Laissez faire
Por
200 economistas contra Milei
Pese a que la dolarización es una solución teóricamente subóptima, sí puede ser una solución óptima en la práctica para luchar contra la inflación
Alrededor de 200 economistas argentinos han firmado una carta en contra de la dolarización que propugna Javier Milei para el país. Sus argumentos son básicamente dos: primero, dolarizar la economía argentina es imposible porque carece de reservas suficientes para ello; segundo, aunque dolarizar fuera viable, no es la solución óptima. Vayamos por partes.
Primero, cuando uno se plantea la factibilidad de la dolarización, siempre debería hacerlo con referencia a un determinado tipo de cambio entre el dólar y el peso. Dolarizar equivale a que el Banco Central de la República Argentina (BCRA) recompre con dólares todos sus pasivos denominados en pesos. Por tanto, a un tipo de cambio de un dólar por 100.000 pesos, dolarizar sería facilísimo y baratísimo para el BCRA, mientras que a un tipo de cambio de un dólar por peso resultaría absolutamente imposible. Cuando estos 200 economistas señalan que dolarizar no es viable, ¿en qué condiciones lo afirman? Al tipo de cambio oficial de 350 dólares por peso, efectivamente es imposible (sobre todo, después del grave deterioro financiero al que el peronismo ha sometido al BCRA durante los últimos años); a un tipo de cambio de mercado de 720 pesos por dólar, la dolarización ya comienza a ser bastante más viable, y si el peso se depreciara todavía más durante los próximos meses, hasta el entorno de los 1.000 pesos por dólar, lo sería aún más. Dado que Milei ha prometido que la dolarización se hará a precios de mercado, es un poco precipitado afirmar tajantemente que es imposible.
Segundo, es verdad que la dolarización no constituye un régimen monetario óptimo para Argentina: a la postre, su competitividad queda subordinada al tipo de cambio internacional del dólar, sobre el cual Argentina carece de cualquier influencia. A saber, el dólar podría apreciarse cuando Argentina necesita que se deprecie (o que no se aprecie) y podría depreciarse cuando necesita que se aprecie (o que no se deprecie). Por ejemplo, en 1999, Brasil depreció el real hundiendo la competitividad de las exportaciones argentinas, y como Argentina mantuvo el peso atado al dólar, terminó cayendo una crisis tan profunda que, combinada con una política fiscal irresponsable, los condujo al corralito de 2001. Por consiguiente, si la economía argentina no cuenta con precios internos altamente flexibles (y esa flexibilidad no depende solo de las regulaciones estatales), la dolarización agrava las fluctuaciones de la producción, del empleo y del déficit público (con el consiguiente riesgo de insolvencia estatal).
Ahora bien, la dolarización también constituye un mecanismo muy eficaz para estabilizar los precios dentro del país: al adoptar la moneda estadounidense como patrón monetario, los precios internos pasan a estar regidos por el valor global del dólar. Y estabilizar los precios es un objetivo absolutamente fundamental para Argentina: no solo para escapar de la hiperinflación hacia la que van ahora mismo encaminados, sino para poner fin a más de 50 años de absoluto descontrol monetario.
Es verdad que en teoría existen alternativas a dolarizar para lograr estabilizar los precios: si se respetara la independencia del banco central y el presupuesto público se equilibrara a medio plazo (y, sobre todo, tales compromisos fueran creíbles en el tiempo), el país podría conservar el peso y disfrutar de una inflación bajo control. Pero la cuestión, claro está, es cómo lograr que la clase política argentina, que ha retorcido hasta el extremo todos los esquemas monetarios existentes para seguir gastando estructuralmente más de lo que ingresa a costa de generar inflación, respete sostenidamente en el tiempo esos pactos nucleares básicos para estabilizar los precios. Y ninguno de estos 200 economistas nos propone una solución a ese crucial dilema institucional: simplemente nos dicen que, si pudiéramos conseguir que los políticos fueran honestos y se preocuparan por la inflación, no necesitaríamos dolarizar. Pero eso equivale a caer en la falacia del Nirvana: la casta política argentina ni es ni previsiblemente será así durante mucho tiempo.
En este sentido, pese a que la dolarización es una solución teóricamente subóptima, sí puede ser una solución óptima en la práctica a la hora de dificultar que los políticos argentinos, en el presente y en el futuro, sigan extorsionando a la población mediante la inflación. ¿Que tiene costes y riesgos importantes? Por supuesto. ¿Que los costes de mantener una moneda sistemáticamente fuera de control son mucho mayores? Desde luego también. Por consiguiente, lo que uno esperaría de esa carta no es que nos persuadan de algo que ya sabemos todos, que la dolarización no es óptima, sino que formulen una propuesta política viable para estabilizar los precios en Argentina a un menor coste que con la dolarización. Y, de momento, no hemos escuchado ninguna: quizá sea porque, por desgracia, no las haya.
Alrededor de 200 economistas argentinos han firmado una carta en contra de la dolarización que propugna Javier Milei para el país. Sus argumentos son básicamente dos: primero, dolarizar la economía argentina es imposible porque carece de reservas suficientes para ello; segundo, aunque dolarizar fuera viable, no es la solución óptima. Vayamos por partes.
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