes, haber escrito el contrato histórico con aquéllos que se supone son representantes de la voluntad y gestores de los recursos de todos.  Cuando se llega al sufragio universal de manera gradual, desde el convencimiento de que cada ciudadano es responsable del mantenimiento del bien común, y eso incluye lo pequeño y lo grande, no hay lugar (sólo) para campañas para tontos.  El ciudadano de verdad se involucra más allá de salir a gritar a la calle, de sentirse bien por sentirse masa.  El ciudadano de verdad se preocupa de cumplir con su deber individual para con el resto, y lo hace privilegiando el debate sobre el grito, lo que requiere no de una esmerada educación ni de tres sobresalientes en Educación para la Ciudadanía.  Requiere de voluntad de compromiso y de generosidad inteligente, de emplear el tiempo necesario para informarse, evaluar y decidir con fundamento.

Un pueblo de ciudadanos convierte los programas electorales en best-sellers, pero exige su cumplimiento.  Permite que los mejores, los más inteligentes y formados, lo representen, pero sólo si están dispuestos a adherirse a códigos de conducta que incluye no caer en vicios privados que pueden ser signo de inconfesables vicios públicos.  En cambio, un pueblo de súbditos a los que el voto les ha pillado mayorcitos como país, desconfía por sistema de la autoridad y aspira ver en puestos de poder a personajes mediocres, en la creencia errónea de que la medianía será menos dañina para sus intereses individuales.  Un pueblo de súbditos desprecia la inteligencia y la educación como armas de opresión al servicio del poderoso.  Entre los súbditos reina la desconfianza hacia el prójimo, y esa desconfianza hace que no haya bien común que valga.  Se defienden las lindes con escopeta y de entre lo no vallado, lo que no me lleve yo se lo llevará aquel.  Y, naturalmente, ni el súbdito se preocupa de un programa cuya lectura supondría la donación de horas y análisis a la comunidad ni el aspirante a poderoso se cree en la obligación de cumplirlo. 

¿Vuelta al dictado de uno sobre los demás?  No, válgame Dios; pero convendría dejarse de arbitrismos en los medios, de planes grandilocuentes de reforma colectiva, y pensar y hacer pensar en cambios individuales, sabiendo que cualquier transformación no cosmética va para muy, muy largo.  O, si no, dedicarse a tareas menos melancogénicas.

Buena semana a todos, y que su equipo gane en el partido del siglo de las municipales y autonómicas.  Que ganará., que aquí todo el mundo gana.  Y todos perdemos.  Con regularidad.

Unos días más y otra penosa campaña electoral será historia antigua. Cada cual se las ingeniará para mirar los resultados desde el ángulo preciso que le permita presentarse como ganador de los comicios. Se regalarán los oídos de la ciudadanía ante la evidente voluntad de cambio o ante el toque de atención que augura una recuperación de cara a los generales, según quien hable.  Y, por fin, cesarán el ruido y los aspavientos que tan desagradables resultan.