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Marta Ortega: ¿enchufismo o meritocracia?
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Juan Ramón Rallo

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Marta Ortega: ¿enchufismo o meritocracia?

Llama la atención que la izquierda patria esté crucificando a Marta Ortega por no contentarse con vivir de rentas y sin dar un palo al agua

Foto: Marta Ortega. (Getty Images)
Marta Ortega. (Getty Images)
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Marta Ortega será la próxima presidenta (no ejecutiva) de Inditex en sustitución de Pablo Isla, quien de 'facto' llevaba dirigiendo la compañía desde 2005 y también 'de iure' desde 2011. La decisión podría parecer incomprensible, habida cuenta de que el éxito de Isla al frente de Inditex ha sido impresionante: desde el año 2005, el valor de la empresa se ha multiplicado por seis, y desde 2011 se ha más que duplicado. ¿A qué viene entonces este relevo salvo a un exceso de vanidad y personalismo por querer mandar y figurar al frente de la principal compañía del país? No por casualidad, la izquierda ya ha empezado a denunciar que se trata de un mero volantazo de enchufismo antimeritocrático.

Y, ciertamente, la decisión de reemplazar a Pablo Isla es una decisión que comporta muchos riesgos y que perfectamente puede salir muy mal, pero que no deja de tener su lógica desde el punto de vista de la gestión patrimonial. A la postre, Marta Ortega está llamada a ser la accionista mayoritaria de Inditex en algunos años (ojalá sean muchos) y, por tanto, la preservación de su patrimonio dependerá crucialmente de que Inditex está bien gestionada y preserve su posición competitiva dentro del mercado a largo plazo.

Foto: EC.

En este sentido, Marta Ortega contaba con dos opciones como futura accionista mayoritaria de Inditex: o seguir delegando su gestión en Pablo Isla, viviendo ella de las rentas que este fuese capaz de proporcionarle, o implicarse mucho más a fondo en la gestión de la empresa, actuando como presidenta no ejecutiva y atando más en corto a su nuevo consejero delegado de confianza. O vivir de rentas o arremangarse en la gestación de esas rentas.

Y Marta Ortega ha optado por el segundo camino: no porque probablemente no prefiriera vivir de rentas sin implicarse mucho más de lleno en la marcha de la empresa. Ha optado por el segundo camino porque, a largo plazo, es la decisión más lógica para proteger su propio patrimonio. Démonos cuenta de que Pablo Isla ya cuenta con 57 años, 20 más que Marta Ortega, y, por tanto, es muy posible que desease marcharse dentro de 10 o 15 años. Y en ese momento, ¿qué hacer? ¿Cómo plantear una transición de quien habría regido el destino de la empresa durante unas tres décadas? Es más, ¿cómo plantearla si durante todos esos años Marta Ortega no ha estado presente en el consejo de administración, empapándose —y, hasta cierto punto, responsabilizándose— de las principales decisiones que se hayan adoptado en su seno?

Foto: Isla, en la junta de accionistas de julio. (EFE/Inditex)

No olvidemos que la designación de un presidente o consejero delegado no es una decisión en absoluto sencilla para los accionistas o, en este caso, para el accionista mayoritario. Los aciertos y fracasos de las decisiones que tome el presidente o consejo delegado serán disfrutados esencialmente por el accionariado, no por el propio presidente o consejero delegado (salvo que se le haya entregado un significativo paquete accionarial). De ahí que los directivos no propietarios tengan el incentivo de instrumentalizar la empresa en su propio provecho, y no en el de sus accionistas; y de ahí que los accionistas sientan la necesidad de controlar a los directivos no ejecutivos, pero que no les sea sencillo (pues no es posible observar directamente las buenas decisiones que los directivos dejan de tomar). De ahí, en suma, que convenga que los accionistas se empapen de la gestión diaria de la empresa y establezcan relaciones de confianza con sus directivos no propietarios: como hizo, por ejemplo, Amancio Ortega (fundador y durante muchos años presidente de Inditex) con Pablo Isla.

Por supuesto, Marta Ortega no ha superado ninguna oposición ni se ha presentado a ningún concurso público para ocupar el puesto que ocupa. E imagino que nadie —o casi nadie— pretenderá institucionalizar semejante disparate. Marta Ortega será la dueña mayoritaria de Inditex y, como tal, opta por coger, al menos en parte, las riendas de la empresa que constituirá el núcleo de su patrimonio personal. Si acierta, conservará y ampliará su riqueza; si se equivoca, perderá y verá mermada su riqueza. Al menos, los incentivos están correctamente alineados y, en ausencia de privilegios anticompetitivos en el mercado, su mantenimiento en el cargo no dependerá de sí misma sino de las elecciones que efectúen día a día los consumidores. Si no merece estar ahí, otras empresas, comandadas por otros gestores más hábiles, la echarán de su puesto con la complicidad de los clientes; si consigue mantener Inditex al frente del mercado, entonces, al menos en parte, sí será por méritos propios.

Llama la atención, con todo, que gran parte de la izquierda patria esté crucificando a Marta Ortega por implicarse más de cerca en la gestión de su patrimonio: en lugar de aplaudir su valentía, determinación, compromiso, empoderamiento e incluso (desde la bancada feminista) su feminidad, se le está reprochando en última instancia que no se haya contentado con vivir de rentas y sin dar un palo al agua. Ver para creer.

Marta Ortega será la próxima presidenta (no ejecutiva) de Inditex en sustitución de Pablo Isla, quien de 'facto' llevaba dirigiendo la compañía desde 2005 y también 'de iure' desde 2011. La decisión podría parecer incomprensible, habida cuenta de que el éxito de Isla al frente de Inditex ha sido impresionante: desde el año 2005, el valor de la empresa se ha multiplicado por seis, y desde 2011 se ha más que duplicado. ¿A qué viene entonces este relevo salvo a un exceso de vanidad y personalismo por querer mandar y figurar al frente de la principal compañía del país? No por casualidad, la izquierda ya ha empezado a denunciar que se trata de un mero volantazo de enchufismo antimeritocrático.

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