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Apagón nuclear, encendido fósil
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Juan Ramón Rallo

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Apagón nuclear, encendido fósil

¿Qué sentido tiene que nos pidan a nosotros emitir menos CO₂ cuando ellos, por su ceguera ideológica, incrementan las emisiones de CO₂?

Foto: Reactor nuclear de Isar 2, en Alemania. (Reuters/Christian Mang)
Reactor nuclear de Isar 2, en Alemania. (Reuters/Christian Mang)
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El 31 de diciembre de 2021, Alemania cerró tres de las seis centrales nucleares que seguían operativas en el país. Lo hizo no porque hubiesen dejado de funcionar correctamente, sino como parte de un plan de apagón nuclear total que concluirá a finales de este ejercicio con el cierre de los últimos tres reactores que a día de hoy siguen nutriendo la red eléctrica alemana.

Dejando de lado el escaso tino que tuvo la clase política alemana de clausurar tres centrales nucleares mes y medio antes de que estallara una guerra que iba a degenerar en una crisis energética en suelo europeo, desde el punto de vista de sostenibilidad medioambiental no termina de entenderse la lógica de clausurarlas. Uno puede, desde luego, oponerse a la construcción de nuevas nucleares por considerarla económicamente ruinosa (mejor sería, empero, dotar de seguridad jurídica a los inversores que, internalizando todos los costes, deseen invertir en ellas y comprobar, por la vía de los hechos y no de las especulaciones, si realmente es ruinosa o no lo es), pero no tiene ningún sentido abogar por el cierre de las nucleares que ya están construidas.

"En el primer semestre de 2021, las centrales nucleares proveyeron el 12% de toda la electricidad demandada por el país"

A la postre, ¿qué ha logrado Alemania cerrando esos tres reactores? Incrementar su dependencia del carbón para generar electricidad, es decir, reemplazar una fuente energética no emisora de CO₂ por la fuente energética más emisora de CO₂. Concretamente, en el primer semestre de 2021, las centrales nucleares proveyeron el 12% de toda la electricidad demandada por el país, mientras que en el primer semestre de 2022 apenas han suministrado el 6%. En paralelo, el carbón ha pasado de generar el 27% de toda la electricidad a proveer el 31%.

Es verdad que la recomposición de la generación eléctrica alemana ha sido más amplia (la generación de electricidad por gas ha caído como consecuencia de las restricciones rusas y, a cambio, la generación renovable ha aumentado), pero lo que resulta incuestionable es que, si Alemania no hubiese clausurado sus tres reactores a finales de 2021, no habría necesitado, ni siquiera con la guerra de por medio, incrementar su consumo de carbón. Incluso, y habida cuenta de la generación renovable, habría logrado rebajarlo.

Nada de ello, sin embargo, está empujando al Ejecutivo alemán a replantearse el cierre de las tres restantes nucleares dentro de apenas un trimestre. Cuando lo hagan, perderán un suministro estable de electricidad equivalente al 6% del total del sistema, el cual previsiblemente necesitará ser reemplazado, al menos en el corto plazo, con un consumo aún más agresivo de carbón.

Foto: En Dresden (Alemania), la iluminación de la 'Iglesia de Nuestra Señora' es apagada para ahorrar energía. (REUTERS/Matthias Rietschel)

El debate tiene reverberaciones evidentes en España. Nuestro Gobierno también sigue obsesionado con ir liquidando los siete reactores nucleares que siguen operativos en España y que suministran establemente un quinto de nuestras necesidades eléctricas. Por necesidad, parte de esa menor generación nuclear será reemplazada, al menos en ocasiones y debido a la intermitencia de las renovables, por el consumo de combustibles fósiles (en nuestro país, y dada la sobrecapacidad instalada de ciclo combinado, el gas).

¿Qué sentido tiene que nuestros políticos nos reclamen recurrentemente sacrificios de todo tipo para reducir las emisiones de CO₂ (que si debemos reducir el consumo de carne, que si debemos comprarnos un coche eléctrico, que si debemos disminuir nuestros viajes en avión, que si debemos controlar el consumo de aire acondicionado y de la calefacción…) cuando ellos no son siquiera capaces de efectuar un sacrificio ideológico tan minúsculo como renunciar a su dogma antinuclear y prolongar la vida útil de las centrales? ¿Qué sentido tiene que nos pidan a nosotros emitir menos CO₂ cuando ellos, por la ceguera de sus decisiones políticas, incrementan las emisiones de CO₂? Por desgracia, esta triste historia pone de manifiesto cómo se ha organizado la política energética europea durante las últimas décadas: desde el fanatismo ideológico y la irracionalidad en lugar de desde la prudencia y el sentido común.

El 31 de diciembre de 2021, Alemania cerró tres de las seis centrales nucleares que seguían operativas en el país. Lo hizo no porque hubiesen dejado de funcionar correctamente, sino como parte de un plan de apagón nuclear total que concluirá a finales de este ejercicio con el cierre de los últimos tres reactores que a día de hoy siguen nutriendo la red eléctrica alemana.

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