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La Unión Europea amenaza a China con una guerra comercial
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Juan Ramón Rallo

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La Unión Europea amenaza a China con una guerra comercial

Este incipiente proteccionismo europeo contra China es un error, tanto en sus fundamentos como en sus previsibles consecuencias

Foto: Un coche eléctrico, en una estación pública de recarga.
Un coche eléctrico, en una estación pública de recarga.
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La transición energética que impone Bruselas para descarbonizar la economía europea va a tener implicaciones de calado sobre el futuro de nuestros sectores productivos. En algunos casos, las propias industrias tendrán que buscar cómo mantener su competitividad con un coste energético más elevado; en otros, tendrán que dedicarse a fabricar mercancías distintas a las que han fabricado hasta el punto. Este último es el caso de la industria automovilística europea, uno de los puntales manufactureros del Viejo Continente (especialmente de Alemania): las automovilísticas europeas tendrán que reemplazar progresivamente el coche con motor de combustión por el vehículo eléctrico, no solo porque la UE prohibirá la venta de nuevos vehículos con motor de combustión a partir de 2035, sino porque para el año 2040 se estima que en el conjunto del planeta el 75% de las ventas será de coches eléctricos y las de vehículos de combustión habrán descendido desde unos 60 millones de unidades a menos de 20 millones.

Por tanto, si Europa quiere mantener su especialización industrial en este campo tendrá que transformar de raíz este sector. Ocurre que, si bien las automovilísticas europeas sí poseen una ventaja competitiva respecto a la fabricación de vehículos con motor de combustión, no sucede lo mismo con los vehículos eléctricos: es más, dado que copiar un motor eléctrico es mucho más sencillo que copiar un motor de combustión, es dudoso que en algún momento volvamos a disfrutar de una ventaja competitiva similar a la actual.

Foto: La presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen. (Reuters/Yves Herman)
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No en vano, por ejemplo, las automovilísticas chinas ya están produciendo y exportando vehículos eléctricos de calidad similar a la de sus pares europeos pero, en promedio, un 20% más baratos. De ahí que la Unión Europea tema, con razón, que las ventas de vehículos chinos se disparen dentro del Continente reemplazando gran parte de la producción local. De hecho, sus proyecciones para el corto plazo estiman una duplicación de la cuota de mercado de los coches chinos desde el 8% de las ventas dentro de Europa al 15%. ¿Y cuál es la brillante solución que se le ha ocurrido a la burocracia bruselense para contrarrestar esta creciente amenaza competitiva desde el exterior? Pues iniciar una investigación oficial para determinar si el Estado chino está subsidiando la exportación de sus automóviles para, llegado el caso, imponer unos aranceles a su importación que, si tomamos como referencia los aplicados en EEUU, podrían llegar al 25% de su precio (si sus coches son un 20% más baratos, les subimos el precio un 25% para que no posean ninguna ventaja frente a los de producción europea).

Foto: El primer ministro Wen Jiabao, en la fábrica de MG en Inglaterra. (EFE/Phil Noble)

Este incipiente proteccionismo europeo contra China es un error, tanto en sus fundamentos como en sus previsibles consecuencias. Por un lado, si la industria automovilística europea necesita de protección frente a la competencia exterior es porque la Unión Europea se ha cargado políticamente su ventaja competitiva: y si se piensa que hay buenas razones para ello —la imperiosa necesidad de descarbonizar la economía—, entonces es incoherente que se desincentive nuestra descarbonización encareciendo políticamente la adquisición de vehículos eléctricos más baratos desde el exterior. Por otro, el proteccionismo europeo probablemente vendrá seguido del contra-proteccionismo chino: el país asiático podría castigar con aranceles a las exportaciones de automóviles europeos, lo cual tendría un impacto devastador para muchas de sus marcas (el 20% de todos los coches que se compran en China son europeos y alrededor de un tercio de los beneficios de compañías como BMW o Volkswagen dependen de sus ventas a China); a su vez, China también podría restringir la exportación a Europa de materias primas y productos intermedios que emplean las automovilísticas europeas.

Se mire como se mire, toda esta política industrial europea ha sido un completo disparate que pagaremos muy caro durante las próximas décadas. De error en error, hasta la derrota final.

La transición energética que impone Bruselas para descarbonizar la economía europea va a tener implicaciones de calado sobre el futuro de nuestros sectores productivos. En algunos casos, las propias industrias tendrán que buscar cómo mantener su competitividad con un coste energético más elevado; en otros, tendrán que dedicarse a fabricar mercancías distintas a las que han fabricado hasta el punto. Este último es el caso de la industria automovilística europea, uno de los puntales manufactureros del Viejo Continente (especialmente de Alemania): las automovilísticas europeas tendrán que reemplazar progresivamente el coche con motor de combustión por el vehículo eléctrico, no solo porque la UE prohibirá la venta de nuevos vehículos con motor de combustión a partir de 2035, sino porque para el año 2040 se estima que en el conjunto del planeta el 75% de las ventas será de coches eléctricos y las de vehículos de combustión habrán descendido desde unos 60 millones de unidades a menos de 20 millones.

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