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Lo preocupante de China es la política
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Juan Ramón Rallo

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Lo preocupante de China es la política

En lugar de avanzar hacia la cooperación a través del mercado, vamos avanzando hacia la politización de la esfera internacional marginando el ámbito del mercado

Foto: El presidente chino, Xi Jinping, XX Congreso del Partido Comunista de China. (Reuters/Tingshu Wang)
El presidente chino, Xi Jinping, XX Congreso del Partido Comunista de China. (Reuters/Tingshu Wang)
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Decía Franz Oppenheimer que existen dos formas de satisfacer nuestras necesidades: a través de los medios políticos y a través de los medios económicos. Es decir, o parasitando a terceros o cooperando productivamente con ellos. Los seres humanos, dependiendo del contexto social e institucional en el que nos movamos, podemos inclinarnos hacia la producción cooperativa o hacia el pillaje parasitario. De ahí que sea importante contar con instituciones que canalicen nuestras pasiones, pero también nuestros peores instintos hacia la colaboración pacífica en lugar de hacia la violencia y la explotación.

El mercado es un conjunto de reglas impersonales e iguales basadas en el respeto a la libertad individual, a la propiedad privada y a los contratos entre partes que posibilitan la formación de coaliciones cooperativas basadas en la reciprocidad explícita: las personas producen e intercambian a través del mercado sin preocuparse seriamente con quiénes producen e intercambian. Lo que cuenta no es el quién, sino el qué. De ahí que el mercado permita una cooperación a una escala potencialmente universal: en el mercado, cualquiera que pueda satisfacer mis necesidades más urgentes es mi "amigo", por mucho que pertenezca a otra nación, otra cultura, otra religión u otra raza; mis "enemigos" son aquellos que compiten contra mí en satisfacer mejor que yo las necesidades ajenas y la única forma de batirlos es volviéndome un mejor cooperador que ellos.

Foto: Un retrato de Xi Jinping en una exhibición en el 'Edificio Rojo' en Pekín, China. (EFE/Wu Hao)
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El Estado, en cambio, es una organización vertical basada en la autoridad política para gobernar dentro de un territorio y sobre una determinada población. Su función originaria es supuestamente la de defender a esa población y a ese territorio (en realidad, los defiende frente a otros parásitos para disponer del monopolio de la parasitación), pero el potencial defensivo también es potencial ofensivo: al contar con fuerza suficiente para evitar que otros Estados parasiten a mi población, también se puede caer en la tentación de acumular fuerza suficiente como para parasitar a la población de otros Estados. Por eso, para el Estado, quienes se hallen dentro de su población son amigos o aliados (en realidad tampoco, porque dentro del Estado también hay divisiones y luchas por el poder) y quienes se hallen fuera de esa población son enemigos: y la forma de batirlos en última instancia es a través de la guerra.

En este sentido, la promoción y extensión social del mercado contribuye a extender instituciones que nos incentivan a todos a volvernos mejores cooperadores, mientras que la promoción y extensión social del Estado contribuye a extender instituciones que, consciente o inconscientemente, nos incentivan a todos a prepararnos para la guerra. Así, sucede que una de las mejores noticias del último medio siglo, a saber, el crecimiento económico de China que ha sacado de la pobreza a mil millones de personas, por culpa de la política —de la geopolítica, si lo queremos— se está convirtiendo aparentemente en una de las peores noticias para Occidente. Cuanto mayor sea el PIB de China, mayor será el gasto potencial del Estado chino y, por tanto, mayor será la amenaza militar que supone (y lo mismo pensará el Estado chino con respecto a EEUU, claro).

Foto: EC.
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Mientras que económicamente es una maravillosa noticia que el PIB chino aumente tanto como resulte posible (más bien y servicios valiosos para el conjunto del planeta, sin distinciones personales), políticamente resulta un problema potencial (más poderío militar para agredirnos). Por eso el tercer mandato nacionalista y politizador de Xi Jinping es tan inquietante: no porque vaya a convertir a China en una economía más próspera —que habida cuenta de sus problemas internos, está por ver y, en todo caso, no sería un problema per se— sino porque quiere convertirla en un agente político más relevante internacionalmente y, por tanto, más peligroso. Y porque conforme ello suceda y los Estados occidentales se vayan sintiendo amenazados, más restringirán el comercio con China —como acaba de hacer Biden con los semiconductores— y más belicosos se volverán contra ella.

Es decir, en lugar de avanzar hacia instituciones globales basadas en la cooperación a través del mercado, vamos avanzando hacia la politización de la esfera internacional, marginando el ámbito del mercado. Y cuando las mercancías no cruzan las fronteras, terminan haciéndolo los soldados.

Decía Franz Oppenheimer que existen dos formas de satisfacer nuestras necesidades: a través de los medios políticos y a través de los medios económicos. Es decir, o parasitando a terceros o cooperando productivamente con ellos. Los seres humanos, dependiendo del contexto social e institucional en el que nos movamos, podemos inclinarnos hacia la producción cooperativa o hacia el pillaje parasitario. De ahí que sea importante contar con instituciones que canalicen nuestras pasiones, pero también nuestros peores instintos hacia la colaboración pacífica en lugar de hacia la violencia y la explotación.

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