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El 'covid cero' se vuelve contra el Partido Comunista Chino
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Juan Ramón Rallo

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El 'covid cero' se vuelve contra el Partido Comunista Chino

Lo que comenzó siendo un aparente éxito político del Estado chino puede terminar convirtiéndose en uno de sus mayores fiascos

Foto: Protestas en China por la política de 'covid cero'. (Reuters/Mark R. Cristino)
Protestas en China por la política de 'covid cero'. (Reuters/Mark R. Cristino)
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A comienzos de marzo de 2020, cuando el covid-19 ya estaba goleando a China, mientras en Occidente nos quedábamos a verlas venir, escribí que, si persistíamos en nuestra actitud de indiferencia ante los riesgos del nuevo virus, corríamos el riesgo de que, a futuro, los ciudadanos terminaran percibiendo internacionalmente a las sociedades libres como inoperantes frente a amenazas de ese calibre y, en cambio, a autocracias al estilo chino como máquinas engrasadas y perfectamente eficaces para enfrentarse a peligros colectivos como el que podía suponer el covid.

Pocos días después, Occidente comenzó a emular muchas de las más draconianas medidas que había puesto en práctica China (como los confinamientos domiciliarios) y las fronteras entre las llamadas sociedades libres y la autocracia china se difuminaron: es verdad que en China los controles seguían siendo más salvajes e invasivos que en Occidente, pero 2020 fue un año en el que el hiper-Estado parecía reivindicarse como un agente imprescindible para la subsistencia misma de la especie humana. El Estado no había disfrutado de tanto y tan arbitrario poder desde la Segunda Guerra Mundial.

Foto: Protestas en Shanghái. (Reuters)

Sin embargo, en 2021 y, sobre todo, en 2022 cambiaron las tornas. Conforme nos hemos ido inmunizando frente al virus y adaptando a convivir con él, la práctica totalidad de las excepcionales restricciones a las libertades individuales han ido levantándose en Occidente, aunque solo sea por la elemental supervivencia electoral de nuestros gobernantes.

En España tenemos el muy claro ejemplo de Ayuso, quien se adelantó a todos los demás políticos a la hora de exigir relajaciones de las restricciones sanitarias (en medio de las tan erradas como unánimes críticas de toda la prensa, incluidas en un comienzo las de un servidor); pero no es un caso único: en Italia, buena parte del triunfo de Meloni también se ha debido a que rechazó tempranamente las restricciones vinculadas al covid. Dicho en términos sencillos: si a día de hoy algún político occidental defendiera o impusiera confinamientos sanitarios contra el covid similares a los de marzo de 2020, ese político perdería estrepitosamente las elecciones. Por eso, aunque quisieran, no podrían.

"En Italia, buena parte del triunfo de Meloni también se ha debido a que rechazó las restricciones vinculadas al covid"

Distinto es el caso de China: la autocracia asiática sí puede perseverar en su política de covid cero (confinamientos incluidos) porque el establishment político no tiene por qué validar sus medidas a lo largo de cada ciclo electoral. Desde luego, este modelo tiene una ventaja muy obvia frente a las democracias occidentales: permite que los gobernantes dirijan su mirada hacia el largo plazo sin quebrarse la cabeza por las refriegas partidistas de corto plazo (esto es, permite apostar por políticas de largo plazo en lugar de tomar decisiones meramente efectistas a corto plazo).

Sin embargo, también tiene un defecto muy evidente que ya fue apuntado por Karl Popper: dificulta que los errores gubernamentales se corrijan pacíficamente por muy groseros que estos resulten para la mayoría de la población. Los políticos pueden tomar medidas absolutamente dañinas y disparatadas, pero como los ciudadanos no pueden "falsar" tales decisiones en las urnas, no les queda otra opción que la violencia para oponerse a ellas. Solo doblegando la determinación del Gobierno o, en el extremo, tumbándolo con una insurrección civil, es posible que cambie de rumbo político del país cuando sus integrantes están obcecados a no hacerlo.

Foto: Trabajadores para la prevención del covid en Pekín, China. (Reuters/Thomas Peter)

Esa es justamente la situación en la que se hallan ahora mismo varias ciudades de China: las protestas callejeras contra la política de covid cero decretada centralizadamente por el Partido Comunista Chino son la única forma de mostrar su descontento y de presionar para que sean abandonadas. Aunque se trate de políticas enormemente costosas para el país —el PIB chino se contrajo durante el segundo trimestre de este año como consecuencia de este tipo de medidas y reeditarlas en estos momentos supone un muy importante quebranto para una economía que ya está muy debilitada—, el Gobierno no puede renunciar a ellas porque las ha convertido en una de sus señas de identidad e incluso de legitimidad social.

De ahí que la crítica social a una política concreta —covid cero— se entremezcle no solo con críticas al líder supremo —Xi Jinping—, sino también al régimen político del país en sí mismo —la dictadura del Partido Comunista Chino—. Lo que comenzó siendo un aparente éxito político del Estado chino puede terminar convirtiéndose en uno de sus mayores fiascos.

A comienzos de marzo de 2020, cuando el covid-19 ya estaba goleando a China, mientras en Occidente nos quedábamos a verlas venir, escribí que, si persistíamos en nuestra actitud de indiferencia ante los riesgos del nuevo virus, corríamos el riesgo de que, a futuro, los ciudadanos terminaran percibiendo internacionalmente a las sociedades libres como inoperantes frente a amenazas de ese calibre y, en cambio, a autocracias al estilo chino como máquinas engrasadas y perfectamente eficaces para enfrentarse a peligros colectivos como el que podía suponer el covid.

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