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Todo lo que los españoles deberíamos conocer sobre China
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Jesús Fernández-Villaverde

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Todo lo que los españoles deberíamos conocer sobre China

La lista que voy a presentar se basa en libros útiles para mis investigaciones. No esperen en ella lecturas livianas, pero sí otras que nos permiten entender la idiosincrasia china

Foto: Ceremonia del Congreso Nacional del Partido Comunista de China. (EFE)
Ceremonia del Congreso Nacional del Partido Comunista de China. (EFE)

Las listas de libros recomendados son una de esas tradiciones veraniegas de los medios de comunicación españoles que siempre he apreciado. Las lánguidas tardes estivales son un momento perfecto para enriquecer nuestros conocimientos o aprender sobre nuevas áreas, sumergiéndonos en aquellas lecturas que durante el año son más difíciles de hacer. Como ahora el calor aprieta más que nunca, en vez de una entrada de economía, que podría resultar demasiado onerosa, he pensado que alguno de mis lectores pudiera estar interesado en mi propia selección de obras.

El tema de esta lista casi brota solo: China. El pasado 1 de julio, con gran fanfarria, el Partido Comunista de China celebró el centenario de su fundación en un pabellón en el antiguo barrio francés de Shanghái (paradójicamente, hoy uno de los barrios más lujosos de la metrópolis asiática). Pudiera argumentarse que el Partido Comunista de China es la organización más poderosa del planeta: controla (con mano férrea) la nación más poblada del mundo, la segunda economía más grande del mundo y unas potentes fuerzas armadas. Aunque Estados Unidos como nación sigue, probablemente, teniendo más poder en su conjunto que China, este se equilibra entre diversos focos políticos, territoriales y empresariales, de una manera que no sucede en China. Los resultados de este dominio se pueden observar en su avance tecnológico o en la represión en la Nueva Frontera (Xinjiang, en la romanización oficial), el Estado policial distópico del siglo XXI.

Foto: Xi Jinping. (EFE)
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La lista que voy a presentar se basa en los libros que he encontrado más útiles para mis propias investigaciones (en los últimos años, he escrito varios artículos académicos sobre la historia económica en el largo plazo de China) y para preparar mis clases de grado (en las que cubro unas cinco semanas de historia económica de China; de hecho, la universidad me ha pedido que dé una clase exclusiva sobre el tema el año que viene). No esperen en esta lista lecturas tan livianas y ociosas como una novela policíaca, pero sí libros (algunos muy amenos, todo sea dicho) que nos permiten entender con mayor profundidad la idiosincrasia del gigante chino. De igual manera, me voy a centrar en libros sobre periodos más recientes, pues reseñar textos que abarcasen desde la prehistoria hasta nuestros días de la región que hoy llamamos China resultaría excesivamente extenso. Por último, me voy a limitar a seleccionar lecturas en inglés o español.

El mejor libro de historia general de China sigue siendo, con mucha diferencia, 'The Search for Modern China', de Jonathan Spence, ahora en su tercera edición. Si tuviese que leer únicamente un libro sobre la historia de China, esta sería mi elección. Spence comienza con la decadencia de la dinastía Ming (1368-1644) y la invasión manchú y nos lleva hasta la actualidad. Los mejores capítulos tratan sobre los reinados de los emperadores Yongzheng (r. 1723-1735) y Qianlong (r. 1735-1796), algo que no debería sorprendernos pues gran parte del trabajo de Spence se ha centrado en la transición entre las dinastías Ming y Qing (1644-1912).

Uno solo puede entender el marco del Partido Comunista si entiende que China era parte del imperio manchú, pero no era el imperio

Como siempre resalto en clase, uno solo puede entender el marco analítico del Partido Comunista si comprendemos que China era parte del imperio manchú, pero que no era el imperio manchú. Los emperadores Qing habían construido un imperio multinacional, más cercano al modelo de otros imperios multinacionales de la época (como el otomano o los sucesivos sultanatos en la India) que al de un imperio nacional (basado en una nación dominante y colonias supeditadas al centro, como era el caso del imperio español, primero, y el británico, después). Por ejemplo, los emperadores Qing se presentaban a sus súbditos tibetanos o musulmanes empleando representaciones icónicas apropiadas a los parámetros de cada tradición cultural y que construían, en su conjunto, una ideología multidimensional en la cual la mayoría ha quedaba supeditada a un proyecto imperial de mayor alcance.

Durante casi 300 años, las élites intelectuales argüían con paciencia, mientras ansiaban una restauración de una verdadera dinastía china en oposición a unos manchúes extranjeros que les recordaban, con el corte de pelo obligatorio (cabeza rapada delante y una coleta atrás) todos los días de su vida su sumisión. De hecho, existía un refrán que decía: "Pierde el pelo y mantén la cabeza o mantén el pelo y pierde la cabeza". Las invasiones occidentales y japonesas del siglo XIX y comienzos del siglo XX (los 100 años de humillación nacional) se veían consecuencia directa de la falta de verdadera personalidad china de la dinastía: un emperador han jamás habría permitido las vejaciones impuestas por unos 'bárbaros' de una civilización considerada inferior. Evitar que se repitiesen los años de humillación nacional se convirtió en el objetivo principal de toda la nación china, por lo que la legitimidad final del partido ("el mandato del cielo", en la antigua expresión imperial) descansa sobre el pilar último de su capacidad de impedir que se repitiera una situación semejante.

Los emperadores Qing se presentaban a sus súbditos tibetanos o musulmanes empleando representaciones icónicas

Quizás una anécdota personal sirva para ilustrar cuán profunda es la huella de esta herida aún sin cicatrizar de tres siglos de dinastía manchú y que Spence desarrolló tan acertadamente en su libro. Mi abuelo político fue líder de un grupo guerrillero comunista en el interior de la provincia de Jiangsu durante la guerra contra Japón (1937-1945). Su esposa fue torturada por las tropas japonesas para que revelara dónde se escondía (las secuelas de estas torturas terminaron por segar su vida, unos años más tarde). Ocho décadas después, estos eventos aún son recordados por muchos en su localidad, permitiendo a sus descendientes, ninguno de los cuales había nacido en aquel entonces, disfrutar de un prestigio por encima del que correspondería a su condición socioeconómica y que se traduce en decenas de ventajas en la vida diaria. Este prestigio no es fruto de una imposición del partido, sino consecuencia del profundo resentimiento todavía existente contra los invasores extranjeros que se han ido sucediendo a lo largo de los años: japoneses, franceses, británicos o rusos. Afortunadamente para mí, España no participó en el siglo de humillación nacional (teníamos nuestros propios problemas en ese momento) y, por tanto, no he generado recelos por ser visto como un 'invasor'.

Si algún lector quiere retroceder en el tiempo antes de la caída de los Ming, y así completar la lectura de Spence, Harvard University Press ha publicado una extraordinaria serie de seis libros relativamente compactos, cubriendo desde los Qin (221 a.C.-206 a.C.) hasta los Qing. Solo por si alguno tiene curiosidad: mi dinastía favorita siempre ha sido la Song (960-1279), por esa vitalidad comercial, que admiro como economista, y la serena tranquilidad burguesa, que tan bien reflejó la pintura de Zhang Zeduan.

placeholder Pintura de Zhang Zeduan.
Pintura de Zhang Zeduan.

Si nos concentramos en la época de la República Popular, desde 1949 hasta hoy, el mejor puerto de entrada es la trilogía de Frank Dikötter: 'La tragedia de la liberación', 'La gran hambruna en la China de Mao' y 'The Cultural Revolution'. Tuve la suerte de coincidir con Dikötter hace unos años en Stanford y me comentó que años antes, siendo por aquel entonces un historiador poco conocido y en una época de relativa apertura, fue capaz de acceder a decenas de archivos provinciales y municipales que le permitieron documentar el increíble nivel de violencia que trajo la reforma agraria, el gran salto adelante y la Revolución Cultural de una manera que no se ha hecho nunca fuera de China.

La reforma agraria causó entre uno y cinco millones de muertos (los intervalos de confianza son muy amplios, aunque la evidencia historiográfica más reciente tiende hacia números cada vez más altos). El gran salto adelante causó, según las estimaciones estadísticas más recientes, 45 millones de muertes, a pesar de que, durante los años de la hambruna (1959-1961), había suficiente comida en China para haber alimentado a toda la población. Esta cifra de muertes convierte el gran salto adelante, probablemente, en el mayor desastre 'no natural' nunca sufrido por la humanidad. Finalmente, sobre la Revolución Cultural, apenas tenemos datos sólidos, con al menos un millón de muertos, pero probablemente más cerca de los 10 millones. Sumando estos tres eventos, nos encontramos con un rango de fallecidos de entre 47 y 60 millones.

En una generación, millones de chinos pasaron de considerar un reloj de muñeca barato un lujo a preocuparse por el último modelo de televisión

Los libros de Dikötter son duros de leer, con ejemplos de impiedad humana que le dejan a uno con un mal cuerpo durante horas, pero nos sirven para apreciar el peso que el pasado tiene en la vida cotidiana de China. Sin ir más lejos, Xi Zhongxun, el padre de Xi Jinping, sufrió las consecuencias de una purga en 1962 y, durante la Revolución Cultural, fue encarcelado durante muchos años. Xi siempre teme que una transición hacia la democracia desate o bien las fuerzas del caos que casi destruyeron China desde 1912 a 1949 o, en sentido contrario, el fanatismo de la Revolución Cultural.

Sobre Mao Zedong —el arquitecto de las barbaries anteriores— no existe ninguna biografía que me guste especialmente. Unas son completamente estándar y otras están más interesadas en generar polémica que en el análisis detallado de su vida. Por el contrario, sÍ disponemos de una biografía excelente sobre Deng Xiaping, el líder que condujo China durante su despegue económico: 'Deng Xiaoping and The Transformation of China', por Ezra Vogel.

Foto: Sede del Parlamento Europeo en Bruselas (EFE)

Quizá ninguna persona en la historia de la humanidad haya reducido la pobreza tanto como Deng: en una generación, centenares de millones de personas en China pasaron de considerar que tener un reloj de muñeca barato era un lujo a preocuparse por si el último modelo de televisión de alta definición iba a sincronizarse bien con su teléfono móvil. La vida de Deng fue fascinante. Trabajador del metal en los suburbios de París en su juventud, superviviente de la Larga Marcha, víctima de dos purgas y líder supremo de China durante 12 años. ¿Qué llevó a Deng a abandonar el modelo comunista clásico y comenzar la transición hacia una economía de mercado (controlada, eso sí, por el partido)?

Muchos historiadores resaltan el impacto del fracaso militar chino contra Vietnam en 1979 y la visita de Deng, ese mismo año, a Singapur, que se había transformado en una rica ciudad solo unas décadas después de que muchos observadores pensaran que, como Rstado independiente, no tenía futuro alguno. Mi propia lectura de la evidencia no es muy diferente, pero va más lejos. Que el Ejército Popular de Liberación demostrase en 1979 los desastrosos efectos de la radicalidad ideológica del maoísmo o que Lee Kuan Yew (quizás el líder más inteligente del siglo XX) probara la posibilidad de un fuerte crecimiento económico de una economía liberalizada son las causas próximas de las reformas de Deng. La causa última, en mi interpretación, es que Deng era un chino que resultó ser comunista, en comparación con Lenin, que era un comunista que resultó ser ruso.

¿Qué quiere decir esto? Que el objetivo último de Deng era conseguir la modernización de China y su vuelta al puesto de supremacía mundial que ostentaba antes de la invasión manchú. El comunismo para Deng era simplemente una 'tecnología' occidental más, como el motor de combustión interno o los ordenadores que había que adoptar. Aunque ahora parezca increíble, muchos intelectuales en los años veinte y treinta del siglo pasado estaban convencidos de que solamente por medio de una economía socialista un país atrasado podría crecer. Dado que esta teoría sobre el socialismo era la receta para la evolución de muchos países en Occidente, Deng se convenció que esta también era válida para China. Cuando en 1979 quedó claro que el futuro del país no pasaba por la 'tecnología' institucional del socialismo, Deng no tuvo mayor inconveniente en desligarse de él, de igual manera que a nadie le importa en exceso dejar un formato de archivos digitales por uno superior cuando aparece. Te puede dar pereza tener que transformar tu música de MP3 a MP22 (por inventarme un nombre de un nuevo formato), pero nadie tiene una querencia 'política' por el MP3.

Que Lee Kuan Yew probara la posibilidad de un fuerte crecimiento económico fue la causa próxima de las reformas de Deng

En comparación, Lenin estaba convencido de que el futuro de la humanidad pasaba por una revolución que crease una "federación socialista mundial". Para él, no era relevante si la revolución se iniciaba en Alemania, Brasil o Rusia (más allá de ciertas conveniencias personales para su grupúsculo bolchevique). Por eso, no le dolieron excesivas prendas en firmar el tratado de Brest-Litovsk: la pérdida de territorios del antiguo Imperio ruso solo era negativa en cuanto hacia retroceder la revolución, no por sus efectos sobre el nacionalismo ruso, que eran irrelevantes para Lenin.

Esta divergencia fundamental es la que imposibilitó, durante décadas, la reforma en la Unión Soviética: la mera esencia del Estado era la revolución. ¡Ni siquiera se llamaba Rusia, que era solo una de las repúblicas componentes de la unión! Por supuesto que, en la práctica, muchos miembros del Politburó albergaban un sentimiento nacionalista en su corazoncito, pero este nunca era el dominante. Eliminar el sistema económico socialista era liquidar la razón de la existencia de la Unión Soviética. Si no había socialismo, no había Unión Soviética. Si no había socialismo, seguía habiendo China.

Esta adaptabilidad del Partido Comunista chino queda bien reflejada en mi próxima recomendación, 'From Rebel to Ruler: One Hundred Years of the Chinese Communist Party', de Tony Saich. El libro, escrito por un reconocido especialista, cubre en detalle la historia del partido, desde su fundación hasta los retos a los que se enfrenta hoy en día, haciendo especial hincapié en las transformaciones causadas por la lucha contra los nacionalistas en los años treinta del siglo XX y cómo estas tienen consecuencias incluso hoy en día. Un complemento perfecto es 'The Chinese Communist Party: A Century in Ten Lives', un libro colectivo con breves retratos de 10 personas que o bien fueron miembros del partido o bien tuvieron una cercana relación con el mismo. Algunos, como el 'camarada Gonzalo' (el líder de Sendero Luminoso), son conocidos. Otros, como Wang Yuanhua, son menos familiares, pero no por ello menos importantes en la historia del régimen.

Foto: (Reuters)

Concluyo con unas breves pinceladas de otros libros. El mejor libro de historia económica de China en el largo plazo es 'The Economic History of China: From Antiquity to the Nineteenth Century', de Richard von Glahn. Hace unos años, escribí una reseña sobre el mismo e invito al lector interesado a leerla. El libro de Elizabeth C. Economy, 'The Third Revolution: Xi Jinping and the New Chinese State', es quizá la mejor opción sobre la situación económica actual de China y el giro autoritario iniciado por Xi, pero sin llegar a encantarme.

Sobre las relaciones de China con el resto del mundo, 'El Gran Estado: China y el mundo', de Timothy Brook, se deja leer muy bien. La 'trilogía china' de Peter Hessler, escrita por un observador perspicaz, refleja francamente bien la vida cotidiana en China a principios de este siglo. Y, finalmente, una pequeña joyita: 11587, a Year of No Significance', de Ray Huang, sobre la vida a finales de la dinastía Ming.

Me detengo aquí. He recomendado 20 libros y leerlos enteros llevaría a un aplicado estudiante al menos un semestre entero. Según escribo estas líneas, miro a la estantería de mi librería y veo varias docenas de libros más sobre China que me gustaría recomendar (por ejemplo, no he señalado ninguno sobre demografía china y la importancia clave en los próximos 20 años del colapso de la fertilidad experimentado en las últimas décadas). Lo dejaremos para otra vez.

Pero es casi una obligación acabar con una breve reflexión.

Foto: El logo de Tencent. (Reuters)

He comentado en varias entradas anteriores en este blog que he dedicado mucho tiempo a mirar los programas de estudios de grado actuales de las universidades en España. Una de las cosas que más me han sorprendido es las poquísimas asignaturas, casi ninguna, que se ofrecen en los grados sobre China o India (más allá de un par de programas especializados). Solo por poner un ejemplo: este es el programa de grado de Historia de la Universidad Complutense de Madrid. A menos que me equivoque al leer el programa, únicamente hay una asignatura semestral optativa dedicada a estos temas llamada: "Historia Contemporánea de los Países Afroasiáticos" y que cubre, según la ficha de esta, además de China e India, muchos otros temas. Me temo que la única conclusión que se puede obtener de esta situación es que la universidad española no está ofreciendo la formación que necesitamos para tratar con dos países que acumulan un tercio, más o menos, de la población mundial. Otro motivo de preocupación más.

Las listas de libros recomendados son una de esas tradiciones veraniegas de los medios de comunicación españoles que siempre he apreciado. Las lánguidas tardes estivales son un momento perfecto para enriquecer nuestros conocimientos o aprender sobre nuevas áreas, sumergiéndonos en aquellas lecturas que durante el año son más difíciles de hacer. Como ahora el calor aprieta más que nunca, en vez de una entrada de economía, que podría resultar demasiado onerosa, he pensado que alguno de mis lectores pudiera estar interesado en mi propia selección de obras.

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