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Por qué la situación económica puede estar perjudicando al gobierno
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Juan Ramón Rallo

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Por qué la situación económica puede estar perjudicando al gobierno

La relativa buena situación de la actividad, del empleo y de los precios se fundamenta, al menos en parte, sobre el deterioro de los salarios reales de los trabajadores

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Reuters/Juan Medina)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Reuters/Juan Medina)
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La economía española no está en recesión, acaba de recuperar el nivel de PIB previo a la pandemia, cuenta con récord de ocupación desde antes de la anterior crisis financiera y su inflación se halla por debajo del 2%. El cuadro macroeconómico parece más que aceptable e incluso envidiable. ¿Cómo es posible, pues, que el Gobierno que ha pilotado estos resultados económicos se halle en el filo de la navaja de la derrota electoral?

Una primera explicación pasa por argumentar que estos comicios no van a versar sobre cuestiones materiales sino posmateriales: el feminismo, el wokismo, la unidad nacional, el filoterrorismo, etc. Y no cabe duda de que ahí reside parte de las razones del giro electoral (el famoso eslogan “que te vote Txapote” va justamente en esa dirección). Pero tal vez sería prematuro rechazar de plano que la aparentemente buena situación económica también esté influyendo para mal en el ánimo de los votantes.

Foto: El precio de los alimentos sigue impulsando el IPC. (EFE/Javier Lizón)

¿Qué sentido tiene que una buena situación económica influya negativamente en el voto a los partidos del actual gobierno? Pues que la buena situación macroeconómica se ha asentado en un deterioro de las condiciones microeconómicas. He de reconocer que habitualmente no me gusta establecer esta, en gran medida, artificial distinción entre la evolución de “lo macro” y de “lo micro”: en esencia, porque lo macro no es más que una agregación de lo micro y de sus interrelaciones emergentes. Mas en este caso diría que existe una clara justificación: parte de la buena situación macroeconómica de España se ha edificado sobre una devaluación de los salarios reales a través de la inflación. A saber, los salarios nominales han aumentado sustancialmente por debajo de los precios y ello ha tenido tres efectos.

Primero, la reducción de los salarios reales ha permitido que las empresas incrementen sus beneficios nominales, probablemente (aunque nos faltan datos confiables sobre ello) sin necesidad de aumentar su margen de ganancia y, desde luego, sin que ese margen haya mermado. Gracias a ello, el efecto negativo de la coyuntura internacional sobre la inversión interna ha sido menor de lo que alternativamente habría sido con una contracción de márgenes.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Mariscal) Opinión

Segundo, la reducción de los salarios reales también ha posibilitado que ese mantenimiento de márgenes empresariales se haya logrado sin necesidad de aumentar en mayor medida los precios de venta de sus productos. Es decir, que el efecto empobrecedor de la inflación ha sido absorbido por los trabajadores y, por tanto, las empresas no han sentido presión a aumentar todavía más los precios para mantener sus márgenes. Todo lo cual ha ayudado, por un lado, a contener la inflación interna y, por otro, a que no perdamos, o incluso ganemos, competitividad internacional (de ahí la buena marcha de nuestro sector exterior).

Y tercero, la confluencia de los elementos anteriores también ha incentivado la creación de empleo en nuestro país: demanda interna no desmoronada más demanda exterior pujante, unido todo ello a un mantenimiento de márgenes vía caída de salarios reales, vuelve la contratación de adicional trabajadores más atractiva que si los anteriores fenómenos no se hubiesen aunado. Desde luego, la caída de los salarios reales puede haber afectado negativamente al consumo privado, pero ese efecto tal vez no haya sido tan potente gracias a la acumulación de ahorro durante la pandemia (el cual no se está gastando, pero que probablemente ejerza un cierto efecto riqueza positivo que evite caídas más acusadas del consumo interior).

Foto: Feijóo presenta el programa económico del PP en Barcelona (EFE/Enric Fontcuberta)

Es decir, que la relativa buena situación de la actividad, del empleo y de los precios se fundamenta, al menos en parte, sobre el deterioro de los salarios reales de los trabajadores, de modo que puede haber cierta percepción de caída de los ingresos (respecto al período prepandemia) que se asocie con la gestión del Ejecutivo (aunque las causas de la inflación sean externas). La inflación, y las circunstancias que la rodean, suelen desgastar a los gobiernos y, en nuestro caso, parece no haber sido una excepción a pesar de que la situación macroeconómica no sea (de momento) negativa.

La economía española no está en recesión, acaba de recuperar el nivel de PIB previo a la pandemia, cuenta con récord de ocupación desde antes de la anterior crisis financiera y su inflación se halla por debajo del 2%. El cuadro macroeconómico parece más que aceptable e incluso envidiable. ¿Cómo es posible, pues, que el Gobierno que ha pilotado estos resultados económicos se halle en el filo de la navaja de la derrota electoral?

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