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2022: un mal año para China
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Juan Ramón Rallo

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2022: un mal año para China

China solo creció un 3% en 2022: su segunda peor cifra desde 1976

Foto: El presidente chino, Xi Jinping. (Reuters/Tingshu Wang)
El presidente chino, Xi Jinping. (Reuters/Tingshu Wang)
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China creció en 2022 apenas un 3%: si excluimos el dato de 2020 (ejercicio en el que estalló la pandemia global, precisamente en China), se trata de su expansión más débil desde 1976, año en que falleció Mao y se abrió una cruenta guerra intestina por su sucesión. La excepcionalidad del dato quizá se aprecie mejor si tenemos presente que, por primera vez en las últimas décadas, España y probablemente también EEUU habrá crecido más que China durante ese ejercicio.

Obviamente, uno podría replicar que un crecimiento del 3% no es un dato tan preocupante: si lo peor que registra China son unas cifras que serían consideradas muy positivas para cualquier otro país en casi cualquier otra coyuntura, entonces es que la economía china no estará tan mal. Y, desde luego, no habría que exagerar la magnitud de los problemas internos del país, pero tampoco minusvalorarlos. No se trata solo de que hace no tanto tiempo China estuviera creciendo a tasas del 10% o del 7%, sino que un 3% puede ser un buen dato para un país desarrollado, pero no lo es para un país en vías de desarrollo. Por ejemplo, en 2015, 2016 y 2017, España se expandió a un ritmo igual o superior al 3% y se trataron de muy buenas cifras para España: pero es que nuestra renta per cápita (en paridad de poder adquisitivo) duplica a la de China.

Que China pudiera pasar a crecer estructuralmente a tasas similares a las de un país rico sin ser un país rico reaviva los miedos de que el gigante asiático esté cayendo en la llamada “trampa de la renta media”, esto es, tasas de crecimiento por debajo de su potencial que le impiden, o dificultan muy notablemente, converger a largo plazo con los países ricos. Ciertamente, todavía es prematuro para concluir si China ha caído o no en esa trampa de la renta media: el mal dato de 2022 no deja de ser atípico por la política de covid cero aplicada en el país hasta finales de ese ejercicio; a este respecto, especialmente malos fueron el segundo trimestre (cuando el PIB se contrajo) y el cuarto trimestre de 2022 (cuando el PIB se estancó). Ahora que finalmente el Partido Comunista de China ha decidido reabrir la economía y no someterla a nuevas restricciones sanitarias, acaso cabría esperar un mayor brío en el crecimiento. Pero tampoco nos dejemos engañar enteramente por las distorsiones de la política de covid cero: aun dejándola de lado, el país arrastra otros problemas que no pueden soslayarse.

Por un lado, la crisis inmobiliaria, que ya se cobró simbólicamente la cabeza de Evergrande: la venta de viviendas en China sigue hundiéndose a tasas interanuales cercanas al 30% y con relativa independencia de la política de covid cero (la magnitud de la caída interanual de la venta de viviendas es independiente del trimestre en el que la analicemos: pese a que el primer y el tercer trimestre de 2022 fueron buenos en términos de PIB, fueron muy malos en términos de compraventa de inmuebles). Acaso por ello, el Partido Comunista también ha rectificado en las últimas semanas la política de las Tres Líneas Rojas, aprobada en agosto de 2020, con el objetivo de restringir el crédito a los promotores inmobiliarios y pinchar controladamente la burbuja del ladrillo. Parece que los planificadores ya dan por concluido el ajuste de precios o, peor, que apuestan por volver a inflar la burbuja como forma de aumentar el PIB.

Foto: Una familia camina por las calles de Pekín. (EFE/Roman Pilipey)

Por otro, la crisis demográfica: 2022 no solo fue el peor año en términos de crecimiento desde 1976, sino el primer año en que la población del país se contrajo desde la década de los sesenta. Nuevamente, los habrá que crean que este revés demográfico está vinculado con la mortalidad extraordinaria del covid, pero no: la caída de la población es una consecuencia del sostenido declive en el número de nacimientos dentro del país. Si durante la primera década del siglo XXI, China registraba unos nacimientos anuales de alrededor de 16 millones de personas (compatibles con una población a largo plazo de unos 1.400 millones de personas), en la actualidad los nacimientos han caído por debajo de los 10 millones al año (compatibles con una población a largo plazo de unos 800 millones de personas). Y lo peor es que la caída en el número de nacimientos todavía no se ha estabilizado. Una población menor y más envejecida también es una población de la que emergerán menos innovaciones susceptibles de ser emuladas por el resto de industrias o una población con un menor espíritu empresarial y aventurero.

En definitiva, aunque el mal dato económico de 2022 sea coyuntural en una parte, no lo es en otra: hay factores que a corto, medio y largo plazo van a lastrar el crecimiento del país. El propio Partido Comunista solo anticipa una expansión de alrededor del 5% para 2023, sin política de covid cero de por medio. No es un dato catastrófico en comparación con otros países, pero tampoco es un dato optimista respecto a lo que era China antes de 2020.

China creció en 2022 apenas un 3%: si excluimos el dato de 2020 (ejercicio en el que estalló la pandemia global, precisamente en China), se trata de su expansión más débil desde 1976, año en que falleció Mao y se abrió una cruenta guerra intestina por su sucesión. La excepcionalidad del dato quizá se aprecie mejor si tenemos presente que, por primera vez en las últimas décadas, España y probablemente también EEUU habrá crecido más que China durante ese ejercicio.

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