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Juan Ramón Rallo

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¿Riesgo de reinflación?

Los mercados están anticipando que la Reserva Federal puede acercarse a tipos de interés del 6% y el Banco Central Europeo al 4%. Esto dependerá de la evolución del IPC

Foto: Las tasas de inflación subyacente continúan al alza. (EFE/Eduardo Oyana)
Las tasas de inflación subyacente continúan al alza. (EFE/Eduardo Oyana)
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Durante el segundo semestre del año pasado, la victoria contra la inflación parecía más o menos encarrilada después de las sostenidas subidas de tipos de interés por parte de los bancos centrales. Las tendencias desinflacionarias, que habían arrancado en EEUU, reverberaban por el resto de mercados —por ejemplo, los de materias primas, con un petróleo y un gas abaratándose significativamente— y por otras economías occidentales —de manera muy significativa, la española, que parecía actuar como un indicador adelantado del rumbo que terminarían siguiendo el resto de países del continente—, y así se generalizó la expectativa de que los tipos de interés estaban muy cerca de haber tocado techo.

A lo largo de las últimas semanas, empero, la percepción ha comenzado a cambiar. Primero, y a pesar de que hay indicadores para todos los gustos, algunas partes de la economía estadounidense muestran una fortaleza rayana al sobrecalentamiento: la tasa de paro, por ejemplo, se ubica en el 3,4% después de que en enero se crearan más de medio millón de empleos; a su vez, las ventas minoristas también se dispararon ese mes en un 3% (casi el doble de lo anticipado por los analistas). Segundo, el indicador de inflación preferido por la Reserva Federal (el PCE y, sobre todo, el PCE subyacente) subió de manera sorpresiva en enero hasta el 5,4% (y el subyacente hasta el 4,7%) cuando se esperaba una caída hasta el 4,9%. Y, tercero, los datos del IPC de febrero que conocimos ayer para España y para Francia tampoco invitan al optimismo: no solo se trata de que el índice general vuelva a subir —en el caso de nuestro país, hasta el 6,1%—, sino que las tasas de inflación subyacente continúan al alza.

Foto: Una frutería en Toledo. (EFE/Ismael Herrero)

Todavía es pronto para saber si el periodo de sana desinflación global ya ha llegado a su fin y si, en consecuencia, nos estamos estabilizando en tasas de inflación peligrosamente elevadas. En marzo, por ejemplo, la tasa interanual de muchos países experimentará una notable caída por mero efecto base, pero lo mollar estará en cómo siga evolucionando la tasa de inflación intermensual: pues ahora mismo lo importante no es que, hasta diciembre, hayamos experimentado un periodo de desinflación (algo ya conocido), sino si, desde enero, estamos asistiendo a un inquietante proceso de reinflación.

De ser así, las subidas de tipos de interés seguirán su curso. Ahora mismo, de hecho, los mercados están anticipando que la Reserva Federal puede acercarse a tipos de interés del 6% (cuando hace apenas unas semanas incluso apostaban por que no llegaría al 5%) y el Banco Central Europeo al 4%. Pero, de nuevo, todo esto no deja de ser meramente especulativo porque dependerá de qué suceda con la evolución del IPC a ambos lados del Atlántico durante los próximos trimestres. Si la inflación crece y se mantiene muy por encima del objetivo del 2% (en lugar de converger hacia ella), los tipos continuarán subiendo. De ser así, resultaría deseable no cargarle al sector privado todo el ajuste necesario para estabilizar el valor de la moneda: resultaría deseable que nuestros gobiernos, que hasta la fecha han actuado como si no tuvieran responsabilidad alguna en la inflación, se pusieran manos a la obra para equilibrar sus cuentas públicas y contribuir, de ese modo, a moderar los precios. Es decir, que, en lugar de remar en dirección opuesta, pasen a remar en la misma dirección que los bancos centrales.

Foto: Indicador del Ibex 35. (EFE/Ana Bornay) Opinión

A la postre, si todo el enfriamiento económico pretende lograrse con subidas de tipos que asfixien financieramente a las familias y a las empresas, una de dos: o se institucionalizan socialmente expectativas de inflación muy elevadas que moderen los altos tipos de interés nominales en más asequibles tipos de interés reales, o el debilitamiento económico terminará llegando en forma de dura contracción. Lo primero cronificaría la inflación por desanclaje de las expectativas y lo segundo destruiría innecesariamente riqueza para mantener a raya las expectativas. Ninguno de ambos escenarios es preferible a que los Estados hagan sus deberes y controlen ya sus déficits.

Durante el segundo semestre del año pasado, la victoria contra la inflación parecía más o menos encarrilada después de las sostenidas subidas de tipos de interés por parte de los bancos centrales. Las tendencias desinflacionarias, que habían arrancado en EEUU, reverberaban por el resto de mercados —por ejemplo, los de materias primas, con un petróleo y un gas abaratándose significativamente— y por otras economías occidentales —de manera muy significativa, la española, que parecía actuar como un indicador adelantado del rumbo que terminarían siguiendo el resto de países del continente—, y así se generalizó la expectativa de que los tipos de interés estaban muy cerca de haber tocado techo.

Inflación Banco Central Europeo (BCE)
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