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La industria de los semiconductores y el futuro de la economía mundial (II)
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Jesús Fernández-Villaverde

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La industria de los semiconductores y el futuro de la economía mundial (II)

Estados Unidos controlará suficientes puntos de presión para dificultar seriamente la vida de la industria china de semiconductores

Foto: Foto: Reuters.
Foto: Reuters.

En mi anterior entrada expliqué cinco ideas. La primera, que los chips eran el elemento fundamental de la economía moderna, mucho más que el petróleo. La segunda, que, como consecuencia de las enormes economías de escala en la industria, la producción de semiconductores, especialmente los más avanzados, estaba increíblemente concentrada en Taiwán y Corea del Sur, una región con una alta inestabilidad geoestratégica. Tercera, que Estados Unidos controlaba la parte más importante del valor añadido de la industria de semiconductores (pues la producción física de semiconductores solo es un paso en la industria, que también requiere diseño, software, etc.). Cuarta, que China, desde hace una década, aspira a capturar una parte mayor de ese valor añadido mundial. Y, quinta, que dadas las repercusiones militares que suponen que el gigante asiático avance en la producción de semiconductores, Estados Unidos había lanzado una agresiva e inusitada campaña de restricciones a la exportación de tecnología en este sector a China, con el anuncio de nuevas regulaciones el 7 de octubre de 2022 que aventuraban una nueva etapa de la economía mundial.

Hoy explicaré cómo hemos llegado a esta situación y dibujaré las perspectivas de futuro para los próximos años. Es una historia compleja, que tendré que resumir y, muy a mi pesar, en algunos casos simplificar (un tratamiento más extenso aparece en Chips War, aunque los acontecimientos se han acelerado desde la publicación del libro).*

Foto: Microchip. (EFE/Ritchie. B. Tongo) Opinión

Durante muchas décadas, la política de Estados Unidos con respecto a la transferencia de tecnología de semiconductores fue relativamente laxa. La idea era que Estados Unidos siempre podía "correr más" y estar por delante de sus competidores en dos generaciones de semiconductores (esta estrategia se llamó escala móvil). Era cierto que los semiconductores más baratos se fabricaban en el este de Asia, pero esto beneficiaba a las empresas norteamericanas, que podían controlar sus costes de producción y mantener los peldaños más rentables de las cadenas de valor añadido (programación, marketing, etc.) en Estados Unidos. Además, esta división del trabajo ayudó al fomento de unos aliados estratégicos (Japón, Corea del Sur, Taiwán) que rodeaban a China.

Esta política de Estados Unidos tenía una excepción: la Unión Soviética. Desde la perspectiva norteamericana, limitar el acceso de la Unión Soviética a la tecnología más avanzada permitía que las fuerzas militares soviéticas no pudiesen competir adecuadamente. En realidad, esta limitación de exportación a la Unión Soviética importaba menos en la práctica que en la retórica de la guerra fría. Los observadores más desapasionados entendían que el socialismo era un sistema económico tan viciado de raíz que jamás iba a ser capaz de tener una industria de semiconductores potente. Buena parte de la ruina económica de Alemania del Este vino, precisamente, de intentar fabricar semiconductores de manera masiva con un sistema tan absurdo como el de planificación central.

Estas consideraciones pragmáticas (ventajas de la división internacional del trabajo, ayuda a las economías del este de Asia, ineficiencia del socialismo) se complementaban con unas ideas económicas que, en los años 80 y 90 del siglo pasado, resaltaban las ventajas del comercio internacional y desconfiaban de la política industrial de los gobiernos. Como aparentemente dijo una vez Michael Boskin: "Chips de patatas, chips de ordenadores, ¿cuál es la diferencia?".

El problema es que esto es buena idea cuando tu socio no pretende emplear las ganancias de este comercio para arrebatarte tu seguridad nacional

Algo de razón no le faltaba a Boskin. Mire, querido lector, a su alrededor. La mayoría de sus posesiones materiales, excepto su casa, probablemente no se han fabricado en España, desde el dispositivo electrónico que está empleando para leer esta entrada, hasta la ropa que lleva puesta. Pero esta increíble internacionalización de la economía española ha significado que pudiésemos salir de la marisma de la autarquía económica a la que nos empujaron décadas de políticas equivocadas, desde la restauración del siglo XIX a la absoluta locura que fueron las primeras dos décadas de política económica del franquismo. La internacionalización funciona y España es el mejor ejemplo: en 1960 Argentina tenía una renta per cápita un 19% más alta que la nuestra, hoy España dobla la renta per cápita argentina con holgura.

El problema, claro, es que esto de comerciar internacionalmente es muy buena idea cuando tu socio no pretende emplear las ganancias de este comercio para arrebatarte tu seguridad nacional. No hay socio comercial perfecto (como no hay persona perfecta) y todo socio va a pasarse de la raya en más de una ocasión (como muchas veces hacen las empresas españolas, danesas o eslovacas). Pero todo en la vida es una cuestión de proporcionalidad. No es lo mismo conducir a 26 kilómetros por hora en una zona limitada a 25, que hacerlo a 190.

Sí, las empresas japonesas o coreanas se pasaron de la raya a menudo en los años 80 y 90 del siglo XX, pero todo dentro de unos rangos básicamente razonables. Incluso China, desde el comienzo de la reforma económica en 1979 hasta aproximadamente 2012, se comportó de una manera que se podía acomodar a las reglas de comercio internacional. De nuevo, insisto, China no era perfecta, pero no lo era ninguna otra nación.

Foto: El Gobierno prevé aprobar el perte de microchips la semana que viene. (EFE)

El problema, como señalaba en mi entrada anterior, es que Xi Jinping llega al poder en 2012 con la idea de romper la baraja. Xi desconfía de las reglas internacionales, tanto políticas como económicas, piensa que Estados Unidos está en decadencia terminal, que Europa es un pigmeo obsesionado con temas irrelevantes como los derechos humanos y la democracia y que ha llegado el momento de que China retome la posición en las relaciones internacionales que su historia, su población y su economía merecen. Es más, este reposicionamiento debe de hacerse por medio del control férreo del partido comunista, que es la única institución que, en su opinión, puede asegurar el futuro de China. Y todo esto pasa, claro, por los semiconductores, la columna vertebral de toda la economía moderna.

Entre 2014 y 2015, Estados Unidos empieza a darse cuenta de que Xi es distinto a sus antecesores. Los últimos años de la presidencia de Obama son de una creciente preocupación en la diplomacia norteamericana con la nueva agresividad china, tanto interior (incremento de la represión, campos de concentración masivos en Xinjiang) como exterior. De repente, se considera desde Estados Unidos, esta no es una cuestión de si las empresas chinas van a robarles un 5% de cuota de mercado en la industria de semiconductores de manera un tanto torticera, sino de un rival geoestratégico que quiere reorganizar el mapa mundial.

Aunque los detalles de este cambio de política exterior de Estados Unidos son complejos, en el tema que nos trata hoy, los semiconductores, el pistoletazo de salida se produce en octubre de 2016, cuando la secretaria de comercio Penny Pritzker se queja, en un discurso al Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales en Washington "de los nuevos intentos de China de adquirir empresas y tecnología para favorecer los intereses de su gobierno, no objetivos comerciales ". "El gobierno de Estados Unidos dejará claro a los líderes de China en cada ocasión que tengamos que no aceptaremos un política industrial de 150 millardos de dólares diseñada para apropiarse de esta industria", advirtió.

La primera batalla de este enfrentamiento entre China y EEUU se centró en ZTE y Huawei

La inesperada victoria electoral de Donald Trump, unos días después del discurso de Penny Pritzker, refuerza esta nueva visión. Aunque en España no se aprecie, existe una continuidad fundamental en la política exterior de Estados Unidos desde el segundo mandato de Obama a Biden, pasando por Trump. Los histrionismos de Trump tuiteando bobadas por la noche son un detalle irrelevante, por mucho que sirvan para escribir sabrosos artículos en la prensa.

La primera batalla de este enfrentamiento entre China y Estados Unidos se centró en ZTE y Huawei. Estas dos empresas se especializaban en equipo de telecomunicaciones, un tema especialmente peliagudo como aprendieron todos los españoles con Pegasus y el espionaje a varios miembros del gobierno. El problema aquí no era solo que ZTE y Huawei violaban demasiadas reglas de propiedad intelectual y se saltaban las sanciones a Irán y Corea del Norte, es que ambas empresas tenían relaciones estrechas con el gobierno de China, una siendo semipública y la otra con un accionariado opaco.

ZTE fue multada en 2017 por vender equipos prohibidos a Irán y Corea del Norte y, después de muchas idas y venidas, la empresa continúa sancionada en Estados Unidos, con una reciente prohibición de exportar equipos de telecomunicaciones. El caso de Huawei es similar, con una prohibición de compras de productos de esta empresa por el gobierno federal en 2018 y sanciones adicionales en los siguientes años. En esta ocasión, además, influía la cuestión de controlar una tecnología tan importante como el 5G, donde Huawei tenía ventajas importantes. Ya en 2022 le tocó el turno a SMIC, por sus estrechos vínculos con las fuerzas armadas chinas.

Foto: BMW es uno de los fabricantes que avisan sobre la prolongación de la crisis. (BMW)

La reacción de China a esta primera batalla fue interesante. Por supuesto, se quejó en público y protestó ante las organizaciones internacionales (hay aquí temas complejos de derecho del comercio internacional y de jurisdicción de la Organización Mundial del Comercio que merecerían una entrada entera), pero en realidad hizo poco. ¿Pensó Xi que no era este el momento de escalar la confrontación? ¿O qué quizás Estados Unidos se cansaría de estas batallas, según subiese el precio de los teléfonos y otros equipos de telecomunicaciones, y las sanciones desparecerían con el tiempo, en especial dado el carácter volátil de Trump? ¿O simplemente que las sanciones no eran lo suficientemente efectivas por fallos de su diseño y que por tanto no merecía la pena pelearse por ellas?

Mientras estábamos en esto, llegó el covid y todo se aceleró. En un mundo con restricciones a la producción, asegurar el suministro de semiconductores era una prioridad más clara que nunca. Resulta significativo que una de las pocas empresas que recibió excepciones de la draconiana política de contención del covid por el gobierno chino fue Yangtze Memory Technologies, que, casualmente, está en Wuhan, el origen de la pandemia. Además, todos nos dimos cuenta de la carencia de chips y de los enormes riesgos que la concentración de la producción en Taiwán y Corea del Sur acarreaba en un mundo donde las viejas reglas de seguridad colectiva quedaban pulverizadas por la agresión de Putin a Ucrania y el cambio de retórica de China con respecto a Taiwán.

Y como había sido el caso en los años 80, el viento de las ideas también sopla en la dirección de reforzar estas tensiones geoestratégicas. Aunque la evidencia empírica de que la política industrial funcione más allá de unos pocos casos señalados es bastante escasa (por cada ejemplo donde ha funcionado, hay cinco ejemplos de fracaso; como dicen en Estados Unidos, un promedio de bateo bastante malo), esta se puso de moda de nuevo hace unos años en ciertos círculos. Mi interpretación es que esta resurrección del interés en la política industrial se fundamenta en una realidad clara: el mal crecimiento de la productividad en muchas economías avanzadas desde el año 2000 y el consiguiente estancamiento de los salarios, pero yerra en el diagnóstico (de nuevo, salvo con algunas excepciones), pues este estancamiento tiene que ver más con la demografía que con cualquier otro factor.

Foto: A pesar de la escasez de semiconductores, las entregas de coches eléctricos se han agilizado. (Citroën)

Es la confluencia de todas estas fuerzas (económicas, geoestratégicas e ideológicas) que llevan a Jack Sullivan, el Consejero de Seguridad Nacional por la administración Biden, a dar dos discursos claves, uno el 16 de septiembre de 2022 y otro unos días más tarde, el 12 de octubre de 2022. Invito al lector a que lea los dos discursos enteros, en este enlace (el primero) y este otro (el segundo). No son discursos muy largos y así pueden todos sacar sus propias conclusiones. Es mejor empezar con el segundo discurso, que anunció la nueva estrategia de seguridad nacional de Estados Unidos, e ir después al primero, que aunque pronunciado unos días antes, describe en más detalle las medidas concretas en relación con los semiconductores.

Voy a resumir y parafrasear, sin embargo, alguna de las ideas fundamentales de estos dos discursos (enfatizo que estoy replicando lo que Sullivan dijo, no que esté de acuerdo o en desacuerdo con ello):

  1. Estados Unidos estima que se encuentra en los primeros años de una década decisiva que establecerá los términos de su relación con China.
  2. Estados Unidos juzga que el comportamiento de China, tanto en política interna como externa, está promocionando una visión antiliberal en los ámbitos económicos, políticos, de seguridad y tecnológicos en competencia con Occidente.
  3. Estados Unidos encuentra que China es el único competidor que tiene tanto la intención de remodelar el orden internacional como la creciente capacidad para hacerlo.
  4. Estados Unidos no considera a Rusia como ese rival estratégico. La guerra de Ucrania ha dejado claro que Rusia es un tigre de papel, excepto por sus armas nucleares.
  5. La superioridad de Estados Unidos en las tres tecnologías claves del siglo XXI, a) computación, b) biotecnologías y c) energía, es una prioridad estratégica fundamental.
  6. Estados Unidos va a abandonar su política de escala móvil. Ahora Estados Unidos intentará mantener una ventaja tecnológica tan grande como sea posible.
  7. Para ello Estados Unidos invertirá grandes cantidades de dinero en investigación y fabricación de las tres tecnologías recogidas en el punto quinto.
  8. Y, a la vez, establecerá "muros altos en jardines pequeños" para limitar el acceso de China a las nuevas tecnologías.

Esta estrategia de "muros altos en jardines pequeños" es la que queda reflejada en las restricciones del 7 de octubre de 2022

¿Qué quiere decir esto de "muros altos en jardines pequeños"? Que, en vez de establecer restricciones muy amplias a la exportación de tecnologías, en este caso de semiconductores, Estados Unidos va a centrarse en crear barreras muy duras en puntos de presión muy determinados (por ejemplo, como expliqué en mi anterior entrada, en las máquinas fotolitográficas de luz ultravioleta extrema y en los láseres que estas usan), pero que resultan imprescindibles en la fabricación de semiconductores más avanzados.

Esta estrategia de "muros altos en jardines pequeños" es la que queda reflejada en las restricciones del 7 de octubre de 2022 (aunque los juristas expertos en estos temas tienen todavía muchas dudas sobre los detalles reglamentarios de las restricciones, que se irán conociendo durante los próximos meses y la interpretación de estos por las agencias regulatorias, en especial con respecto a las licencias otorgadas a fábricas ya existentes).

¿Funcionará esta nueva estrategia de Estados Unidos? Hay varios puntos a considerar. Primero, Estados Unidos no controla todas las tecnologías más avanzadas. En concreto, tenemos a la empresa líder en litografía, ASML, localizada en los Países Bajos, y a una empresa líder en todo lo relacionado con las obleas de silicio, Tokyo Electron en Japón (las otras tres empresas claves aquí, Applied Materials, Lam Research y KLA son estadounidenses y por tanto plenamente sometidas a las restricciones del gobierno federal).

Estados Unidos controlará suficientes puntos de presión para dificultar seriamente la vida de la industria china de semiconductores

Estados Unidos parece haber conseguido cierta cooperación gubernamental de los Países Bajos y Japón, aunque queda por ver su efectividad. Las empresas tecnológicas tienen un largo historial de "se obedece, pero no se cumple" en estos temas. ASML no parece estar muy por la labor de ayudar en exceso y como parte de su equipo no depende de patentes americanas sujetas a posibles restricciones tienen un cierto grado de libertad. Japón, en cambio, con China al acecho, parece estar más dispuesta a cooperar con Estados Unidos. Y, además, nos queda Taiwán, que se encuentra en una situación complicada: ni quiere perder su ventaja tecnológica montando factorías en Estados Unidos (que además le hace ser menos importante para que Estados Unidos la defienda), ni quiere provocar innecesariamente a China.

Mi lectura de la situación, advirtiendo que carezco de acceso a información privilegiada de los secretos comerciales de estas compañías, es que, al menos en el corto plazo, Estados Unidos controlará suficientes puntos de presión para dificultar seriamente la vida de la industria china de semiconductores.

El segundo punto por considerar es la capacidad de reacción china a estas restricciones. Personalmente no entiendo el argumento de los que se oponen a las nuevas restricciones de exportación argumentando que incentivarán a China a desarrollar su propia industria. La razón por la que Estados Unidos aprueba las sanciones es porque China ya está en esta labor. ¡El incentivo ya existía! Quizás ahora sea más fuerte, pero la diferencia es marginal.

Foto: Imagen del interior de la planta de Globalfoundries en Alemania. (Foto: EFE).

En el pasado China ha sido muy creativa a la hora de solucionar sus problemas de acceso a tecnologías prohibidas, como hizo durante el desarrollo de satélites en los años 90 del siglo pasado (recomiendo leer este libro de Hugo Meijer sobre las restricciones a las exportaciones tecnológicas de Estados Unidos a China desde 1979).** Este éxito pasado sugiere que, en unos años, China podrá haber recuperado buena parte del atraso que acarrea en la fabricación de semiconductores, sobre todo en un mundo de alta difusión tecnológica. Por ejemplo, RSIC-V es un conjunto de instrucción de hardware libre que ha mejorado muchísimo en los últimos años y que puede cambiar el futuro de la industria en los próximos tiempos.*** No hay secretos en RISC-V: está todo en la red.

Como antes, este argumento de la capacidad de China para recuperar el terreno perdido es presentado a menudo como una razón para no imponer restricciones. De nuevo, creo que es un argumento erróneo. Desde la perspectiva de Estados Unidos, cualquier retraso adicional en la convergencia de China a la frontera tecnológica es una ganancia neta. Si China alcanza a Estados Unidos en 2030, en vez de 2025 (por poner dos años arbitrarios), gracias a las restricciones, son cinco años de ventaja geoestratégica adicionales. La política exterior pasa por sobrevivir al mañana. El pasado mañana, ya veremos.

¿Y cómo queda Europa en general, y España, más concretamente, en esta 'guerra'?

Pero en este caso no es solo una cuestión de cortoplacismo miope. Estados Unidos piensa que el coste reputacional con China de estas nuevas restricciones es pequeño (las relaciones ya estaban rotas, con lo cual no hay mucho "valor de continuación" que mantener) y que, en el largo plazo, el futuro le favorece. Tanto demográficamente, como en términos de vitalidad social, Estados Unidos está mucho mejor posicionado que China (este libro y este otro son dos exposiciones recientes de esta perspectiva). Mi propia investigación más reciente sobre China sugiere que la combinación de una demografía perversa y una clara caída del crecimiento de la productividad predicen unos años 30 del siglo XXI económicamente muy malos para el gigante asiático.

Considerando estos dos puntos de manera conjunta. Sí, Estados Unidos será capaz de infligir daño a la industria de semiconductores china y, aunque este castigo no sea absoluto, sí que es suficiente para embarcarse en esta política. En un mundo en el que no hay varitas mágicas para nada, solo parches parciales a problemas complejos, esta es la política que maximiza los beneficios para Estados Unidos, al menos a la luz de la información de la que disponemos en este momento.

¿Y cómo queda Europa en general, y España, más concretamente, en esta guerra? ¿Cómo está reaccionando la Unión Europea y el Gobierno de España? A principios de abril, en la tercera y última entrada de esta serie, analizaré algunas claves de esta dimensión más cercana a todos nosotros.

* Chris Miller es compañero mío en el American Enterprise Institute, aunque no he tratado con él.

** Existe además el recurso a la Organización Mundial del Comercio por violación de las reglas de comercio internacional que China ya inició en diciembre. Este recurso (en estos momentos, consultas de disputa) añade más leña al fuego en el que se encuentra la Organización Mundial del Comercio con respecto a la actitud de Estados Unidos en temas de derecho internacional económico (aquí un buen resumen y su insistencia en que él es el único que va definir qué es su seguridad nacional.

*** Como siempre se dice, "cuanto más cambian las cosas, más son lo mismo". Los ordenadores en los que yo trabajé la mayor parte del tiempo durante mi doctorado era unas estaciones de trabajo Sun, con una arquitectura RISC que se llamaba SPARC. Por una serie de motivos, siempre me gustó mucho más programar en esa arquitectura para lo que yo hago en mi trabajo académico, pero comercialmente SPARC se convirtió en un nicho, a Sun se la llevó por delante el crash de 2002 (aunque languideció unos años más) y me tuve que mudar a las arquitecturas de Intel.

En mi anterior entrada expliqué cinco ideas. La primera, que los chips eran el elemento fundamental de la economía moderna, mucho más que el petróleo. La segunda, que, como consecuencia de las enormes economías de escala en la industria, la producción de semiconductores, especialmente los más avanzados, estaba increíblemente concentrada en Taiwán y Corea del Sur, una región con una alta inestabilidad geoestratégica. Tercera, que Estados Unidos controlaba la parte más importante del valor añadido de la industria de semiconductores (pues la producción física de semiconductores solo es un paso en la industria, que también requiere diseño, software, etc.). Cuarta, que China, desde hace una década, aspira a capturar una parte mayor de ese valor añadido mundial. Y, quinta, que dadas las repercusiones militares que suponen que el gigante asiático avance en la producción de semiconductores, Estados Unidos había lanzado una agresiva e inusitada campaña de restricciones a la exportación de tecnología en este sector a China, con el anuncio de nuevas regulaciones el 7 de octubre de 2022 que aventuraban una nueva etapa de la economía mundial.

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