Laissez faire
Por
Iglesias: del relato ideologizado al hiperestado
Podemos está tratando de instrumentalizar la crisis para promover su agenda ideológica. Las crisis constituyen climas de pánico propicios para que el Estado se expanda
Las crisis son periodos de disrupción: el orden social se ve trastocado por alguna perturbación inesperada (guerras, revoluciones, depresiones, catástrofes naturales, pandemias…) que nos fuerza a todos a replantearnos ese orden social previo: las instituciones que creíamos funcionales se revelan a lo sumo como funcionales solo bajo determinados contextos, de modo que la presión de unas nuevas condiciones nos empuja a abandonarlas y a reemplazarlas por otras. Son tiempos de reinvención y, por ende, de tolerancia hacia la experimentación política: si las normas que articulan nuestra convivencia no sirven para momentos de excepción, ¿por qué deberían valernos de ordinario? Y, al contrario, si en momentos de excepción hemos de dotarnos de un nuevo marco institucional, ¿por qué no abrazarlo también de ordinario?
En otras palabras, las crisis suelen alumbrar cambios sociales. Y, según hacia dónde se orienten esos cambios sociales—o a desarmar el Estado o a reforzar su papel—, los diversos intelectuales los abrazarán o los atacarán. Así, por ejemplo, es bien conocida la tesis de Naomi Klein de que los Estados solo han conseguido achicarse durante la era neoliberal a golpe de 'shocks' que insuflan el miedo entre la población y que la inducen a aceptar reformas desestatalizadoras que jamás habrían aceptado en tiempos normales. El problema de la tesis de Klein es que, en general, los Estados no han dejado de agrandarse en todo el planeta desde la Segunda Guerra Mundial, de modo que no parece que esos 'shocks neoliberalizadores', de haber existido, hayan sido demasiado efectivos.
En el otro lado del espectro ideológico, nos encontramos con el historiador y economista estadounidense Robert Higgs, para quien las distintas crisis que hemos vivido a lo largo del siglo XX (Primera Guerra Mundial, Depresión y Segunda Guerra Mundial) y del siglo XXI (guerra contra el terror y Gran Recesión) han contribuido a reforzar el rol del Leviatán dentro de nuestras sociedades. De acuerdo con Higgs, las crisis constituyen climas de pánico propicios para que el Estado se expanda, no solo en aquellas funciones que ya se reputaban socialmente legítimas en el periodo precrisis (por ejemplo, es lógico que el gasto militar aumente en medio de una guerra) sino también en aquellas otras funciones que previamente habrían sido consideradas ilegítimas pero que, al socaire de la crisis, son toleradas por la ciudadanía (por ejemplo, nacionalización de industrias bajo el pretexto bélico). El problema de este expansionismo estatal no es solo que se produzca en momentos de excepción, sino que tiende a perdurar cuando regresamos a la normalidad: y es que, aun cuando muchas de las prerrogativas extraordinarias que gana el Estado durante una crisis terminan desapareciendo, otras permanecen, aun en una forma aminorada. Es lo que Higgs denomina “efecto trinquete”: las crisis proporcionan al Estado ventanas de oportunidad para conquistar nuevas potestades sobre la sociedad y esas nuevas potestades, como en el caso de los trinquetes, no retroceden jamás.
La tesis de Higgs es, desde luego, mucho más compatible que la de Klein con la evolución que han experimentado prácticamente todos los Estados del planeta durante el último siglo: de actuar originalmente como Estados gendarmes encargados de velar únicamente por la seguridad de sus ciudadanos, se han acabado convirtiendo en Estados paternalistas que tratan a sus ciudadanos como menores de edad en la inmensa mayoría de aspectos de sus vidas. Pero, como el propio Higgs reconoce, no existe ninguna inevitabilidad que vincule crisis y crecimiento del Estado: ese será, en todo caso, el resultado del clima ideológico que se conforme dentro de la sociedad. Si el relato sobre la crisis que triunfa es el del Estado benefactor y salvífico, entonces es harto probable que el Estado consiga aprovechar la crisis para crecer de manera permanente; si, en cambio, el relato que se extiende es el del escepticismo sobre el rol desempeñado por el Estado, es complicado que sus competencias terminen incrementándose (en teoría, incluso podrían llegar a reducirse, aunque se trata de un escenario poco probable).
Como ha de controlarse el precio de las mascarillas, también debe controlarse el precio de todos los bienes esenciales en tiempos normales
Desde Podemos, son plenamente conscientes de que la actual pandemia constituye una oportunidad única para implantar, aunque sea parcialmente, su modelo hiperestatalizado de sociedad. De ahí que su máquina de propaganda esté funcionando a pleno rendimiento durante las últimas semanas: a la postre, se nos ha bombardeado machaconamente con consignas del estilo de que la crisis ha demostrado que la columna vertebral de nuestra sociedad son los servicios públicos y que por tanto merecen ser reforzados (aun cuando otros países con provisión privada de sanidad hayan sido tan o más exitosos que nosotros a la hora de gestionar la pandemia); que necesitamos reindustrializar el país bajo la dirección del Gobierno para no volver a sufrir desabastecimientos (cuando los propios políticos se han encargado de repetir hasta la saciedad que fueron incapaces de prever la pandemia y, por tanto, tampoco habrían sido capaces de prever con suficiente antelación qué industrias deberíamos haber desarrollado para prevenir la pandemia), o que, del mismo modo en que ha de controlarse el precio de las mascarillas y los geles, también debe controlarse en tiempos normales el precio de todos los bienes esenciales (supongo que para generar un radical desabastecimiento de todos ellos).
Claramente, pues, Podemos está tratando de instrumentalizar la crisis para promover su agenda ideológica. Nada, desde luego, que deba sorprendernos: antes que un proyecto político personalista, Podemos nació como un proyecto ideológico para transformar nuestra sociedad mediante presupuestos de la izquierda radical. Lo preocupante no es tanto que quieran construir un relato que incremente todavía más los poderes extraordinarios del Estado sobre la sociedad: lo dramático es que ningún político y casi ninguna voz mediática se están tomando verdaderamente en serio la labor de desmontar ese propagandístico relato. Y cuando quieran darse cuenta, todos seremos rehenes del mismo.
Las crisis son periodos de disrupción: el orden social se ve trastocado por alguna perturbación inesperada (guerras, revoluciones, depresiones, catástrofes naturales, pandemias…) que nos fuerza a todos a replantearnos ese orden social previo: las instituciones que creíamos funcionales se revelan a lo sumo como funcionales solo bajo determinados contextos, de modo que la presión de unas nuevas condiciones nos empuja a abandonarlas y a reemplazarlas por otras. Son tiempos de reinvención y, por ende, de tolerancia hacia la experimentación política: si las normas que articulan nuestra convivencia no sirven para momentos de excepción, ¿por qué deberían valernos de ordinario? Y, al contrario, si en momentos de excepción hemos de dotarnos de un nuevo marco institucional, ¿por qué no abrazarlo también de ordinario?