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El futuro electoral de la derecha en España (II)
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Jesús Fernández-Villaverde

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Jesús Fernández-Villaverde

El futuro electoral de la derecha en España (II)

Feijóo fracasará en gestionar la economía española porque las restricciones político-económicas a las que se enfrentará son demasiado estrictas

Foto: Santiago Abascal comparece ante los medios. (Europa Press)
Santiago Abascal comparece ante los medios. (Europa Press)

En mis dos entradas anteriores (aquí y aquí) presenté evidencia estadística y comparada sobre el futuro electoral de la derecha española. Hoy me toca posicionar a Vox en un contexto histórico y sociológico, labor que me permitirá interpretar los datos de mis entradas anteriores.

Uno de mis libros de historia favoritos es La Droite en France de 1815 à nos jours. Continuité et diversité d'une tradition politique, de René Rémond. El argumento de Rémond es que la derecha en Francia se ha articulado históricamente en torno a tres ejes. El primero es la derecha legitimista. Este eje está formado por aquellos votantes que se oponen a la Revolución y lo que esta supone. Aunque con el tiempo el legitimismo "puro" va perdiendo fuerza (y queda desacreditado tras el régimen de Vichy), se mantiene como una fuerza subterránea de oposición a los cambios sociales que acarrea la modernidad. El segundo eje es el orleanismo, la derecha liberal que acepta la Revolución, pero la interpreta de la manera más moderada posible. El orleanismo es el gran aliado de los empresarios y de la economía de mercado (bueno, tanta economía de mercado como puede aceptar un francés). El tercer eje es el bonapartismo, la derecha cesarista que busca una identificación entre el pueblo francés y un líder carismático, todo ello imbuido de un fuerte nacionalismo, un estado poderoso y siempre a un paso del fascismo.

Con todos los matices necesarios, esta división tripartita de la derecha existe en todos los países de Europa continental (en el Reino Unido, donde no ha habido revolución desde 1688, esta división tiene menos sentido). Hay una derecha que voy a llamar legitimista (o nacional-conservadora), vinculada a las estructuras de poder social tradicionales y al mundo rural; una derecha orleanista (o liberal-conservadora), vinculada a las clases urbanas profesionales y empresariales; y una derecha cesarista, vinculada a las clases medias y medias-bajas menos favorecidas por el crecimiento económico y más preocupadas por el futuro.

La derecha legitimista en España fue evolucionando desde el carlismo y la parte más conservadora del moderantismo, como Donoso Cortés, hacia el neotradicionalismo de Fernández de la Mora. Por su parte, el orleanismo transitó de la parte más aperturista del moderantismo, como Martínez de la Rosa, y de los liberales a la derecha de los progresistas, como Mendizábal, hasta la UCD. La genialidad de Fraga fue integrar en 1982 en la Alianza Popular a los legitimistas nostálgicos del franquismo y a los orleanistas del Círculo de Empresarios, sin que se diesen demasiados tortazos entre ellos. La derecha cesarista siempre ha tenido menos tirón en España, aunque de vez en cuando surjan fogonazos al estilo SALF. Esta situación quizás sea consecuencia de la falta de genios de la política en España como Napoleón (y lo digo siendo alguien que carece de afectos por las águilas imperiales). En este sentido, por muy fascista que fuera uno, era difícil tomarse en serio a Primo de Rivera o a Serrano Suñer.

Foto: Feijóo y Abascal en el Senado. (EFE/Kiko Huesca) Opinión
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La Segunda Guerra Mundial anatemizó a la derecha cesarista, pues una versión radical de la misma la representaba el fascismo, y a la derecha legitimista, que había apostado por una alianza con el cesarismo. Tanto en Italia como en Alemania, el fascismo no había conquistado el poder: fueron las élites nacional-conservadoras quienes lo habían entregado como solución a sus propias contradicciones internas. Hasta el fatídico día del Machtergreifung, el poder último en Alemania residía en el Reichswehr y el gabinete de Hindenburg. Fueron von Papen, Meissner, Hugenberg y Hindenburg hijo (Oskar) los que hicieron canciller a Hitler, no los resultados de las elecciones federales de noviembre de 1932.

Esto supuso que los esquemas anteriores no funcionaran cuando, en 1945, la derecha en Francia, Italia o Alemania se ve obligada a crear nuevos partidos. Se necesitaba un movimiento político que agrupase el mayor número posible de votantes para parar a una izquierda reforzada tanto por el creciente prestigio de una Unión Soviética que había derrocado al fascismo, como por los deseos de muchos de reducir las desigualdades sociales. Para lograr este objetivo, revivir al Partido Nacional del Pueblo Alemán, no tenía ni pies ni cabeza.

Foto: Feijóo y Abascal, en el Congreso de los Diputados. (EFE/Fernando Villar) Opinión
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La solución en Alemania e Italia pasó por los partidos democristianos, fruto estos del proceso de adaptación de la derecha legitimista más religiosa a la realidad del sufragio universal, y que se construyen sobre una ideología que tiene la ventaja de ser el conjunto vacío. Se puede ser tan democristiano estando a la derecha como a la izquierda. Tanto Adenauer como De Gasperi fueron encarcelados por el fascismo (a Adenauer estuvieron a punto de fusilarlo y De Gasperi se pasó cuatro años en prisión), y esta represión es el carné que les permite ser los nuevos líderes de la derecha en sus países. Y como en Alemania e Italia la derecha orleanista era pequeña (FDP o PL), este sector puede convertirse fácilmente en muleta de una democracia cristiana que absorbe a legitimistas y cesaristas. Francia tiene a De Gaulle que, gracias a haberse ido a Londres en 1940, puede crear un movimiento que abarca a la mayoría social: hay gaullistas de derechas y gaullistas de izquierdas. A nivel personal, De Gaulle es un legitimista que ha aceptado que la restauración es imposible y que hace las paces con la derecha orleanista. Su prestigio personal, además, juega el papel cesarista que tanto gusta en Francia. La democracia cristiana y el Gaullismo se convierten en el Volkspartei que alcanza la hegemonía electoral durante décadas.

En España, tras la muerte de Franco, la derecha orleanista funda la UCD. En comparación, la derecha legitimista no tiene cintura táctica. Blas Piñar vive en una realidad alternativa y Fernández de la Mora, por muy culto que fuera, no entiende cómo piensan los votantes que no tienen un piso de 400 m2 en la calle Juan Bravo de Madrid. La lealtad a la memoria de Franco, así como las rencillas históricas entre falangistas, carlistas (de variadas facciones) y tradicionalistas a secas, hacen que el mundo de la derecha legitimista en España sea un caos durante décadas. Fraga, de 1977 a 1982, se queda en el medio, ni suficientemente orleanista ni legitimista auténtico, y sobrevive de milagro.

No era esta, sin embargo, la única posibilidad. Si Blas Piñar se hubiese muerto de un infarto en 1977 y la derecha legitimista hubiera encontrado a un Giorgio Almirante, Fuerza Nueva (bueno, con un nombre más "sensato") habría accedido al 10% de los votos. Fraga, entre 1977 y 1979, está achicado por la UCD y no termina de articular un espacio propio, por lo que no habría podido resistir el empuje de un Almirante, en especial si hubiera sido alguien como Jorge Verstrynge, joven y de buena planta (Fraga no era ni lo uno ni lo otro).

Foto: El líder de Vox, Santiago Abascal, tras la reunión extraordinaria del Comité Ejecutivo Nacional de Vox. (Europa Press/ A. Pérez Meca) Opinión

Pero Blas Piñar no se muere, y se queda de tapón durante veinte años, y a la UCD la "asesinan" Herrero de Miñón, Alzaga y Fernández Ordóñez. Fraga, que parecía destinado a quedarse para vestir santos, puede agrupar a casi todos los votantes que se oponen al PSOE y no son nacionalistas. Hay que dar un par de vueltas más (Fraga retirarse y Hernández Mancha estrellarse) para que finalmente España tenga un Volkspartei de derechas, el PP de Aznar. De 1996 a 2018, el PP controla la presidencia del gobierno casi el doble de tiempo (14 años y medio) que el PSOE (algo menos de ocho años) porque puede agrupar a orleanistas, legitimistas y (los pocos) cesaristas de España.

Pero, paradójicamente, cuando el PP logra una plataforma electoral similar en potencia a la CDU/CSU alemana, la democracia cristiana italiana o las mil variantes del gaullismo francés, estos referentes europeos empiezan a agrietarse.

Como pasa en Europa desde la Edad Media, Francia va por delante. El legitimismo renace tras el trauma de la guerra de Argelia. Ya no hace falta excusar el dolor y la lástima de Vichy. Uno puede organizar un partido contra la "traición" imbuida en "Je vous ai compris". Hay una base electoral de pieds-noirs que odia al establishment, veteranos del 1er REP que insisten en que "Je ne regrette rien" y gente que no entiende por qué los argelinos vienen ahora a Lyon tras reclamar tanto la independencia. Le Pen funda el Frente Nacional en 1972 nutriéndose de estos tres grupos de votantes. Cuatro décadas más tarde, el partido (con un cambio cosmético de nombre) es el más votado en Francia en la primera vuelta de unas elecciones generales.

Foto: El líder de Vox, Santiago Abascal (i), en los pasillos del Congreso de los Diputados. (Eurropa Press/Eduardo Parra) Opinión
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Italia va por detrás y aquí el colapso de la democracia cristiana viene de la corrupción y el estancamiento económico. Pero como Italia no tiene el trauma de Argelia, lo que triunfa inicialmente es el cesarismo de Berlusconi (¿qué hay más cesarista que un partido que se llama Forza Italia?). Como el cesarismo no funciona en ausencia de un Cayo Octavio (y Berlusconi no lo es), tras muchas curvas, Italia termina igual que Francia: con Fratelli d'Italia, su derecha legitimista, como el partido más votado.

Alemania es el último reducto entre los gigantes continentales del predominio de los Volksparteien de derechas. Muchos votantes alemanes aún sienten tanta vergüenza por haber sido los "malos" del siglo XX que no osan votar a la derecha de la CDU/CSU. Pero el tiempo pasa, los que se acuerdan del 45 se van muriendo (¿qué joven alemán sabe quién era Alfred Hugenberg?), la sensación de que se está subsidiando al resto de Europa crece y cada vez hay más inmigrantes. Así que te surge Alternativa para Alemania. El partido no termina de romper techos electorales (en las últimas europeas se queda en un 15,9%), porque no ha dado con un líder carismático y sufre de luchas internas constantes. Pero, tarde o temprano, Alternativa para Alemania dará con la tecla de una líder adecuada (sí, empleo el género femenino en el artículo indefinido con plena consciencia) que ponga calma en el patio y lleve al partido al 25%-30% de los votos.

España sigue el paso de Francia, Italia y Alemania décadas más tarde, simplemente porque España llega a todo, a lo bueno y a lo malo, con 40 años de retraso desde Felipe II. Vox surge primero como los legitimistas más tradicionales (el votante del Barrio de Salamanca), que se llevan las manos a la cabeza con Rajoy*. Pero este desencanto con Rajoy necesita de los catalizadores del proceso soberanista en Cataluña y de la inmigración para comenzar a cuajar en un éxito electoral.

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A la vez, lo más probable es que si los eventos hubieran transcurrido por otro sendero (por ejemplo, Cataluña es una balsa de aceite de 2010 a 2023), algo diferente habría impulsado a Vox, quizás la corrupción, quizás el estancamiento económico. Por una parte, Vox tiene la fortuna del proceso en Cataluña, pero la mala suerte de un líder que gusta a los suyos, pero que tiene muy poco tirón fuera de la base. ¿Dónde estaría ahora Vox sin 1-O, pero con una líder carismática y con olfato político? Mi apuesta es que en el 15% de los votos, no en el 10%.

La razón última es que, en 2024, ya no es posible en la Europa continental tener un único partido que agrupe a la derecha legitimista, orleanista y cesarista. Lo que hemos visto en Francia, Italia, Alemania y España son reacciones a fuerzas profundas mediadas, eso sí, por epifenómenos. Como siempre ocurre, el cambio político es fruto de la confluencia de estructura y agencia.

¿Por qué estamos en esta situación? Por muchos motivos, pero, a causa del espacio, solo podré esbozar cinco de ellos.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, el presidente francés, Emmanuel Macron, y el canciller alemán, Olaf Scholz. (Reuters/Denis Balibouse)

El primero y más fundamental es la inmigración. El cambio demográfico en Europa Occidental inducido por la inmigración es uno de los más rápidos en la historia de la humanidad. A algunos votantes este cambio demográfico les parece fenomenal, a otros horroroso e incluso habrá a quienes les deje indiferente. Pero les pondré un ejemplo sencillo que ilustra lo profundo de los cambios que acarrea la inmigración y por qué muchos votantes reaccionan ante los mismos.

En 2023, los hijos de madres extranjeras representaron el 34,6% del total de nacimientos en Cataluña, un porcentaje que además crece aceleradamente cada año. A este ritmo, en 2080, Cataluña puede que tenga una mayoría de población con al menos un progenitor no nacido en España. Dado que la gran mayoría de los nacidos de madre extranjera no empleará el catalán como lengua fuera del sistema educativo (no, no va a pasar por mucho que la Generalitat intente remediarlo con miles de iniciativas) y que entre los nacidos de madre española al menos el 50% prefiere el uso del castellano en su vida diaria, el catalán tenderá a extinguirse. No del todo, sobrevivirá como sobrevive el gaélico irlandés: en el sistema educativo y en unos pequeños pueblos muy aislados. Pero de igual manera que uno camina por Dublín y no oye ni una sola vez gaélico irlandés, en 2080 nadie oirá catalán en Barcelona.** La única manera que tiene el catalán de sobrevivir es o la independencia de Cataluña (que permitiría, quizás, reprimir tanto el uso del castellano como para que los "nuevos catalanes" adopten el catalán como lengua en su vida diaria) o reduciendo la inmigración en un 90% (o con ambas medidas). Pero con una Cataluña en España y con el nivel de inmigración actual, el catalán está sentenciado de muerte.

Esto lo explico enfatizando que 1) yo no soy catalán, 2) no hablo ni una palabra de catalán y 3) a nivel personal, el futuro del catalán no me afecta ni positiva ni negativamente. Pero tengo la empatía suficiente para entender que para un hablante materno de catalán este escenario en el que su lengua desaparecerá en la práctica en 60 años sea una cuestión existencial, y también la abstracción para observar que la única respuesta que le están dando ahora mismo las élites políticas, económicas e intelectuales es llamarle xenófobo. ¿De verdad nos extraña que este votante haya optado por Aliança Catalana?

Foto: Una migrante pasea por una calle en Barcelona. (EP/David Zorrakino)

El segundo motivo es el cambio económico. La ola de globalización que comenzó alrededor de 1979 y las nuevas tecnologías de la información favorecen a las grandes ciudades. Las ventajas de la aglomeración urbana son en 2024 más grandes que en ningún otro momento de la historia económica. Paradójicamente, internet ha favorecido más a las ciudades que al campo. Sí, se puede teletrabajar desde Ribadesella en Asturias, pero internet permite exprimir las ventajas de la ciudad más que nunca. Uno aterrizaba en Chicago en 1996 y nunca sabía a qué restaurante ir. En 2024, preguntas en Reddit por el mejor restaurante de gastronomía de Sichuan en Chicago y das con él en un minuto (aquí).

Pero esto supone que cada vez más países estén partidos en dos: por un lado, las grandes ciudades (Nueva York, Londres, París, Berlín) y por otro los demás núcleos de población. Los que viven en la primera mitad son los ganadores del cambio tecnológico más los que trabajan para ellos (normalmente inmigrantes). Los que viven en la segunda mitad son los perdedores. Los ganadores votan a la derecha orleanista porque es la que defiende la globalización y el mundo de los negocios. Los perdedores votan a la derecha legitimista o cesarista. El votante de la Francia rural y el de los barrios acomodados de París no tienen nada que ver el uno con el otro. Son personas que pertenecen a naciones diferentes. La sociedad se ha "pilarizado", no polarizado.

En España este fenómeno va lento y por el momento se dirime dentro del PP, que, como he argumentado en pasadas ocasiones, es la coalición del Partido Nacionalista de Madrid (PNM), dirigido por Ayuso, y el Partido de las Clases Medias de Provincias (PCMP), dirigido por Feijóo. Pero cuando Madrid gire a la izquierda durante la década de los 30 (como han virado Londres y París) y el PNM pierda poder, esta coalición, basada en el pragmatismo electoral, saltará por los aires, y los votantes del PCMP se mudarán a Vox (o al partido sucesor).

Foto: Un grupo de jóvenes se siente junto a unos carteles electorales en París. (EFE/EPA/Mohammed Babra)

Un aspecto adicional del cambio económico es el estancamiento que sufrimos en toda Europa de crecimiento del PIB per cápita, de los sueldos y de la renta disponible de las familias. El votante joven cada vez sospecha más que la derecha orleanista, como Macron, no tiene solución a esos problemas. Es difícil culpar a estos votantes de su enfado porque la brecha generacional en toda Europa es espectacular y creciente: los sueldos de los jóvenes no suben, los precios de la vivienda están por las nubes y las pensiones son una vaca sagrada intocable (lea a Javier Jorrín explicarlo en numerosos artículos en este medio; es el mejor periodista económico ahora mismo en España). Y que los boomers les respondan a los jóvenes que la culpa es suya por comprarse un móvil demuestra que los ganadores no quieren ni entender cómo vive el resto del país.

Por ello, mi predicción es que Feijóo fracasará en gestionar la economía española porque las restricciones político-económicas a las que se enfrentará son demasiado estrictas. Su equipo y él llegarán con muchas ganas, pero los jubilados les partirán la cara. En el mejor de los casos, Feijóo puede aspirar a salvar la ropa.

El tercer motivo son las redes sociales. Hace 40 años si no salías en la portada de El País o ABC, no existías como político. Hoy, los periódicos tradicionales languidecen mientras les queden vivos los lectores de décadas pasadas. Un líder con tirón personal puede montar un partido cesarista sin mayor problema, porque lo que piense sobre él el director de El País o ABC es irrelevante. Ya hemos visto el nacimiento de dos de estos partidos cesaristas en España: Podemos y SALF. Tanto al PSOE como al PP le surgirán competidores de manera constante como consecuencia de las redes sociales.

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El cuarto motivo es la secularización. La evidencia empírica es que la participación regular de actividades religiosas organizadas centra a los votantes y los hace más reacios a votar a partidos no convencionales o cesaristas. Este fenómeno se aprecia poco en España, porque una de las divisiones históricas entre derecha/izquierda fue el tema religioso y, por tanto, muchos, incluidos analistas políticos, asocian a Vox con el nacionalcatolicismo. Y si es verdad que en el caso de Vox esta asociación existe entre su primera generación de líderes, es meramente accidental. En Alemania, en los años 30, los votantes de derecha más reacios a votar al NSDAP fueron los católicos practicantes y, en Estados Unidos, los votantes republicanos menos convencidos de Trump han sido y son los mormones. Incluso los líderes evangélicos llegaron a un acuerdo con Trump solo cuando quedó claro que iba a ser el nominado por el partido gracias al apoyo de los votantes "seculares" en las primarias. Y en Europa, líderes como Meloni o Bardella reconocen abiertamente que no son religiosos.

El quinto motivo es el fin de la Guerra Fría y el cambio geopolítico mundial. Durante este conflicto, lo último que quiere Estados Unidos es que gane las elecciones un partido de derechas legitimista o cesarista en un país europeo y rompa las alianzas de seguridad. Estados Unidos pone el dedito en la balanza una y otra vez para que ganen los "moderados", sean estos la UCD o el PSOE. Algunas veces, a Estados Unidos no le queda más remedio que apoyar a gente como los coroneles en Grecia o a Pinochet en Chile, pero solo lo hace cuando su opción favorita, como Radomiro Tomic, decide perder las elecciones. Y razón no les falta: la UCD mete a España en la OTAN, el PSOE la deja dentro y la AP de Fraga, todavía no lo suficientemente centrada, pide la abstención en el referéndum de 1986. El día que Fraga apostó por la abstención (según las malas lenguas, convencido por el PDP, que es de lo peor que ha pasado nunca en España), en Washington se decidió que nunca sería presidente. En 2024, quien gane o pierda las elecciones en España trae al fresco en Washington. Cenando no hace mucho con el Speaker de la Cámara de Representantes, me preguntaba si Pedro Sánchez era de derechas o de izquierdas. Y lo hizo por ser amable. La respuesta le importaba tanto como saber quién era el portero suplente del Sporting de Gijón.

Lo que antes era obvio (la alianza con Estados Unidos) para la mayoría de los votantes que veían las divisiones acorazadas del Pacto de Varsovia rompiendo el frente en la brecha de Fulda, ahora ya no lo es. ¿Pasa el futuro de Europa por seguir con las reglas internacionales que han representado durante décadas la CDU o el PP?

Foto: El presidente de EEUU, Joe Biden, en campaña. (EFE/Steve Apps)

Aquí voy a revelar mis propias preferencias personales: sí, yo sigo siendo un firme defensor del sistema de reglas internacionales que surge de la Carta del Atlántico y Bretton Woods. Simplemente, resalto que en 1990 estas reglas eran obviamente positivas para el votante mediano. Hoy el votante mediano no ve tan claro.

Concluyo mi argumento. Vox, o un partido como Vox, viene para quedarse. En España probablemente no llegue al nivel de Francia o Italia porque en Cataluña y el País Vasco rascará siempre poco, la dictadura de Franco es más reciente que la Segunda Guerra Mundial y mucha de la inmigración, al venir de Iberoamérica, genera menos tensiones que en otros países. Cuando Vox retrocedió ligeramente en las elecciones del 23-J y se produjeron dimisiones varias en el partido, muchos columnistas firmaron su defunción. Era una lectura incorrecta de los resultados. En 2019, el PP estaba en una situación límite. Cualquier recuperación del PP tenía que acarrear un regreso de votantes de Vox al PP. Lo interesante no es que Vox cayese el 23-J, lo interesante es lo poco que perdió y cómo ha ganado votos (totales y en porcentajes) en las elecciones autonómicas de Galicia, País Vasco y Cataluña. No son avances electorales muy significativos pero dada la recuperación electoral del PP, sí que muestran tendencias en el largo plazo innegables.

La derecha nacional española no volverá a estar unificada en un partido durante muchos años, a menos que suframos un shock de primera magnitud como una guerra mundial. El PP puede aceptarlo o acostumbrarse a vivir en la oposición.

...............

*Algo que tampoco debería extrañar. Sobre Rajoy escribí, cuando todavía era líder de la oposición, en el que creo fue mi primer artículo en este medio, el 21 de diciembre de 2010, hace ya casi 14 años (el pdf contiene repeticiones por ser una copia de la versión digital que incluía titulares y encabezados). Dije de Rajoy que "mezcla infantilismo con irresponsabilidad" y que no merecía gobernarnos. Pocas veces me he lamentado tanto de que los años me hayan dado la razón.

**Si algún lector tiene interés, el último censo de uso del gaélico irlandés demuestra que el uso "real" del lenguaje continúa cayendo, incluso en el Gaeltacht.

En mis dos entradas anteriores (aquí y aquí) presenté evidencia estadística y comparada sobre el futuro electoral de la derecha española. Hoy me toca posicionar a Vox en un contexto histórico y sociológico, labor que me permitirá interpretar los datos de mis entradas anteriores.

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