Laissez faire
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¿Se pondrá Alemania por fin seria?
Ojalá la presunta ortodoxia alemana no termine bajándose los pantalones como ha estado haciendo regularmente durante los últimos años
La Unión Europea nos prometió una mejora en la calidad institucional de España: no solo frenar una potencial argentinización del país, sino también una progresiva evolución hacia estructuras como las de Alemania o Países Bajos. Durante los últimos años, sin embargo, la eurocracia bruselense decidió renunciar a la segunda parte de estos propósitos: dado que las presiones sobre los países del sur para que se reformaran y se parecieran cada vez más a los del norte estaba poniendo en riesgo la unidad del “proyecto europeo” (a través del auge de partidos populistas), se terminaron priorizando los objetivos políticos de una Europa estatalmente unida a la progresiva mejora del marco institucional de España, Grecia o Italia.
El descontrol de los fondos europeos y de las reformas asociadas a los mismos son un buen ejemplo de la absoluta manga ancha que prevalece ahora mismo dentro de la UE en contraposición con lo que ocurría hace una década. Otro ejemplo podría ser el activismo monetario del BCE a la hora de evitar que las primas de riesgo se incrementen, casi con independencia del comportamiento, diligente o irresponsable, de los Estados miembros. Y aun otro ejemplo sería la suspensión y futura flexibilización del Pacto de Estabilidad y Crecimiento, es decir, de los límites al endeudamiento acumulado y a la nueva emisión de deuda entre los países que comparten la moneda única.
En realidad, la principal reforma que requeriría el Pacto de Estabilidad y Crecimiento consiste en asegurar su cumplimiento. Durante las últimas décadas, numerosos países se han saltado a la torera en numerosísimas ocasiones sus objetivos, pero nunca ninguno ha sido finalmente sancionado, lo que ha terminado convirtiendo el Pacto en una declaración de buenas voluntades de cara a la galería, pero poco más. Y justamente esa indisciplina fiscal acumulada es la que ha terminado colocando al Banco Central Europeo en una situación de dominancia fiscal por la cual necesita mostrarse laxo con los Estados más endeudados del continente: porque el sobreendeudamiento público de los Estados del sur aboca al BCE a escoger entre la supervivencia del euro o una política monetaria ortodoxa. No solo eso, la dominancia fiscal del BCE alimenta la parálisis reformista entre los Estados europeos, por cuanto, en ausencia de presiones externas para potenciar su crecimiento, ¿para qué emprender modificaciones relevantes en el marco normativo nacional si tales modificaciones son impopulares y pueden hacer tambalear los apoyos electorales del partido gubernamental?
De ahí que la correcta redefinición del Pacto de Estabilidad y Crecimiento sea crucial para retornar a la Unión Europea a la senda de la sana institucionalidad que jamás debió perder: solo con desapalancamiento estatal, el BCE abandonará su situación de dominancia fiscal, y solo con una política monetaria no orientada a estabilizar las primas de riesgo de los Estados miembros, estos poseerán incentivos de mercado a reformarse en lugar de a emborracharse con el déficit indirectamente financiado por el BCE.
Hasta hace unos meses, las esperanzas de que la reforma del Pacto de Estabilidad y Crecimiento fuera en la buena dirección eran más bien escasas. Todo parecía organizado para terminar de diluir la letra original del acuerdo y legalizar de iure lo que ya se había normalizado de facto: la indisciplina fiscal. Pero ya sea por el entorno inflacionista actual o por una mera pose de negociación política de los liberales alemanes (dentro del tripartido federal), parecería que las negociaciones han vuelto a su buen cauce. El ministro de Finanzas teutón, Christian Lindner, exige mantener los objetivos numéricos de déficit y deuda dentro del Pacto de Estabilidad y Crecimiento, así como automatizar (o semiautomatizar) las sanciones en caso de incumplimiento.
¿Y si la Comisión Europea y el resto de Estados miembros se oponen a las exigencias del Ejecutivo alemán? Entonces, según escribió ayer mismo Lindner, más vale no reformar en absoluto el Pacto de Estabilidad y Crecimiento. O reforma para mejorarlo o lo dejamos como está. Ojalá sea así y la presunta ortodoxia alemana no termine bajándose los pantalones, como ha estado haciendo regularmente durante los últimos años.
La Unión Europea nos prometió una mejora en la calidad institucional de España: no solo frenar una potencial argentinización del país, sino también una progresiva evolución hacia estructuras como las de Alemania o Países Bajos. Durante los últimos años, sin embargo, la eurocracia bruselense decidió renunciar a la segunda parte de estos propósitos: dado que las presiones sobre los países del sur para que se reformaran y se parecieran cada vez más a los del norte estaba poniendo en riesgo la unidad del “proyecto europeo” (a través del auge de partidos populistas), se terminaron priorizando los objetivos políticos de una Europa estatalmente unida a la progresiva mejora del marco institucional de España, Grecia o Italia.
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