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Juan Ramón Rallo

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Deliveroo se va

Pasara lo que pasara, la 'ley rider' iba a ser calificada como un éxito, dado que lo que se evalúan no son tanto las consecuencias de las políticas económicas como sus intenciones

Foto: Repartidor de Deliveroo.
Repartidor de Deliveroo.
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Es posible que Deliveroo se hubiese terminado marchando de España —como lo ha hecho de otros países europeos— en ausencia de la 'ley rider'. La compañía británica, como casi toda empresa en fase de lanzamiento y expansión, incluyendo Glovo o Uber Eats, no era (todavía) rentable en nuestro país y, por tanto, optar por seguir invirtiendo durante más años a pérdida era una decisión que dependía críticamente de las expectativas de futuro de sus inversores: de si estos confiaban en llegar a poseer una base amplia de clientes a unos costes lo suficientemente manejables como para rentabilizar el proyecto o si, en cambio, esa perspectiva era cada vez más improbable.

Al parecer, la intensa competencia ejercida por Glovo y Uber Eats complicaba que Deliveroo terminara de implantarse entre las masas de consumidores españoles, dejándole en consecuencia una porción del mercado demasiado pequeña como para ser viable. Pero hallándose Deliveroo en una posición tan precaria dentro de nuestro país (una posición que podríamos calificar de submarginal, en términos económicos), la nueva 'ley rider', que obliga a convertir a los repartidores en trabajadores fijos, desde luego no habrá ayudado a que Deliveroo reconsidere su determinación de marcharse de España.

Foto: Repartidores de Glovo, Uber Eats y Deliveroo esperan en Barcelona. (Reuters)

A la postre, contar con una plantilla de trabajadores fijos y con una jornada laboral predeterminada para hacer frente a un volumen de demanda irregular y fluctuante supone un encarecimiento de los costes de cualquier empresa del ramo, lo cual suele saldarse o con un aumento de los precios que han de soportar los consumidores o con una reducción de la cantidad de servicios que ofrece la empresa (a los tramos del mercado marginalmente menos rentables). En este caso, por cierto, la posibilidad de que la empresa reduzca sus beneficios monopolísticos no parece muy verosímil, dado que, por un lado, Deliveroo se marcha por no poder soportar el exceso de competencia y, por otro, la compañía tenía perdidas no solo en España sino también a escala global.

Lo esperable, por consiguiente, era que Deliveroo redujera sus operaciones en aquellos tramos del mercado marginalmente menos rentables que, en esta ocasión, han resultado ser el conjunto del país. Y lo esperable es que tanto Glovo como Uber Eats hagan lo propio si no consiguen burlar de alguna manera la 'ley rider' (de momento, sabemos que Glovo pretende que el 80% de su flota siga siendo autónoma, mientras que Uber Eats parece que quiere recurrir a la subcontratación a través de ETT): recortar cantidad y calidad de servicios prestados en los mercados con un volumen de demanda más reducido y fluctuante (por ejemplo, ciudades pequeñas y medianas) para concentrar la actividad de los mercados más grandes y estables en una plantilla fija redimensionada.

placeholder Repartidores de Glovo, Uber Eats y Deliveroo, en Barcelona. (Reuters)
Repartidores de Glovo, Uber Eats y Deliveroo, en Barcelona. (Reuters)

Lo llamativo de este caso, empero, es cómo está reaccionando parte de nuestra clase política a la decisión de Deliveroo de abandonar el país (y del resto de compañías del sector de buscar recovecos legales que les permitan mantener sus niveles de actividad presentes). En lugar de replantearse que tal vez la legislación que han aprobado no es la mejor para la economía digital, se limitan a jalear el éxito de la normativa por haber expulsado a 'explotadores' como Deliveroo. Alternativamente, claro, si Deliveroo se hubiese quedado en España haciendo fijos a parte de sus 'riders', también jalearían el éxito de la normativa señalando que todas las empresas del sector han mejorado las condiciones laborales de los trabajadores adaptándose a la normativa. Pasara lo que pasara, pues, la 'ley rider' iba a ser calificada como un éxito, dado que lo que se evalúan no son tanto las consecuencias de las políticas económicas ejecutadas como sus intenciones.

Y en este caso —como también sucede con la subida del salario mínimo y podría terminar acaeciendo con la contrarreforma laboral—, la intención se dice que es mejorar las condiciones laborales de los trabajadores: por tanto, lo mismo da si el efecto final es que mejoran o que empeoran; da igual incluso si sigue habiendo trabajadores o si en cambio han engrosado las listas del paro. Mientras las intenciones sean buenas, todo lo demás es accesorio. De momento, empero, lo único evidente es que, a pocos días de la entrada en vigor de la 'ley rider', el sector de repartidores a domicilio ni siquiera sabe cómo va a organizarse dentro de un año: buenos mimbres para potenciar la inversión a largo plazo.

Es posible que Deliveroo se hubiese terminado marchando de España —como lo ha hecho de otros países europeos— en ausencia de la 'ley rider'. La compañía británica, como casi toda empresa en fase de lanzamiento y expansión, incluyendo Glovo o Uber Eats, no era (todavía) rentable en nuestro país y, por tanto, optar por seguir invirtiendo durante más años a pérdida era una decisión que dependía críticamente de las expectativas de futuro de sus inversores: de si estos confiaban en llegar a poseer una base amplia de clientes a unos costes lo suficientemente manejables como para rentabilizar el proyecto o si, en cambio, esa perspectiva era cada vez más improbable.

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