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Al FMI no le gusta la sangre del enfermo español
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José Ignacio Bescós

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José Ignacio Bescós

Al FMI no le gusta la sangre del enfermo español

Hay que ver qué poco nos está luciendo tanto acto de contrición y propósito de enmienda.  Una y otra vez caemos en la tentación de echarle

Hay que ver qué poco nos está luciendo tanto acto de contrición y propósito de enmienda.  Una y otra vez caemos en la tentación de echarle la culpa al empedrado en forma de prensa anglosajona hostil hasta rozar el racismo y de tiburones mercantiles conchabados para hundir un país a cambio de treinta monedas de oro.  Por eso es bueno asomarse a la cruda realidad leyendo las conclusiones de la reciente misión en España del Fondo Monetario Internacional.

Como gente educada que son, los del Fondo comienzan alabando las reformas durante el último año en materias bancaria, laboral y fiscal, resaltando su positivo efecto en la confianza de los agentes no sólo hacia España, sino hacia todo el área euro. Muy benevolentes ellos, considerando los paños calientes empleados en la restructuración de las cajas, la letra pequeña en las medias laborales y la manga ancha con los desmanes de ciertas Comunidades. Pero, en fin, se entiende como preámbulo elegante antes de meterse en harina para realizar un diagnóstico cuando menos preocupante.  Según el FMI crecemos, pero lo hacemos de manera anémica. Hay cierto ajuste de costes y salarios y exportamos, luego existimos. Poco consuelo para un desempleo estratosférico, una inflación por encima de la media y unos costes de financiación altos y volátiles. El resultado es que podemos aspirar a un crecimiento no superior al 2% a medio plazo si no hay baches en el camino que nos hagan descarrilar.

Sigue al diagnóstico una serie de recomendaciones que se resumen en “más de lo mismo”, en un tono genérico que huele a rutina y a cierta desesperanza. Y es que la capacidad de crecimiento es  la pieza del puzzle de la que menos nos hemos ocupado y la que puede acabar trayéndonos el disgusto que tratamos de evitar y que algún ilustre colega nos pone a la vuelta de la esquina.  Un 2% no nos va a sacar del apuro, por mucho que endosemos Bankia al inversor privado y limitemos el dispendio autonómico.  Por un lado, la ley de Okun en versión cañí apunta a la necesidad de lograr crecimientos de alrededor del 3% para crear empleo.  Si no queremos que aumente el vivero de indignados capaces de paralizar cualquier reforma à la FMI, ése es el nivel mínimo al que deberíamos aspirar.  Por otra parte, para dar garantías de estabilización de la ratio de deuda sobre PIB, y considerando lo difícil que va a ser que la población acepte un superávit primario de cierta talla, o nos montamos en una potencial inflación persistentemente elevada en Europa o confiamos en un incremento del denominador de la ratio a base de crecimiento.  Para ello, deberíamos estar pidiendo a quienes mandan en nuestros mercados preferentes, que son precisamente quienes más se juegan en este envite, vía la exposición de sus bancos a nuestros males, un esfuerzo particular en el fomento del consumo interno y un mimo en el trato a los exportadores ibéricos.  Desgraciadamente, ni presupuestos ni pepinos permiten proyecciones optimistas a este respecto.

Nos tienen encamados, con respiración asistida. Si atendemos a sus palabras, harán lo posible por ayudar a que nuestro organismo nos permita salir adelante. Si lo hacemos a sus hechos, en el momento en que acaben de construir un cortafuegos que limite el riesgo sistémico de un tropezón español, desenchufarán la máquina (por cierto, otra vez estamos con bancos completamente dependientes de la financiación del BCE).

Lo peor es que, víctimas de lo urgente, pasarán años antes de que podamos atender a lo importante.  Malos tiempos estos.

Buena semana a todos, y tengan cuidado ahí fuera.

Hay que ver qué poco nos está luciendo tanto acto de contrición y propósito de enmienda.  Una y otra vez caemos en la tentación de echarle la culpa al empedrado en forma de prensa anglosajona hostil hasta rozar el racismo y de tiburones mercantiles conchabados para hundir un país a cambio de treinta monedas de oro.  Por eso es bueno asomarse a la cruda realidad leyendo las conclusiones de la reciente misión en España del Fondo Monetario Internacional.