Laissez faire
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La polarización no terminará con Biden
Es la política la que nos vuelve enemigos y la que, en suma, nos polariza
La elección de Joe Biden como cuadragésimo sexto presidente de los EEUU ha despertado numerosas esperanzas, entre ellas, las de poner fin a la cada vez más acentuada polarización política dentro del país. No se trata solo de que la sociedad se halle dividida en dos mitades prácticamente iguales (algo que tiene perfecta lógica en un sistema electoral mayoritario) sino que esas dos mitades mantienen puntos de vista cada vez más enfrentados e irreconciliables. Los medios de comunicación han culpado mayoritariamente a Trump de esta fractura: los republicanos han cerrado filas en torno a un muy controvertido líder que, a su vez, ha generado un muy profundo rechazo entre los demócratas. Las filias y las fobias se han exacerbado y, por tanto, la sociedad se ha fracturado en dos bloques enemistados.
Y si bien esta narrativa puede poseer algo de verdad (a saber, la presidencia de Trump no ha contribuido en absoluto a reconstruir consensos), desde luego es errónea en su tesis central: la polarización ni comenzó con Trump ni, por tanto, terminará con él. De hecho, una de las administraciones que incrementaron esa polarización en mayor medida fue justamente la Administración Obama, de la que Biden era vicepresidente. Tanto el demócrata mediano como el republicano mediano se radicalizaron bajo la era Obama y sus posibles puntos de encuentro se redujeron apreciablemente. No se trata, por tanto, ni de un fenómeno nuevo ni de un fenómeno que venga provocado exclusivamente por presidentes republicanos.
¿Por qué deberíamos esperar que esta vez con Biden fuera distinto? No deberíamos. De hecho, existen poderosas razones para pensar que no lo será: no solo porque millones de republicanos pensarán, tras la muy irresponsable campaña de Trump, que les han robado las elecciones, sino porque Biden será el presidente demócrata más escorado a la izquierda de toda la historia (y, cuidado, no estoy diciendo, porque sería un despropósito, que Biden sea de extrema izquierda, sino que su programa electoral es el que se ubica más a la izquierda respecto a demócratas anteriores). Todo lo cual generará un rechazo y probablemente una estrategia de resistencia entre buena parte del electorado republicano. ¿Recuerdan el Tea Party con Obama? Pues no hay motivos para que no se reproduzca algo similar.
Por supuesto, cuando ello ocurra, los mismos medios de comunicación que han atribuido a Trump toda la responsabilidad de la polarización no culparán a Biden de seguir echando leña al fuego de la confrontación política. Al contrario, también aquí los responsables pasarán a ser los irredentos republicanos, que no aceptarán la legitimidad de un presidente demócrata para desplegar el programa con el que ganó las elecciones: a los republicanos se les habrá ofrecido una oportunidad para templarse y la habrán rechazado. Pero nótese cómo este tramposo mensaje también podría haberse dirigido contra los demócratas durante la era Trump: su dura oposición contra el republicano bien podría haberse interpretado como un rechazo a la oportunidad que les ofreció Trump de templarse. No hay diferencia entre ambos casos, salvo que, para la mayoría de la prensa, moderación y despolarización presuponen que el electorado reconstruya los consensos sociales en torno a un programa de gobierno demócrata y no en torno a uno republicano.
Resulta dudoso que los republicanos vayan a claudicar con Biden, al igual que los demócratas tampoco claudicaron con Trump o al igual que, previamente, tampoco los republicanos claudicaron con Obama. La polarización política se mantendrá, y lo hará porque la causa última de la misma no cabe buscarla en la ideología específica de quien ocupe la presidencia, sino en los excesivos poderes de esa presidencia. La sociedad se polariza cuando se hiperpolitiza, esto es, cuando todo se convierte en un problema político y, por consiguiente, cuando los gobernantes se entrometen incluso en los aspectos más cotidianos de nuestras existencias. Es ahí, cuando se nos intentan imponer agendas ideológicas que no coinciden con nuestras preferencias personales, cuando los ciudadanos sienten que no les queda otra opción que resistir sin concesiones, derrotar al otro bando e impedirles llegar al poder: es decir, es ahí cuando la polarización se materializa (tanto de ciudadanos demócratas frente a agendas políticas republicanas como de ciudadanos republicanos frente a agendas políticas demócratas).
Si la política pretende dictarnos cómo debemos pensar, cómo debemos expresarnos, cómo debemos comportarnos, cómo debemos educar a nuestros hijos o cómo, en definitiva, debemos vivir cada uno de los aspectos que componen nuestras vidas, entonces es lógico que muchos ciudadanos de uno y otro bando se rebelen contra semejantes imposiciones cuando estas son ajenas a sus propios proyectos vitales. Para 'despolarizar', debemos despolitizar: debemos volver a relegar la política a asuntos intrascendentes en el día a día de los ciudadanos (como la política exterior) y debemos reintegrarle a cada persona un amplio espacio moral propio dentro del que pueda tomar sus decisiones en libertad y sin interferencia de los poderes públicos. Mientras eso no suceda —y con Biden no sucederá, más bien al contrario—, el pluralismo existencial que caracteriza nuestras sociedades posmodernas necesariamente se visibilizará en forma de resistencia organizada por mera estrategia de supervivencia. Es la política la que nos vuelve enemigos y la que, en suma, nos polariza.
La elección de Joe Biden como cuadragésimo sexto presidente de los EEUU ha despertado numerosas esperanzas, entre ellas, las de poner fin a la cada vez más acentuada polarización política dentro del país. No se trata solo de que la sociedad se halle dividida en dos mitades prácticamente iguales (algo que tiene perfecta lógica en un sistema electoral mayoritario) sino que esas dos mitades mantienen puntos de vista cada vez más enfrentados e irreconciliables. Los medios de comunicación han culpado mayoritariamente a Trump de esta fractura: los republicanos han cerrado filas en torno a un muy controvertido líder que, a su vez, ha generado un muy profundo rechazo entre los demócratas. Las filias y las fobias se han exacerbado y, por tanto, la sociedad se ha fracturado en dos bloques enemistados.
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