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Las instituciones y el pensamiento de suma cero
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Jesús Fernández-Villaverde

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Las instituciones y el pensamiento de suma cero

Cada vez seleccionamos peor a quienes gobiernan las instituciones, el respeto al comportamiento de estas es cada vez menor y su desenvolvimiento en el quehacer diario demuestra carencias cada vez más obvias

Foto: Vista de la escalinata de los leones en el Congreso de los Diputados. (EFE/Mariscal)
Vista de la escalinata de los leones en el Congreso de los Diputados. (EFE/Mariscal)

Regreso a estas páginas digitales tras unos meses de pausa causada por una inusitada acumulación de obligaciones académicas. Y aunque el final del semestre lectivo no ha supuesto más que un leve respiro, he querido robar unas horas a mis quehaceres para despedir 2023 con unas breves reflexiones y encarar el 2024 con el firme propósito de retomar mi serie sobre la economía de la inteligencia artificial.

En este año que termina hemos presenciado un incremento de la preocupante tendencia del deterioro institucional en todo occidente y, como argumentaré en unas líneas, de manera más pronunciada en España. Cada vez seleccionamos peor a quienes gobiernan las instituciones, el respeto al comportamiento de estas es cada vez menor y su desenvolvimiento en el quehacer diario demuestra carencias cada vez más obvias. Como los cánceres que crecen de manera sigilosa al principio, pero implacable, las consecuencias tempranas de este deterioro institucional son leves pero el impacto en el largo plazo es letal. Por ejemplo, el verdadero problema de nombrar una persona de segunda categoría para sustituir a una de primera en puestos de responsabilidad de una institución no es el daño inmediato, pues la institución, guiada por la excelencia en el pasado, probablemente tenga costuras sólidas para sobrevivir a un gestor mediocre. El verdadero problema es que una persona de segunda categoría nombrará a una persona de tercera categoría como su sucesora y esto sí que traerá consecuencias imprevisibles.

Mencionaba anteriormente que el deterioro institucional se da en todo occidente. Yo lo veo quizás con más claridad, pues mi vida transcurre con mi cuerpo en Estados Unidos y mi corazón en España. Y en los dos lados del Atlántico, 2023 nos ha dejado pruebas fehacientes de estos problemas. Mi universidad, Penn, ha sufrido de manera aguda la consecuencia de nombrar a una persona de segunda categoría, Liz Magill, como rectora en julio de 2022, y su mandato ha terminado como el rosario de la aurora. En España hemos visto cómo los principios básicos del Estado de Derecho han sido traicionados por un plato de lentejas parlamentario.

Como economista, la manera en la que me enfrento a estos problemas siempre es la misma. Primero, trato de encontrar datos que confirmen o refuten mi impresión subjetiva de la situación. Segundo, intento entender los incentivos, comportamientos y condiciones de agregación que llevan a una situación. Tercero, diseño intervenciones que corrijan los problemas dados los datos del primer paso y el razonamiento teórico del segundo.

¿Cómo medimos la calidad institucional? Esta medición es un reto

Empecemos por el primer paso. ¿Cómo medimos la calidad institucional? Esta medición es un reto, pues no andamos buscando una variable objetiva, como la velocidad de un objeto en un laboratorio de física. Podría dedicar un libro entero a explicar cómo los economistas afrontamos este desafío y las inevitables carencias que cualquier medición acarreará. Pero, en el interés de la concisión, permítanme que les invite a consultar el Worldwide Governance Indicators, unos indicadores elaborados por el Banco Mundial que aglutinan las percepciones de los ciudadanos, empresas, expertos y distintas organizaciones de más de 200 países y territorios sobre la calidad de la gobernanza desde 1996. Estos indicadores se dividen en medidas de la fortaleza del Estado de Derecho, la calidad regulatoria, la efectividad del gobierno y el control de la corrupción.

Recientemente, cuatro economistas del Banco Central Europeo (Klaus Masuch, Wolfgang Modery, Ralph Setzer y Nico Zorell) han estudiado la evolución de los indicadores del Banco Mundial para 30 economías avanzadas desde 1998 (el principio de la muestra homogénea) hasta 2021 (el último año disponible). Estas 30 economías incluyen a los miembros de la Unión Europea, Estados Unidos, Reino Unido y Japón.

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El indicador sintético medio de la eurozona comenzó en 81,3 en 1998, subió hasta 82,5 en 2012 y empeoró hasta 81,5 en 2021. En comparación, el indicador sintético de Estados Unidos ha caído de manera continua de 92,7 en 1998 a 89,7 en 2012 y 87,3 en 2021, una caída acumulada de 5,4. Es decir: la Eurozona parece mantener su calidad institucional, de media, mejor que Estados Unidos, aunque el nivel de este (87,3) sigue siendo mayor que el nivel medio del área Euro (81,5).

Pero la Eurozona es una región muy heterogénea, con países mejorando y empeorando simultáneamente. Así que fijémonos en España. Nuestra nación ha pasado de un indicador sintético de 89,2 en 1998 a 81,6 en 2012 y 76,5 en 2021, una caída acumulada de 12,7. Esta caída es preocupante por dos motivos: primero, por su magnitud, 12,7, más del doble de la de Estados Unidos (5,4); y, por otro lado, por ser la segunda mayor caída entre las 30 economías de la muestra. Solo Hungría ha visto su calidad institucional deteriorarse más (15,4).

En Estados Unidos hay una expresión: Thank God for Mississippi. Como Mississippi es casi siempre el peor estado de la Unión en cualquier medida (renta per cápita, educación, crimen), en los estados cercanos como Alabama, que suelen ser los penúltimos de los rankings, dan gracias a que la presencia de Mississippi les salva de ser los farolillos rojos. Poco consuelo es decir Gracias a Dios por Hungría por haber salvado a España del ignominioso título de mayor deterioro institucional entre las economías avanzadas.

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Otra manera de verlo es que, mientras España era la undécima economía de la muestra en términos de calidad institucional en 1998, en 2021 hemos retrocedido hasta la vigésima posición. Por detrás de nosotros ya solo quedan naciones que la mayoría de los españoles quizás miren todavía con cierto aire de superioridad, pero que, al paso al que vamos, pronto nos superarán en calidad institucional y renta per cápita.

El primer paso que apuntaba anteriormente tiene una conclusión clara: mi impresión subjetiva era correcta. Tanto Estados Unidos como España han visto su calidad institucional deteriorarse, pero el deterioro en España es mucho más agudo y comenzaba desde un nivel inferior.

El segundo paso, recordemos, consiste en entender los incentivos, comportamientos y condiciones de agregación que llevan a una situación. Dado que 17 de las 30 economías de la muestra han visto caer su calidad institucional de 1998 a 2021, debe de haber mecanismos comunes a nivel global detrás de este deterioro. En entradas anteriores he esbozado algunos de ellos, como el cambio demográfico o la volatilidad del voto causada por las redes sociales y la erosión de las estructuras sociales tradicionales.

El deterioro institucional de España ha sido constante de 1998 a 2021, tanto con gobiernos del PP como del PSOE

Pero estos elementos comunes parecen incidir de manera más crítica en España y multiplicarse por los efectos de nuestras peculiaridades político-económicas. De hecho, esta fue la motivación de una serie de siete entradas que escribí con Tano Santos. Esa serie partía de la misma observación que la que hacemos a la luz de la evolución de los indicadores del Banco Mundial: "España sigue anclada en la mediocridad de su rendimiento económico, ensimismada en su aislamiento, sin mayores alegrías que las que producen nuestros deportistas".

El deterioro institucional de España ha sido constante de 1998 a 2021, tanto con gobiernos del PP como del PSOE (o, desde 2019, de este en coalición con la cambiante configuración de siglas a su izquierda). Llegados a este punto sé perfectamente lo que ocurre en la discusión pública (o en los comentarios a mis entradas): los españoles comenzamos a jugar nuestro deporte nacional que, contrario a la creencia extendida, no es el fútbol, sino el "¡Y tú más!". Los simpatizantes de cada partido político nos explican, con más o menos elocuencia, cómo cualquier posible pecado venial de su partido (en el remotísimo caso de que su partido haya pecado, cosa tan improbable que no merece ni pensar en ella) palidece frente a los pecados mortales del otro bando.

Durante muchos años la virulencia del argumento "¡Y tú más!" en España me sorprendió. Por supuesto que este argumento surge en la discusión pública de otros países en los que he vivido cierto tiempo (Estados Unidos y el Reino Unido), pero no con la misma intensidad. ¿Por qué es tan difícil en España entender que si un comentarista critica al PP no necesariamente es un "rojo peligroso" y si se queja del PSOE no es un "facha reaccionario"? ¿O que si escribo sobre las tensiones creadas por el crecimiento económico de Madrid no soy "antimadrileño" o "esbirro de Ayuso" (contradictorias acusaciones que recibí después de mi serie sobre Madrid?

En un mundo agrícola tradicional, en constante estancamiento, el pensamiento de suma cero tiene cierto sentido

Recientemente mi visión sobre este tema se ha visto profundamente influida por un artículo de Sahil Chinoy, Nathan Nunn, Sandra Sequeira y Stefanie Stantcheva, Zero-Sum Thinking and the Roots of U.S. Political Divides y por mis conversaciones con Luis Garicano (que también ha escrito sobre este tema hace unos días en otro medio nacional). El argumento de estos economistas es que el pensamiento de suma cero tiene una influencia brutal en cómo analizamos la vida política, más incluso que si somos de izquierda o de derechas.

La idea del pensamiento de suma cero fue propuesta por el antropólogo George Foster (anthropologist) en un famoso artículo de 1965. Foster argumentaba que en muchas sociedades agrícolas tradicionales imperaba una mentalidad en la que se percibía que la producción total era constante y que, por tanto, las ganancias de un miembro de la sociedad eras las pérdidas de otro.

En un mundo agrícola tradicional, en constante estancamiento, el pensamiento de suma cero tiene cierto sentido. Pero la supervivencia de este concepto en el mundo moderno es extraña. Desde el comienzo de la revolución industrial, la producción per cápita de la humanidad se ha multiplicado por un factor de 15 (en esta entrada lo explico en detalle). El mundo, obviamente, es una suma positiva.

Chinoy y sus coautores argumentan que la creencia en el pensamiento de suma cero puede sobrevivir en situaciones donde nuestra experiencia personal parece corroborar que el mundo sea de suma cero, como cuando hay poca movilidad intergeneracional o mucha discriminación. Esta experiencia personal "aplasta" a la evidencia agregada.

A lo largo de siglos, España fue una economía regulada e intervencionista, con nulo (o muy poco) crecimiento económico

Este razonamiento enlaza con mi propia lectura de la historia económica de España. A lo largo de siglos, España fue una economía regulada e intervencionista, con nulo (o muy poco) crecimiento económico. En una economía así, la única manera de prosperar era obtener una prebenda del Estado, fuera esta grande (un monopolio nacional) o pequeña (el estanco de mi pueblo). Durante generaciones los españoles interiorizaron que la vida económica era una lucha por conseguir estas prebendas: si yo tengo el estanco del pueblo, tú no lo puedes tener.

Y aunque España ya no es una economía atrasada y cerrada, sino que se modernizó, abrió y creció de 1959 a 2006, la mentalidad nacional ha cambiado poco y el estancamiento económico desde 2007 ha reforzado las viejas creencias. Tristemente, el pensamiento de suma cero predomina en España.

"¡Y tú más!" es simplemente la manifestación retórica del pensamiento de suma cero subyacente. Como no puede haber crítica constructiva que incremente el bienestar total de la sociedad, el único objeto de la discusión es la "defender lo mío".

A los españoles no nos importan las instituciones, porque en este pensamiento las instituciones no crean riqueza, solo la reparten

Esto se aprecia en mil situaciones. Mi ejemplo favorito es la inteligencia artificial. En España hemos tenido una discusión casi nula sobre nuestra magra presencia en este campo. Yo leo decenas de artículos científicos y libros sobre el tema dado mi trabajo en economía computacional. Rarísimamente me encuentro con un autor español. Pero lo que sí que hemos tenido es una agría discusión sobre la localización de la sede de la Agencia Nacional de Supervisión de la Inteligencia Artificial. En vez de hablar de cómo nos quedamos atrás en investigación y desarrollo, que es lo que importa de verdad, hablamos de a quién le tocará la prebenda de la sede, incluso metiendo a los magistrados de por medio.

La mentalidad de suma cero es la que también explica que tantos crean que el crecimiento económico de Madrid solo sea posible a costa de otras regiones, que se diga "España vaciada" (como si hubiera habido deportaciones) o mil cosas más sin sentido alguno.*

¿Y qué tiene que ver este pensamiento de suma cero con el deterioro institucional? Que a los españoles no nos importan las instituciones, porque en este pensamiento las instituciones no crean riqueza, solo la reparten. Tener mejores o peores instituciones da igual. Lo que importa es quién las controla.

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Pensemos en el ejemplo del Consejo General del Poder Judicial, el caso más sangrante de deterioro institucional en España. Seamos sinceros: si simplemente un 10% de los españoles pensaran que la reforma del Consejo General del Poder Judicial fuera determinante en su voto, el sistema de elección de este se habría reformado hace décadas. Hay alternativas sencillas, como la insaculación, que he explicado en una entrada anterior. Pero ni el PSOE, que introdujo el actual nefasto sistema, ni el PP, que ha tenido dos mayorías absolutas para cambiarlo, han hecho nada al respecto. ¿Por qué? Porque tanto el PSOE como el PP lideran España por detrás, es decir, siguiendo lo que quieren los votantes, en vez de llevar la delantera y explicar a los votantes lo que necesitamos, como hacían Churchill, Adenauer o De Gaulle. El problema fundamental de la democracia en España no es que el PSOE y el PP (y los demás partidos en proporción al poder que han tenido) no hayan hecho lo que le han querido sus votantes, sino que los partidos españoles han obedecido a sus votantes a rajatabla.

España pudo mejorar sus instituciones desde 1959 hasta aproximadamente 2000 porque los vientos favorables del exterior empujaban a estas reformas (el papel del FMI, primero, y de la Unión Europea, después, fueron clave), y porque una pequeña élite convenció a tirios y troyanos de que las reformas eran necesarias. Navarro Rubio y Ullastres sacaron el Plan de Estabilización adelante a pesar de la oposición de la mayoría del régimen (y casi seguro de la oposición de la gran mayoría de los españoles si hubieran podido votar). Las reformas de Boyer y Solchaga salieron adelante por el apoyo de Felipe González y el "caramelo" de la adhesión a Europa. Pero como quedó claro en el 14D, esto de la estabilidad de precios, el presupuesto público equilibrado, los mercados abiertos y competitivos, la independencia del Banco de España y demás agencias regulatorias y la excelencia en el sistema educativo no se lo terminaba de creer casi nadie fuera de la almendra de Madrid y (algunos) departamentos de economía.

Cuando las cosas empezaron a ir mal para la calidad institucional a nivel mundial hace unos 20 años, el pensamiento de suma cero implicó que España carecía de "anticuerpos" para protegerse de los virus importados. Igualmente, el pensamiento de suma cero facilitó que las élites político-económicas (algunas veces llamadas "élites extractivas") pudiesen campar a su anchas durante los años del boom inmobiliario, dejando unas cicatrices profundas en nuestra sociedad que todavía sufrimos a diario. Moral Santín, de Izquierda Unida, podía ponerse de acuerdo con Miguel Blesa y el PP porque el ambos coincidían en lo básico: ellos estaban ahí para extraer rentas de Caja Madrid, no para crear valor para la institución. Y como el pensamiento de suma cero implica que un directivo de calidad no tiene un efecto de primer orden sobre el desempeño de una empresa ("¡cualquiera puede ser el jefe!"), no hubo fiscalización alguna de las fechorías de los Blesas y Santines.

El ejemplo de Caja Madrid demuestra que este es un problema general. Nos quejamos (con razón) del comportamiento de Pedro Sánchez desde las elecciones generales. No creo que Feijóo hubiera sido mucho mejor. Solo hay que ver cómo trató Mariano Rajoy a las instituciones independientes como FEDEA o su política de nombramientos: el caso de Elvira Rodríguez en la CNMV resume el "Marianismo institucional" de manera perfecta.

La calidad institucional ha caído en muchos países y en España más que en casi ninguna otra economía avanzada

Resumamos el argumento hasta este momento:

  1. La calidad institucional ha caído en muchos países y en España más que en casi ninguna otra economía avanzada.
  2. El pensamiento de suma cero es una hipótesis razonable del diferencial en la caída: España responde con más virulencia a las mismas tendencias globales porque genera incentivos perversos para los partidos políticos que llevan a resultados nefastos.

Nos queda pendiente el tercer paso esbozado al comiendo de la entrada: ¿qué intervenciones pueden revertir la situación?

Encontrar respuestas a estas preguntas ya no solo es cuestión de conseguir devolver el crecimiento económico a España

Esta pregunta se puede responder a dos niveles. El primer nivel, más superficial, es enumerar reformas concretas para incrementar nuestra calidad institucional. Invito al lector a que repase mi serie de siete entradas sobre "una gran estrategia para España". Escribí algo más de 15.000 palabras sobre reformas concretas (de hecho, una crítica común que recibí fue que había sido detallado en exceso). Obviamente no tiene sentido que repita aquí esas propuestas.

El segundo nivel es más profundo: ¿cómo romper con el pensamiento de suma cero en España? No lo sé, la verdad. ¿Cambios en el sistema educativo? ¿Dejar que funcione el mercado para que la gente compruebe que la vida es de suma positiva? Pero ¿cómo aprobar estas reformas contra la inercia de ese pensamiento de suma cero?

Encontrar respuestas a estas preguntas ya no solo es cuestión de conseguir devolver el crecimiento económico a España. El pensamiento de suma cero está también asociado a más infelicidad. El lógico: si el mundo es lo que es y no se puede mejorar (excepto quitándote a ti lo tuyo para dármelo a mí y hacerlo "más justo"), uno termina haciéndose pesimista. Incluso cuando uno gana en el juego político ("nuevos derechos sociales", "más recursos para mi región") estas conquistas son provisionales, siempre a riesgo de perderse en el siguiente giro político. No solo no puedo exigir responsabilidades a mi partido (no siendo que perdamos “lo nuestro”), sino que vivo bajo la constante ansiedad de una derrota electoral. Los enormes niveles de resentimiento e infelicidad que experimentan ambas partes responden a una explicación sencilla: al final del día, el PSOE y el PP son dos manifestaciones, ligeramente diferentes, pero profundamente equivalentes, del pensamiento de suma cero.

*De hecho, mi interpretación de porque el "anti-Madrileñismo" ha crecido tanto en el resto de España es porque Madrid, como consecuencia de muchos motivos, es probablemente la región de España donde hay menos pensamiento de suma cero. Esto implica que madrileños y, por ejemplo, muchos asturianos (empezando por Barbón) tengan una visión tan radicalmente diferente de la realidad que resulte imposible la discusión racional.

Regreso a estas páginas digitales tras unos meses de pausa causada por una inusitada acumulación de obligaciones académicas. Y aunque el final del semestre lectivo no ha supuesto más que un leve respiro, he querido robar unas horas a mis quehaceres para despedir 2023 con unas breves reflexiones y encarar el 2024 con el firme propósito de retomar mi serie sobre la economía de la inteligencia artificial.

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