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La descomposición de Podemos
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Juan Ramón Rallo

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La descomposición de Podemos

Con el paso de los años, Podemos terminó mimetizando las peores formas de la casta que decía haber venido a enterrar

Foto: Pablo Iglesias, Irene Montero e Íñigo Errejón, en 2017. (EFE/Fernando Villar)
Pablo Iglesias, Irene Montero e Íñigo Errejón, en 2017. (EFE/Fernando Villar)
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En 2014, Pablo Iglesias amenazaba con asaltar los cielos: y estuvo a punto de conseguirlo. La confluencia de una de las mayores crisis económicas experimentadas por España durante las últimas décadas con una crisis político-institucional de enorme calado (el destape de la enorme corrupción de las élites político-financieras durante la época de la burbuja) hizo que Podemos estuviera cerca de convertirse en primera fuerza política del país —de hecho, según varias encuestas, llegó a convertirse en primera fuerza durante algunos meses antes de las elecciones generales de 2015— y, por tanto, y al igual que ocurrió en Grecia, formar Gobierno o, al menos, reemplazar al PSOE como fuerza hegemónica de la izquierda.

Finalmente, nada de eso sucedió, pero por muy poco. Tanto en 2015 como en 2016, los de Pablo Iglesias se quedaron a unos pocos cientos de miles de votos del PSOE, de modo que el escenario de un sorpaso —hoy desde luego lejano— no resultaba entonces ni mucho menos inverosímil. Pero a partir de 2016, muchas cosas comenzaron a torcerse, hasta el punto de que hoy Podemos se ha disuelto como un azucarillo dentro de esa Izquierda Unida 2.0 que es Sumar: no solo por el humillante veto a Irene Montero o Pablo Echenique, sino porque —salvo sorpresa y en función del diseño de las listas electorales—, Podemos no logrará más de ocho diputados en los comicios del próximo 23-J. ¿Qué ha pasado en menos de una década para que una fuerza política cuasi hegemónica en la izquierda termine volviéndose irrelevante en el panorama político? Probablemente, se trate de la confluencia de tres fenómenos.

Foto: Yolanda Díaz e Irene Montero conversan bajo la mirada de Enrique Santiago. (EFE/Kiko Huesca)
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Primero, y al igual que le ocurrió a Ciudadanos, Podemos es hijo de su tiempo: una crisis económica que parecía enquistada dentro de nuestra economía y cuyos recortes habían terminado hastiando a una sociedad que no veía salida alguna en el horizonte. A día de hoy, España tiene importantes problemas y retos, pero afortunadamente esa crisis económica —que estuvo en la génesis de los morados— ya es parte de nuestra historia.

Segundo, y asimismo de un modo parecido a Ciudadanos, Podemos intentó en un comienzo convertirse en un partido atrapalotodo: al muy errejoniano modo, se nos repetía que Podemos no era de izquierdas ni de derechas, sino que meramente aspiraban a una regeneración de la vida política, económica y social de España. Como mucho, se nos sugería que Podemos estaba "con los de abajo" frente a los "de arriba", esto es, frente a la casta que oprimía al pueblo. La alianza electoral con Izquierda Unida, en forma de Unidas Podemos, desgarró definitivamente cualquier ilusión de transversalidad y, cabe suponer, llevó a muchos votantes no de izquierdas a separarse de manera irreversible de la marca.

Foto: Pablo Iglesias y Yolanda Díaz. (EFE/Mariscal) Opinión

Y tercero, con el paso de los años, Podemos terminó mimetizando las peores formas de la casta que decía haber venido a enterrar. No solo por la hipocresía personal que pudo suponer el famoso chalé de Galapagar, sino por la propia estrategia del partido. En el mismo célebre discurso en el que Iglesias amenazaba con asaltar los cielos, también se quejó de las críticas infundadas que se estaban dirigiendo entonces hacia los morados:

"Dicen que llegamos aquí divididos. Yo quiero que les dediquéis un aplauso irónico a todos esos que dicen que estamos divididos. ¿Qué se pensaban? ¿Que una discusión en Podemos iba a ser como en el PP o en el PSOE, donde pactan las familias, donde tú me ofreces cuántos puestos en la dirección y llegamos a acuerdos?".

Lo cierto es que, al final, Podemos, o Sumar, sí ha acabado haciendo lo que PP o PSOE: negociar entre familias para repartirse votos, cargos y cuotas de poder. No anteponiendo un vaporoso interés general, o bienestar de la gente, a cualquier otra consideración, sino anteponiendo el interés partidista de los suyos a todo lo demás. De hecho, Sumar y Podemos no han hablado de otra cosa durante los últimos meses: de fondos y de cargos. Quienes en su momento apoyaron a Podemos por ser diferente a PP y PSOE se han tenido que dar inevitablemente cuenta de que, para todo lo malo, son muy similares.

De ahí que la nueva política se haya descompuesto para realimentar la vieja política. Porque todos ellos son y han sido siempre política.

En 2014, Pablo Iglesias amenazaba con asaltar los cielos: y estuvo a punto de conseguirlo. La confluencia de una de las mayores crisis económicas experimentadas por España durante las últimas décadas con una crisis político-institucional de enorme calado (el destape de la enorme corrupción de las élites político-financieras durante la época de la burbuja) hizo que Podemos estuviera cerca de convertirse en primera fuerza política del país —de hecho, según varias encuestas, llegó a convertirse en primera fuerza durante algunos meses antes de las elecciones generales de 2015— y, por tanto, y al igual que ocurrió en Grecia, formar Gobierno o, al menos, reemplazar al PSOE como fuerza hegemónica de la izquierda.

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