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Deuda pública: nada que celebrar
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Juan Ramón Rallo

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Deuda pública: nada que celebrar

La deuda pública española corre el riesgo de caer en una trayectoria explosiva durante las próximas décadas si algunas variables, fuera del alcance del Gobierno, se tuercen

Foto: La bolsa española. (EFE/Vega Alonso)
La bolsa española. (EFE/Vega Alonso)
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El peso de la deuda pública española en el PIB se redujo desde el 118,3% en 2021 hasta el 113,1% a finales de 2022. El Gobierno lo vende como un éxito por tratarse de una de las mayores caídas anuales de la historia reciente, pero en realidad los datos deberían generarnos una cierta preocupación si atendemos al conjunto de la situación macroeconómica en la que nos hallamos.

En estos momentos, el tipo de interés de nuestra deuda pública a 10 años se ubica en el 3,5% y, si la inflación se enquista más tiempo de lo que esperábamos hace apenas unos meses, perfectamente podría terminar ubicándose entre el 3,5% y el 4%. Asimismo, si la AIReF está en lo cierto y el déficit primario se mantiene anclado entre el 1,5% y el 2,5% del PIB durante las próximas décadas, entonces nuestra deuda pública podría terminar siguiendo una trayectoria explosiva.

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Recordemos que la evolución de la ratio entre la deuda pública y el PIB depende de la tasa de crecimiento nominal de la economía, del déficit primario sobre el PIB y de los tipos de interés. A mayor crecimiento nominal, menor ratio; a mayor déficit primario y mayores tipos, mayor ratio. A partir de aquí, simulemos dos tipos de escenarios: unos favorables y otros desfavorables.

Empecemos con los favorables. Primero, imaginemos que conseguimos controlar la tasa de inflación al 2% por año durante las próximas décadas, que los tipos de interés se mantienen en promedio en el 3,5% y que hemos alcanzado el equilibrio presupuestario primario: en ese caso, en el año 2050 habríamos disminuido la deuda pública al 100% del PIB. Segundo, si en el anterior escenario los tipos de interés fueran del 2% (en lugar del 3,5%), entonces en 2050 lograríamos una deuda pública del 67%. Y tercero, si el crecimiento nominal del PIB se elevara al 5% por año (por ejemplo, porque el PIB real crece a una media del 2,5% y la inflación es del 2,5%), los pasivos estatales bajarían al entorno del 50% del PIB. En otras palabras, en determinadas circunstancias, no hay motivo para preocuparse en exceso por nuestro endeudamiento.

Pero vayamos ahora con los escenarios menos favorables. Primero, si el crecimiento del PIB real es del 2% anual durante las próximas décadas, la inflación también es del 2%, los tipos de interés se mantienen en el 3,5% y el déficit primario alcana en el 2,5% del PIB año tras año, nos plantaríamos en 2050 con una deuda equivalente al 160% del PIB. Segundo, si, en el caso anterior, el déficit primario no fuera del 2,5%, sino del 3,5% del PIB, la deuda pública concluiría 2050 en el 185% del PIB. Si, en tercer lugar, los tipos de interés no se ubican en promedio en el 3,5% sino en el 4,5%, entonces la deuda pública se dispararía hasta el 209% del PIB. Y si, en cuarto lugar, el crecimiento del PIB nominal fuera del 3% al año (por ejemplo, porque el PIB real solo crece al 1% anual con una inflación del 2%), entonces los pasivos estatales estallarían hasta el 255% del PIB.

¿Qué debería hacer un Gobierno responsable? No pensar que no hay ningún problema en ciernes

Démonos cuenta de que ninguno de todos estos escenarios resulta absolutamente descartable (aunque los hay más probables que otros) y que pequeños cambios no descabellados en ciertas variables dan trayectorias de deuda pública muy divergentes. ¿Qué debería hacer un Gobierno responsable? Desde luego no caer en la vana complacencia y pensar que no hay ningún problema potencial en ciernes. A partir de ahí, tratar de influir sobre la trayectoria de la deuda a través de aquellas variables que la determinan y que caen bajo su control: ¿Los tipos de interés? No esencialmente (sobre todo si la prima de riesgo no se descontrola). ¿La inflación? Tampoco. ¿El crecimiento del PIB real? No de manera directa. ¿Entonces? El déficit primario: si España consigue alcanzar un equilibrio presupuestario primario sostenido o incluso un superávit primario, será complicado que la deuda alcance cotas devastadoras. Por ejemplo, con un superávit primario del 1% del PIB por año, aun cuando los tipos de interés se dispararan al 4,5% y el crecimiento nominal promedio apenas fuera del 3% durante las próximas décadas, conseguiríamos rebajar la deuda pública al 100% del PIB en 2050 (no es ninguna gesta, pero al menos no entraríamos en la senda del default).

No parece, empero, que esa vaya a ser una prioridad ni de este ni de cualquier otro venidero Gobierno. La austeridad no da votos.

El peso de la deuda pública española en el PIB se redujo desde el 118,3% en 2021 hasta el 113,1% a finales de 2022. El Gobierno lo vende como un éxito por tratarse de una de las mayores caídas anuales de la historia reciente, pero en realidad los datos deberían generarnos una cierta preocupación si atendemos al conjunto de la situación macroeconómica en la que nos hallamos.

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