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¿Podrá Javier Milei ejecutar su contundente ajuste fiscal?
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Juan Ramón Rallo

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¿Podrá Javier Milei ejecutar su contundente ajuste fiscal?

Milei se ha comprometido a ejecutar de inmediato un ajuste fiscal de cinco puntos del PIB —esencialmente en el gasto público— con el objetivo de alcanzar el equilibrio presupuestario

Foto: El presidente de Argentina, Javier Milei. (Reuters/Agustín Marcarian)
El presidente de Argentina, Javier Milei. (Reuters/Agustín Marcarian)
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La Argentina es un país sin credibilidad fiscal como consecuencia de su ciclo histórico de impagos e inflaciones desbocadas. Eso significa que, si el Estado gasta más de lo que ingresa, la única forma de financiarlo es mediante la creación de nuevos pesos y, dado que la divisa local argentina carece de cualquier demanda interna o externa, esa nueva creación de dinero se traduce automáticamente en inflación.

Por eso, la única forma de acabar con la inflación pasa, como condición necesaria aunque no suficiente, por estabilizar las cuentas públicas y, en suma, parar la imprenta. En este sentido, Javier Milei se comprometió, en su primer discurso presidencial, a ejecutar de inmediato un ajuste fiscal de cinco puntos del PIB —esencialmente en forma de recortes del gasto público— con el objetivo de alcanzar el equilibrio presupuestario.

Ocurre que varios economistas han desdeñado la capacidad del argentino para acometer un ajuste de esta magnitud por los efectos fuertemente contractivos que tendría sobre el conjunto de la economía y, por consiguiente, sobre la recaudación tributaria. Imaginemos que el multiplicador fiscal del gasto público es de tres (es decir, que por cada incremento del gasto público de un euro se consiguen tres euros adicionales de PIB): en tal caso, un tijeretazo en el gasto de cinco puntos de PIB supondría un hundimiento de la actividad económica de 15 puntos de PIB y si la recaudación promedio del Estado sobre el PIB es del 35%, una caída de los ingresos de 5,25 puntos de PIB. A saber, recortando el gasto en cinco puntos de PIB, provocaríamos una pérdida de recaudación de 5,25 puntos de PIB… y, por tanto, un aumento del déficit público.

Pero ¿realmente cabe suponer que los multiplicadores fiscales del gasto público en Argentina, incluso en medio de una recesión, son tan elevados? Es dudoso, tanto por razones teóricas como empíricas.

Foto: Javier Milei, durante su discurso. (Reuters/Agustín Marcarian)

Primero, la magnitud del multiplicador fiscal depende de la capacidad del gasto público adicional para estimular la actividad económica en unos sectores de la economía sin desestimularla en otros. Lo primero estará vinculado con los recursos ociosos que haya dentro de la economía y con las restricciones financieras a las que se enfrente el sector privado (queriéndose endeudar para gastar no pueden hacerlo, de modo que si obtienen ingresos corrientes adicionales tenderán a gastarlos íntegros movilizando los recursos ociosos); lo segundo, con la intensidad de la demanda privada de financiación, con la solvencia del Estado o con el grado de adaptación dinámica de los agentes privados al endeudamiento público. Por ejemplo, un Estado solvente dentro de una economía que se halle en la cota cero de tipos de interés (mucha oferta de financiación y poca demanda privada de la misma) podrá endeudarse a un coste casi nulo y sin arrebatarle financiación al sector privado, de modo que el efecto expulsión será escaso (y a poco que estimule la actividad en otros sectores, el efecto neto será muy positivo, salvo si el sector privado reacciona al mayor endeudamiento público incrementando su propio ahorro). Ahora bien, Argentina no se halla ni en cota cero de tipos de interés (al contrario, estos superan el 100% anual) ni su Estado es percibido como solvente (de modo que un mayor endeudamiento se traduce en inflación y, por tanto, en una mera redistribución de la capacidad de gasto entre ciudadanos). Por consiguiente, no hay por qué esperar que el multiplicador fiscal sea demasiado elevado.

Segundo, empíricamente, el multiplicador fiscal del gasto en momentos de recesión se ubica por debajo de uno, incluso en economías más estables y solventes que la de Argentina como es el caso de EEUU. Esta es la conclusión que alcanzan Ramey y Zubairy después de repasar más de 100 años de historia económica de EEUU (1889-2015): “Hallamos que los multiplicadores fiscales del gasto son inferiores a uno en todos los casos (salvo durante un par de trimestres al principio). Tomando en consideración la situación [recesiva] de la economía, no hallamos evidencia de multiplicadores cuantiosos en periodos de crisis”. Así pues, si el multiplicador fiscal del gasto de la Argentina fuera de 0,75, un recorte del gasto de cinco puntos del PIB provocaría una caída a corto plazo del PIB del 3,75% y, con unos ingresos fiscales promedio del 35% del PIB, una pérdida de recaudación del 1,3% del PIB: esto es, recortando cinco puntos del PIB en gasto, el déficit se reduciría aproximadamente en 3,5 puntos del PIB.

Foto: Un avión de Aerolíneas Argentinas. (EFE/Juan Ignacio Roncoroni) Opinión

De hecho, tenemos un caso histórico muy cercano de ajuste fiscal similar al que plantea Milei: Portugal, entre 2010 y 2012. En ese periodo, el déficit público de Portugal pasó del 11,4% del PIB al 6,2% (ajuste de 5,2 puntos de PIB) gracias a que el peso del gasto público sobre el PIB cayó en tres puntos y los ingresos públicos subieron en 2,2 puntos. Eso sí, para lograr este ajuste fue necesario estabilizar los ingresos fiscales en términos nominales y recortar el gasto público nominal un 12% en un contexto en el que el PIB se contrajo un 5,5%.

En suma, es desde luego pertinente advertirle a Milei de que, si quiere reducir el déficit en cinco puntos del PIB, necesitará aprobar recortes por más de cinco puntos del PIB (salvo que entráramos en un improbable, aunque no imposible, escenario de austeridad expansiva). Lo que no es tan pertinente es negar por entero la posibilidad de aplicar a corto plazo este muy necesario y sustancial ajuste presupuestario en Argentina.

La Argentina es un país sin credibilidad fiscal como consecuencia de su ciclo histórico de impagos e inflaciones desbocadas. Eso significa que, si el Estado gasta más de lo que ingresa, la única forma de financiarlo es mediante la creación de nuevos pesos y, dado que la divisa local argentina carece de cualquier demanda interna o externa, esa nueva creación de dinero se traduce automáticamente en inflación.

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