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Inflación disparada: tres escenarios de futuro
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Juan Ramón Rallo

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Inflación disparada: tres escenarios de futuro

La evolución de la inflación durante los próximos meses dependerá esencialmente de la habilidad de los bancos centrales para manejar la complicada coyuntura actual

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En un reciente artículo, ya expusimos que debíamos empezar a tomarnos en serio la inflación. En octubre, la tasa de variación interanual del IPC se disparó hasta el 5,5%: su mayor aceleración desde hace prácticamente 30 años (ni siquiera en el año 2008, cuando el barril de petróleo rozó los 150 dólares, llegamos a niveles similares). ¿Qué puede suceder a partir de ahora? Pues, en esencia, los escenarios son tres, ordenados de menor a mayor gravedad.

Primer escenario, el más optimista: la inflación termina moderándose a corto-medio plazo. Si la elevación actual de los precios se debe el encarecimiento de ciertos productos —sobre todo, aunque no solo, energéticos— como consecuencia de la inelasticidad de su oferta ante un fuerte aumento del gasto público y privado, bien podría ocurrir que el suministro de esos productos acabe normalizándose con respecto a su demanda y, por tanto, la inflación revirtiendo. ¿Hay razones para pensar que eso podría suceder? Algunas: China está acelerando la inversión para aumentar la producción de carbón nacional; Irán parece dispuesto a retomar las negociaciones nucleares (lo que permitiría levantar el embargo a sus exportaciones y, por tanto, reducir en el margen los precios del crudo); el crecimiento económico global —en China, en EEUU, en Alemania y en España— parece estar frenándose, lo que también podría contener el gasto nominal, y, por último, no cabe descartar una retirada prematura de los estímulos que acentuara esa posible contención del gasto agregado.

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Segundo escenario, menos optimista que el anterior: los cuellos de botella no revierten a corto plazo y la inflación, que de momento está siendo básicamente sectorial, termina generalizándose por toda la economía. Si bien el IPC general crece a ritmos del 5,5%, la inflación subyacente todavía se mantiene en el 1,4% (de ahí que si se soluciona el problema de la inflación energética, y no hay efectos de segunda ronda en los precios, el IPC general también terminará moderándose). Sin embargo, el aumento de costes puede terminar filtrándose a otros precios (por ejemplo, los de los productos intensivos en energía). Algunas empresas, como las azulejeras o ciertos fabricantes de alimentos, ya han anunciado que piensan empezar a subir los precios de sus mercancías, y este efecto en cascada puede terminar extendiéndose al resto de empresas como estrategia para ensanchar sus mermados márgenes de beneficio.

Pero, a su vez, y como también pusimos de relieve en un reciente artículo, la alta inflación actual (y la que puede estar por venir si se consuma el encarecimiento empresarial de otros productos) ya está impactando en los salarios reales de los trabajadores españoles: con el IPC actual y con la escasa revalorización de los sueldos contemplada en los convenios (un promedio del 1,5%), los trabajadores perderán cerca de un 4% de poder adquisitivo (equivalente a una rebaja nominal del 4% de sus salarios manteniendo precios constantes). ¿Cuánto tiempo aguantarán en esa situación sin exigir elevaciones salariales más cuantiosas que añadan más combustible a la inflación? A la postre, si los salarios suben, los empresarios de toda la economía volverán a subir precios para mantener márgenes, lo que volverá a incentivar a los trabajadores a reclamar nuevas alzas salariales, etc. Si entráramos en este segundo escenario, el de la espiral precios-salarios, sería inevitable que los bancos centrales recurrieran a una política monetaria contractiva para, por un lado, contraer el gasto nominal y, por otro, anclar las expectativas de precios de los agentes: es decir, para mandar una señal creíble de que el banco central está dispuesto a controlar la inflación y de que, por consiguiente, los agentes ya pueden dejar de elevar precios y salarios porque en el futuro estos habrán dejado de aumentar. Este segundo escenario nos permitiría controlar la inflación, pero a costa de dañar nuestro crecimiento económico y la creación de empleo.

Tercer escenario, con diferencia el peor de todos: los cuellos de botella no revierten a corto plazo, entramos en una espiral precios-salarios y los bancos centrales no consiguen anclar las expectativas. ¿Por qué motivo podrían terminar fracasando los bancos centrales? Pues, en esencia, porque su política monetaria resulte demasiado timorata y poco creíble para los agentes económicos. Imaginemos que los bancos centrales, preocupados por la ralentización del crecimiento o por el elevado peso de la deuda pública, no elevan lo suficiente los tipos de interés como para que empresarios, trabajadores e inversores dejen de descontar inflación en el futuro. En ese caso, no solo la espiral precios-salarios seguiría su curso, sino que además podríamos enfrentarnos a una nueva fuente de inflación: la derivada de una caída de la demanda de dinero.

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Si el notable incremento de la oferta monetaria (medida como queramos medirla) de los últimos años no se ha traducido en una igualmente notable alza de precios, ha sido porque, durante ese mismo periodo, la demanda de dólares, euros o libras (el atesoramiento de dinero) también se ha incrementado sustancialmente. Ahora bien, si la demanda de dinero cayera por las expectativas de inflación (la inflación es un impuesto contra el atesoramiento de dinero), podría darse una huida parcial de esas monedas hasta ahora atesoradas y, en tal caso, alimentar la inflación desde el lado puramente monetario (caída de la demanda en relación con la oferta). De ser así, volveríamos a una situación similar a la de los años setenta, que solo pudo ser estabilizada mediante fortísimas subidas de tipos de interés (superiores al 20% en EEUU): estanflación.

No estoy diciendo, ni mucho menos, que el tercer escenario sea el más probable. Pero sí deberíamos tenerlo en cuenta como posibilidad si las autoridades monetarias no son lo bastante hábiles como para navegar la difícil coyuntura a la que se enfrentarán durante los próximos meses. En suma, es demasiado pronto para saber si, como ya dijimos, la inflación terminará descontrolándose: lo único que sabemos de momento es que la actual inflación volverá a todos aquellos que no sean deudores algo más pobres… o mucho más pobres.

En un reciente artículo, ya expusimos que debíamos empezar a tomarnos en serio la inflación. En octubre, la tasa de variación interanual del IPC se disparó hasta el 5,5%: su mayor aceleración desde hace prácticamente 30 años (ni siquiera en el año 2008, cuando el barril de petróleo rozó los 150 dólares, llegamos a niveles similares). ¿Qué puede suceder a partir de ahora? Pues, en esencia, los escenarios son tres, ordenados de menor a mayor gravedad.

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