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¿Son los beneficios empresariales culpables de la inflación?
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Juan Ramón Rallo

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¿Son los beneficios empresariales culpables de la inflación?

El factor clave que ha disparado, o posibilitado que se dispare, la inflación ha sido el incremento del gasto nominal agregado

Foto: Bolsa de Madrid. (EFE/Vega Alonso)
Bolsa de Madrid. (EFE/Vega Alonso)
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Después de los cuellos de botella de la pandemia o del alza del precio del petróleo por la guerra en Ucrania, los nuevos culpables de la alta inflación que todavía padecen nuestras economías son los márgenes empresariales. Al cabo, cuando uno se niega a reconocer la influencia que han tenido los estímulos fiscales y monetarios sobre esta elevación de los precios, solo le queda echar balones apuntando fuera hacia cualesquiera otros posibles responsables. Y ahora que los cuellos de botella de la pandemia ya se han solventado y que los precios de la energía se hallan más bajos que antes de iniciarse la guerra, parece que hay que señalar con el dedo a los beneficios de las empresas.

Ahora bien, el problema de apelar a los beneficios empresariales como causantes de la inflación es que no queda demasiado claro cuál es el mecanismo exacto que ha permitido, justamente en 2021 o 2022 (y no antes), que los empresarios aumenten sus ganancias incrementando precios, ni tampoco cuál es el mecanismo exacto que está empezando a impedirlo en 2023 (en la medida en que la inflación ha ido moderándose). ¿Qué cambió hace dos años y qué está volviendo a cambiar? ¿De súbito los empresarios se volvieron más avariciosos y ahora están dejando de serlo? ¿Se incrementó entonces su poder de mercado y ahora se están restableciendo dinámicas competitivas?

Esa inelasticidad de la oferta se vio agravada por los 'shocks' negativos que hemos experimentado desde 2020

La realidad es más sencilla: las políticas de estímulo contribuyeron a multiplicar el gasto nominal agregado dentro de nuestras economías y ello contribuyó a su vez a elevar los precios, especialmente en aquellos sectores con una oferta más inelástica. Desde luego, esa inelasticidad de la oferta se vio agravada por los shocks negativos que hemos experimentado desde 2020: ya sea, en primer lugar, con la suspensión de actividad o con la recomposición de la demanda sectorial como consecuencia de la pandemia o ya sea, después, con la guerra en Ucrania. Asimismo, y aquí sí podría haber cierta base para hablar indirectamente de una inflación de beneficios, si en determinadas industrias prevalece una escasa competencia, entonces puede que esas industrias no hayan aumentado la producción tanto como habrían podido hacerlo ante el estallido del gasto nominal como resultado de los estímulos (es decir, que acaso con más competencia en algunos sectores los precios se habrían incrementado menos de lo que lo han hecho, pero en cualquier caso se habrían incrementado).

Pero, repetimos, el factor clave que ha disparado, o posibilitado que se dispare, la inflación ha sido el incremento del gasto nominal agregado: sin él, los precios en algunos sectores podrían haber aumentado en la medida en que su demanda y oferta relativa se hubiesen desajustado, pero no podrían haberlo hecho tanto los precios en todos los sectores; lo mismo ocurre con los beneficios: podrían haberse incrementado en algunos casos, pero habría sido difícil que lo hicieran de manera generalizada sin algún factor transversal que llevara a reducir salarios o a incrementar el poder de las empresas en el conjunto de la economía. Asimismo, y por razones similares, la moderación de la inflación puede que haya tenido que ver con que se haya logrado incrementar la oferta en aquellos sectores que exhibían mayores cuellos de botella (mayor inelasticidad de oferta), pero desde luego eso ha sido posible porque el crecimiento del gasto nominal agregado, merced a las subidas de los tipos de interés y a la reducción de los déficits fiscales, no está desbordando ese incremento de la oferta agregada.

En suma, no es que las empresas se estén volviendo ahora mismo espléndidas y estén dejando de subir tanto los precios: es que el combustible que alimentó el aumento del gasto nominal y, por tanto, de los ingresos nominales de las empresas se ha contenido y, como resultado, los precios no pueden subir tanto. Veremos si esa contención es suficiente como para que la inflación regrese a la senda del 2% que los bancos centrales se comprometen a respetar.

Después de los cuellos de botella de la pandemia o del alza del precio del petróleo por la guerra en Ucrania, los nuevos culpables de la alta inflación que todavía padecen nuestras economías son los márgenes empresariales. Al cabo, cuando uno se niega a reconocer la influencia que han tenido los estímulos fiscales y monetarios sobre esta elevación de los precios, solo le queda echar balones apuntando fuera hacia cualesquiera otros posibles responsables. Y ahora que los cuellos de botella de la pandemia ya se han solventado y que los precios de la energía se hallan más bajos que antes de iniciarse la guerra, parece que hay que señalar con el dedo a los beneficios de las empresas.

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