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Podemos contra Sumar: por qué la democracia no funciona
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Juan Ramón Rallo

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Podemos contra Sumar: por qué la democracia no funciona

El poder no reside en el pueblo sino en la minoría oligárquica que, cual ley de hierro, hace y deshace a su arbitrio sin ningún tipo de contrapeso social o institucional

Foto: Yolanda Díaz presenta Sumar. (Sergio Beleña)
Yolanda Díaz presenta Sumar. (Sergio Beleña)
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Sumar, la plataforma política de Yolanda Díaz, se nos ha presentado como un proyecto democrático, participativo y basado en la escucha a los ciudadanos. Un espacio que parece haberse ido conformando desde abajo hasta terminar emergiendo arriba como un sujeto político propio y original. Sin embargo, no lo olvidemos, el liderazgo de Yolanda Díaz —y, por tanto, la existencia misma de su plataforma personalista Sumar— dentro del espacio político a la izquierda del PSOE nació merced al dedazo de Pablo Iglesias: fue entonces, cuando el vicepresidente segundo del Gobierno decidió salir del Ejecutivo para competir electoralmente contra Ayuso, cuando Iglesias ungió a Díaz como su heredera y esta pudo comenzar a armar su candidatura.

Es verdad que Iglesias siempre subordinó semejante nombramiento a que fuera más adelante ratificado por la militancia de los distintos partidos que en su momento conformaban Unidas Podemos. Pero, para entonces, Díaz ya habría sido colocada y visibilizada durante años como lideresa oficial por el entonces líder indiscutido de la coalición: es decir, habría sido colocada a pocos metros de la meta en comparación con cualquier otro posible candidato que deseara competir contra ella.

Foto: Díaz, a su entrada en el polideportivo Magariños. (EFE/Víctor Lerena)

Pues bien, habiendo sido esta la partida de nacimiento de Sumar, se entenderá perfectamente que, hasta ahora, lo único por lo que haya dado que hablar esta plataforma política haya sido por sus luchas de poder contra Podemos. Todo el runrún mediático que ha precedido y rodeado a su presentación oficial ha tenido que ver con los tiras y aflojas por el reparto de los puestos de mando dentro de una posible coalición. Podemos —que se cree fuerte y capaz de movilizar a sus militantes en unos comicios internos— reclama un proceso de primarias abiertas para poder colocar a los suyos (los suyos son aquellos candidatos previamente seleccionados, filtrados y aleccionados por las élites que dirigen Podemos, no militantes de base que espontáneamente entren en liza incluso en abierta oposición a esas élites) y Sumar lo rechaza por temerse en inferioridad de apoyos frente a Podemos. Tanto los unos como los otros reputan las primarias como instrumentales para su objetivo: a saber, conquistar el poder. Los unos las aceptan porque creen que las ganarán, los otros —por muchos golpes democráticos en el pecho que se den— las rechazan porque temen que las perderán.

En el fondo, esta obsesión —y lucha— de unos y de otros por los nombres de los candidatos, en lugar de por las ideas y las propuestas de esos candidatos, solo pone de relieve que ni unos ni otros tienen demasiada fe en el abecé de la narrativa democrática más convencional. Es decir, la idea de que los políticos son meramente representantes o instrumentos a través de los cuales el pueblo soberano transmite y ejerce su voluntad. En realidad, tanto Podemos como Sumar son conscientes de que los políticos no son correas de transmisión de los electores, sino que concentran un poder autónomo y desconectado del mandato del conjunto de sus votantes. Por eso, y aun cuando llegaran a acordar unas mismas propuestas programáticas, ni unos ni otros pueden considerar en absoluto irrelevante la identidad de quienes ocupen los puestos de salida en las listas electorales: porque aquello que hace y puede hacer el político electo no tiene por qué guardar ninguna relación con aquello que han escogido sus votantes. Y por eso el proceso de selección de los candidatos es mucho más relevante que el proceso de selección de las propuestas programáticas.

En suma, que el poder no reside en el pueblo, sino en la minoría oligárquica que, cual ley de hierro, hace y deshace a su arbitrio sin ningún tipo de contrapeso social o institucional. De ahí la feroz lucha entre las élites políticas de la izquierda por ser ellos quienes integren esta oligarquía de mando. O Podemos o Sumar, pero no los ciudadanos.

Sumar, la plataforma política de Yolanda Díaz, se nos ha presentado como un proyecto democrático, participativo y basado en la escucha a los ciudadanos. Un espacio que parece haberse ido conformando desde abajo hasta terminar emergiendo arriba como un sujeto político propio y original. Sin embargo, no lo olvidemos, el liderazgo de Yolanda Díaz —y, por tanto, la existencia misma de su plataforma personalista Sumar— dentro del espacio político a la izquierda del PSOE nació merced al dedazo de Pablo Iglesias: fue entonces, cuando el vicepresidente segundo del Gobierno decidió salir del Ejecutivo para competir electoralmente contra Ayuso, cuando Iglesias ungió a Díaz como su heredera y esta pudo comenzar a armar su candidatura.

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