Laissez faire
Por
Hundimiento del PIB y destrucción de capacidad productiva
El riesgo de una segunda ola que fuerce nuevos confinamientos y las rigideces de nuestra estructura productiva para readaptarse a la nueva normalidad
El Producto Interior Bruto (PIB) es el valor de todos los bienes y servicios finales producidos dentro de un territorio durante un período de tiempo. Ese valor, cuando es realizado, se distribuye en forma de rentas (del trabajo y del capital) entre los factores que integran la estructura productiva que contribuyó a fabricarlo. Y parte de esas rentas se dirigen o a satisfacer nuestras necesidades finales (consumo) o a mantener y expandir la estructura productiva capaz de seguir fabricando bienes y servicios (inversión).
Que el PIB de un país se desplome enormemente no significa que su estructura productiva —su capacidad de generar bienes y servicios— se haya destruido. Que un trabajador se vaya un mes de vacaciones o que una empresa suspenda temporalmente sus operaciones no significa ni que ese trabajador pierda sus habilidades ni que la empresa desaparezca. De ahí que la histórica caída del PIB de España —un 18,5% durante el segundo trimestre de 2020— no equivalga a que no hemos empobrecido estructuralmente un 18,5% —que hayamos perdido permanentemente ese PIB hasta que seamos capaces de reconstruir nuestra estructura de producción—, sino solo a que, durante estos últimos tres meses, hemos dejado de producir tantos bienes finales por culpa del distanciamiento social impuesto para contrarrestar la pandemia.
Por eso, si la estructura productiva se mantuviera intacta, debería ser suficiente con volver a ponerla en marcha para a corto-medio plazo recuperar el nivel de PIB precedente. Si no hemos perdido la capacidad para producir, tan pronto como hagamos plenamente uso de la misma, regresaremos a nuestros niveles de producción previos. Ésa es, de hecho, la esperanza que tiene ahora mismo el Gobierno: que la reactivación comience en este tercer trimestre y permita un rebote compensatorio en el PIB.
Si no hemos perdido la capacidad para producir, tan pronto como hagamos plenamente uso de la misma, volveremos a nuestros niveles de producción
Ahora bien, que el desplome del PIB no equivalga a destrucción de la estructura productiva tampoco significa que sea del todo irrelevante para la misma. Existen tres vías por las que una caída del PIB puede reflejar graves daños para la estructura de producción de un país.
- Primero, la estructura de producción necesita reponerse periódicamente frente a su depreciación. Tal reposición se logra reinvirtiendo parte del PIB en reemplazar los bienes de capital que se deterioran (incluyendo el capital humano). Si el PIB colapsa porque, entre otras variables, la inversión ha colapsado, entonces el mantenimiento de la estructura productiva se deteriora. Por ejemplo, Jonathan Portes menciona varios canales susceptibles de generar heridas permanentes en nuestra estructura productiva: deterioro de capital humano por el aumento del desempleo, deterioro del capital humano por la paralización del sistema educativo (esto es, suspensión de la producción de servicios educativos) y deterioro del capital físico y tecnológico por hundimiento de la inversión empresarial.
- Segundo, la estructura de producción es, al mismo tiempo, una estructura de financiación. Para que las combinaciones de capital y trabajo que denominamos empresas puedan mantenerse en funcionamiento, es necesario que las empresas sean capaces de hacer frente a los vencimientos de sus obligaciones financieras. En caso contrario, esos problemas de liquidez pueden degenerar en liquidación de estructuras empresariales eficientes y, por tanto, en pérdidas persistentes de productividad. Paralizar la producción implica paralizar la generación de renta y, en muchos casos, suspender la capacidad de hacer frente a las obligaciones financieras, provocando una liquidación de las mismas. Por ejemplo, Schivardi y Romano estiman que, sin otros apoyos financieros, 180.000 empresas italianas ya habrían experimentado problema de liquidez durante el mes de abril.
- Y tercero, si la pandemia provoca que una parte del PIB anterior deje de tener valor (por cuanto no se ajusta a satisfacer las nuevas necesidades de los individuos), entonces las estructuras de producción específicamente constituidas para fabricar ese PIB desvalorizado también se depreciarán y, por tanto, se perderá su capacidad de producción. O expresado de otro modo, si necesitamos muchos menos servicios de transporte de pasajeros transatlántico porque el turismo internacional ha colapsado persistentemente, entonces los aviones y aeropuertos que generaban tales servicios también habrán perdido persistentemente su utilidad.
Nuestro futuro nos lo jugamos al hacer frente a estos dos retos: el segundo trimestre ya forma parte de la (muy triste) historia
Las medidas que han adoptado los gobiernos occidentales (incluido el español) han buscado paliar —a un elevado coste presupuestario— los daños que podrían derivarse del primero y del segundo de estos efectos: mantener a flote el tejido productivo mediante líneas de crédito o socializaciones de gastos (como los ERTE). Sin embargo, esta estrategia tiene dos problemas. Primero, los gobiernos no están tomando ninguna medida que facilite la reestructuración del tejido productivo inviable: al contrario, en la medida en que ahora mismo siguen rescatando a tejido productivo inviable, están bloqueando su reestructuración. Segundo, si experimentamos una segunda ola, todos los enormes esfuerzos presupuestarios orientados a proteger al tejido productivo sano se verán dilapidados por la inoperancia de las autoridades a la hora de permitir un retorno a la normalidad con garantías.
En estos momentos, ésos, y no la brutal caída del PIB en el segundo trimestre, son los dos grandes obstáculos que dificultan una recuperación intensa y sostenida del PIB español: el riesgo de una segunda ola que fuerce nuevos confinamientos y las rigideces de nuestra estructura productiva para readaptarse a la nueva normalidad. Nuestro futuro nos lo jugamos al hacer frente a estos dos retos: el segundo trimestre ya forma parte de la (muy triste) historia.
El Producto Interior Bruto (PIB) es el valor de todos los bienes y servicios finales producidos dentro de un territorio durante un período de tiempo. Ese valor, cuando es realizado, se distribuye en forma de rentas (del trabajo y del capital) entre los factores que integran la estructura productiva que contribuyó a fabricarlo. Y parte de esas rentas se dirigen o a satisfacer nuestras necesidades finales (consumo) o a mantener y expandir la estructura productiva capaz de seguir fabricando bienes y servicios (inversión).