Laissez faire
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Vacunación: ¿un éxito del Gobierno?
Ni ha producido las vacunas, ni ha gestionado su adquisición, ni ha organizado la logística ni, por supuesto, ha determinado que los españoles opten mayoritariamente por vacunarse
El presidente del Gobierno se marcó como objetivo haber vacunado con pauta completa al 70% de la población española este 20 de agosto para así alcanzar la inmunidad de grupo. Un doble objetivo que finalmente no se ha cumplido. Por un lado, la variante delta, mucho más contagiosa que las anteriores, ha pulverizado el umbral de vacunación necesario para la inmunidad de grupo; por otro, y aun a falta de conocer los datos definitivos de este 20 de agosto, el porcentaje de población vacunada no ha alcanzado el 70%, sino que se habrá quedado rondando el 65%.
En cierto modo, pues, podríamos hablar de un fracaso de Sánchez, pues no nos ha proporcionado aquello que nos prometió. Sin embargo, teniendo en cuenta que la aparición de la variante delta ha sido el fenómeno natural que escapa del control de cualquier político y teniendo en cuenta, sobre todo, el notabilísimo retraso en el ritmo de vacunación que arrastraba España —en general, toda Europa— cuando el presidente del Gobierno asumió el compromiso de alcanzar la cifra de 33 millones de personas vacunadas para el 20 de agosto, que finalmente nos hayamos quedado a menos de tres millones de la cifra ambicionada sí debería ser visto como un éxito, o al menos como un éxito parcial.
España es hoy uno de los países con mayor porcentaje de personas vacunadas del mundo, por detrás de Singapur, Dinamarca, Bélgica, Canadá o Portugal, pero por encima de Irlanda, Reino Unido, Alemania, Italia o EEUU. Todo lo cual, si bien no nos garantiza la inmunidad de grupo, sí nos provee con un fundamental escudo contra las consecuencias más potencialmente lesivas de la enfermedad.
Ahora bien, si la aceleración en el ritmo de vacunación que ha experimentado España durante los últimos meses puede considerarse un éxito, la cuestión es: ¿un éxito de quién? Es posible, y hasta políticamente comprensible, que el Gobierno de Sánchez desee colgarse la medalla de tal logro —al igual que un fracaso estrepitoso se habría atribuido al Ejecutivo por haber sido él quien abrazó públicamente los objetivos de vacunación—, pero claramente el éxito debería ser atribuido a quienes han conseguido acelerar la administración de vacunas en nuestro país. ¿Qué papel ha tenido el Gobierno en todo esto? Realmente ninguno.
Una parte del éxito —acaso la principal— es imputable a las compañías farmacéuticas, y sobre todo a Pfizer-BioNTech, por haber podido escalar la producción de vacunas y compensar de ese modo la pésima gestión de compras que había efectuado la Comisión Europea durante el segundo semestre de 2020. La principal limitación que experimentó España durante los primeros meses de 2021 para aumentar significativamente el número de vacunados fue la insuficiente disponibilidad de vacunas —problema que no compartían ni Reino Unido ni EEUU gracias a una mejor negociación previa con las farmacéuticas— y lo que, a su vez, ha permitido desencallar el proceso ha sido que esa disponibilidad se haya incrementado gracias al buen hacer de las farmacéuticas.
Otra parte del éxito cabe atribuírsela a los encargados de organizar la logística del proceso de vacunación, la cual también ha ido mejorando con el paso de los meses (prueba, error, rectificación): es decir, cabe atribuírsela a los distintos gobiernos autonómicos —de muy distinto signo político— que, con mayor o menor acierto, han administrado las vacunas suministradas por las farmacéuticas a su población.
Y, finalmente, otra parte del éxito le corresponde a la sociedad española, que ha mostrado en términos generales mucha menor reticencia que otros países —como, por ejemplo, EEUU— a recibir la vacuna. Por mucho que hubiésemos dispuesto de las dosis suficientes y de la logística adecuada para vacunar al 70% de la población, no nos podríamos haber acercado a ese porcentaje de no haber sido por la colaboración de unos ciudadanos que se han vacunado sin estar obligados a ello (y esperemos que sigan sin estarlo).
¿En qué parte de todo este proceso ha participado el Gobierno? En ninguna: ni ha producido las vacunas, ni ha gestionado su adquisición, ni ha organizado la logística ni, por supuesto, ha determinado que los españoles opten mayoritariamente por vacunarse. Su único mérito es el de haber acertado (aproximadamente) en sus vaticinios sobre porcentaje de población vacunada y, como mucho, haber insuflado un cierto optimismo, en retrospectiva justificado, a la población por aquel entonces. Nada más.
El presidente del Gobierno se marcó como objetivo haber vacunado con pauta completa al 70% de la población española este 20 de agosto para así alcanzar la inmunidad de grupo. Un doble objetivo que finalmente no se ha cumplido. Por un lado, la variante delta, mucho más contagiosa que las anteriores, ha pulverizado el umbral de vacunación necesario para la inmunidad de grupo; por otro, y aun a falta de conocer los datos definitivos de este 20 de agosto, el porcentaje de población vacunada no ha alcanzado el 70%, sino que se habrá quedado rondando el 65%.
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