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Un Nobel para la historia económica sobre el trabajo femenino
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Juan Ramón Rallo

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Un Nobel para la historia económica sobre el trabajo femenino

Claudia Goldin ha ganado el Premio Nobel por elaborar y verificar un marco teórico a partir del que interpretar la inserción de la mujer al mercado laboral

Foto: Claudia Goldin. (Reuters/Reba Saldanha)
Claudia Goldin. (Reuters/Reba Saldanha)
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Claudia Goldin ha ganado el Premio Nobel de Economía en 2023 por elaborar y verificar un marco teórico (una narrativa económica) a partir del que interpretar y comprender una de las transformaciones sociales más notables de todo el siglo XX: la inserción de la mujer al mercado laboral. ¿Es posible explicar económicamente por qué la participación laboral de la mujer era muy escasa hace un siglo y por qué durante los últimos 100 años la cantidad y la calidad de la fuerza laboral femenina han ido en aumento? Sí, es posible explicarlo desde las lentes de la oferta y de la demanda, lo cual también incluye (en contra de lo que muchas veces se cree erróneamente) los factores sociales, institucionales y culturales. A este respecto, Goldin distingue cuatro etapas a lo largo del siglo XX.

En la primera, hasta aproximadamente 1930, la tasa de actividad de la mujer era muy baja (alrededor del 10% del total de personas en edad de trabajar) y muy inelástica respecto a los incrementos salariales: la oferta laboral femenina estaba compuesta esencialmente por mujeres jóvenes y solteras que abandonaban el mercado laboral cuando contraían matrimonio. Las mujeres asalariadas estaban socialmente mal vistas porque la mayoría de empleos eran peligrosos, sucios, repetitivos y de larga jornada. De hecho, en los países anglosajones incluso existían las llamadas “barreras matrimoniales”, que provocaban la rescisión automática del contrato de trabajo cuando una mujer se casaba. De ahí que, aun cuando los salarios crecieran, la tasa de actividad femenina no aumentara apreciablemente: mayores salarios del marido desincentivaban un mayor trabajo de la esposa.

Foto:  Goldin. (FBBVA)

En una segunda etapa, hasta concluida la Segunda Guerra Mundial, se va produciendo una mayor inserción de la mujer al mercado laboral: van desapareciendo las prohibiciones legales de contratar mujeres casadas, el aumento del sector servicios lleva a que aparezcan nuevos puestos de trabajo (a tiempo parcial, menos peligrosos y más limpios, como el trabajo de oficina) que va dignificando socialmente el empleo femenino y, por último, algunas tecnologías del hogar (como la lavadora o el frigorífico) que reducían la carga de trabajo doméstico de la mujer y, por tanto, facilitaban su inserción (a tiempo parcial) en el mercado laboral. Es decir, que la elasticidad de la oferta de trabajo femenino respecto al salario fue incrementándose, aunque no lo suficiente como para que la tasa de participación de la mujer superara el 25%.

En una tercera etapa, que en cierto modo es una etapa de transición y que se extiende hasta finales de los setenta, se sigue profundizando en las tendencias anteriores: mayor penetración de la mujer en el mercado laboral, mayor dignificación social del trabajo femenino y mayores opciones de trabajo a tiempo parcial. Pero, sobre todo, la gran transformación laboral que ocurre en esta época es que empieza a normalizarse que una mujer trabaje no ya antes de casarse o en algunas ocasiones también después de casarse, sino que se va volviendo habitual que las mujeres tengan una carrera profesional propia a lo largo de toda su vida laboral. Sí, una carrera profesional que, en esta etapa, sigue siendo secundaria y subordinada frente a la del marido: pero, en todo caso, al generalizarse las prolongadas carreras laborales femeninas, las expectativas entre las mujeres jóvenes cambian. Si una persona va a trabajar durante 30 o 40 años, empieza a tener sentido invertir intensivamente en la propia educación (pues la inversión se amortiza y rentabiliza muchísimo más).

Foto: Sally Helgesen. (Getty/WireImage/Marla Aufmuth)

Es así como entramos en la cuarta etapa, en la que la tasa de actividad femenina es muy similar a la masculina, y también lo es su formación y sus salarios. Esta cuarta etapa se vio, además, auxiliada por una innovación farmacéutica como es la píldora anticonceptiva (este es uno de los trabajos más populares de Goldin): en la medida en que la píldora facilitaba que las mujeres decidieran cuándo quedarse embarazadas, podían evitar embarazos antes de completar sus estudios universitarios, de modo que el coste de su inversión en capital humano también se redujo enormemente.

Nótese que he señalado que, en esta cuarta etapa, el salario (por hora) de las mujeres es esencialmente el mismo que el de los hombres. También aquí Goldin tiene bastante que decir. Y es que, después de ajustar el salario por hora de hombres y mujeres en función del nivel de formación, el grado de responsabilidad, el sector económico o el tamaño de la empresa, sigue habiendo un diferencial positivo (en favor de los hombres) que no era sencillo de explicar. De acuerdo con Goldin, ese diferencial se debe a la demanda de mayor flexibilidad laboral de las mujeres: en ciertos empleos (como pueda ser el sector financiero o jurídico), el salario por hora es creciente con el número de horas trabajadas y con la disponibilidad para ponerse a trabajar en cualquier momento del día (el salario en un trabajo de cinco horas no tiene por qué ser la mitad que el salario en ese mismo trabajo pero con una jornada de 10 horas). En la medida en que las mujeres demanden empleos con jornadas laborales flexibles, su salario por hora puede ser inferior al de los hombres: no por ser hombres y mujeres, sino porque cada uno de ellos busca empleos con distinto grado de flexibilidad (de ahí también, por cierto, toda la literatura derivada sobre el child penalty). ¿Cómo solventar este problema? O adaptando las empresas para que puedan volverse más flexibles sin merma de productividad, o aumentando la demanda de flexibilidad de los hombres o reduciendo la demanda de flexibilidad de las mujeres (esto último podría lograrse, por ejemplo, con un mayor reparto de las cargas familiares).

En suma, Goldin ha ganado el Nobel por reinterpretar sólidamente la historia económica del mercado laboral del siglo XX: por ayudarnos a entender, desde la misma lógica económica, por qué la inserción laboral se produjo tan tardíamente, a qué se debieron (y a qué no) los profundos cambios laborales y por qué ha existido una brecha salarial que no está vinculada a la discriminación empresarial hacia la mujer.

Claudia Goldin ha ganado el Premio Nobel de Economía en 2023 por elaborar y verificar un marco teórico (una narrativa económica) a partir del que interpretar y comprender una de las transformaciones sociales más notables de todo el siglo XX: la inserción de la mujer al mercado laboral. ¿Es posible explicar económicamente por qué la participación laboral de la mujer era muy escasa hace un siglo y por qué durante los últimos 100 años la cantidad y la calidad de la fuerza laboral femenina han ido en aumento? Sí, es posible explicarlo desde las lentes de la oferta y de la demanda, lo cual también incluye (en contra de lo que muchas veces se cree erróneamente) los factores sociales, institucionales y culturales. A este respecto, Goldin distingue cuatro etapas a lo largo del siglo XX.

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