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La verdadera izquierda es jacobina
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Juan Ramón Rallo

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La verdadera izquierda es jacobina

La rara avis ideológica no es Izquierda Española, sino PSOE y Sumar

Foto: Imagen: RTVE/PlayZ - EC Diseño.
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Si la principal aspiración de la izquierda es la igualdad —entendida no como simetría de derechos individuales de carácter negativo, sino como distribución igualitaria de las condiciones materiales, de las posiciones sociales y, sobre todo, del poder político entre los individuos—, entonces la izquierda debería casar mal con la diversidad institucional, es decir, con la diversidad de comunidades políticas independientes. A la postre, cada comunidad política es una jurisdicción diferenciada y exclusiva de sus miembros frente al resto de la humanidad, lo que impide su ansiada igualación universal de condiciones materiales, posiciones sociales y poder político. De ahí, pues, que la tendencia natural de la izquierda debiera ser hacia la centralización política: unificar las comunidades políticas dispersas, destruir los cuerpos intermedios y reducir a la persona a la categoría de ciudadano-activista (no un ciudadano pasivamente beneficiario de derechos individuales de carácter negativo, sino un ciudadano que participa vivamente en la comunidad política para determinar su vaporoso bien común).

Ese fue, de hecho, el proyecto jacobino durante la Revolución Francesa (un Estado hipercentralizado al servicio de una ciudadanía soberana, unificada, homogeneizada y emancipada frente a otros centros de poder social como la Iglesia) y esa fue, con sus importantes matices, la visión marxista del futuro socialista (una revolución proletaria internacional en contra del capitalismo que liberara a la humanidad dentro de una comuna global). Ese sigue siendo, de hecho, la base programática de muchos partidos de izquierdas a lo largo y ancho del planeta —el tantas veces mentado "globalismo" por la derecha conspiranoica no deja de reflejar un rasgo ideológico cierto de la izquierda global: su deseo de avanzar hacia estructuras de gobernanza supranacionales y, por tanto, cada vez más centralizadas— pero ese no es, extrañamente, el fundamento de la izquierda española, ni en su versión socialdemócrata (PSOE) ni en su versión coalición menjunje-populista-filoseudomarxista (Sumar).

En España se trastocan las coordenadas ideológicas mayoritarias del resto del planeta: la izquierda es (moderadamente) descentralizadora y la derecha es centralizadora (al menos en lo relativo a su posicionamiento ideológico público, no con respecto a las políticas mayoritariamente aplicadas hasta el momento). No siempre fue así, empero: la derecha tradicional española, el carlismo, era fuertemente foralista y, por ende, contraria a la centralización. Pero acaso, a raíz de las coaliciones políticas engendradas frente al franquismo (la izquierda y las derechas regionalistas enfrentadas al franquismo; la derecha españolista, heredera del franquismo) las alianzas se han alterado: la derecha españolista, como forma de controlar el imaginario identitario frente a las narrativas étnico-culturales rivales del nacionalismo catalán o vasco, aboga por centralizar (al menos revirtiendo lo que entiende como excesos descentralizadores) y, en cambio, las izquierdas, al carecer de remilgos a la hora de apoyarse sobre los nacionalismos periféricos para mantenerse en el poder, abogan por seguir descentralizando como peaje por el apoyo parlamentario.

Tanto se han distorsionado las coordenadas ideológicas en España que un partido favorable a la descentralización (a fuerza de antiespañolista) será percibido como progresista o de izquierdas por muy antiigualitarista (derechista) que sea, mientras que un partido defensor de la centralización será percibido como derechista por muy igualitarista (izquierdista) que sea. Esto es precisamente lo que ha sucedido con el surgimiento del partido Izquierda Española.

Foto: Guillermo del Valle durante el acto de presentación de Izquierda Española. (Pablo A. Muñoz Alconada)

Pese a tratarse de un partido netamente de izquierdas —obsesionados con la distribución igualitarista de los recursos, de las posiciones sociales y del poder político; frontalmente opuesto a la economía libre; adorador de un Estado gigantesco supuestamente subordinado al interés general determinado democráticamente; partidario de una confiscación fiscal incluso mayor a la actual; laicistas, anticonservadores, proinmigración, etc.— y, por tanto, de un partido político favorable a la centralización política (no en vano, y en coherencia, ha surgido a partir del think tank El Jacobino), desde la mayor parte de la intelligentsia progresista patria se lo ha tildado de partido de derechas con falsos ropajes de izquierdas. Una especie de presunto neofalangismo rojipardo a pesar de que su discurso procentralización nada tiene que ver con un españolismo esencialista, sino con la eliminación manu militari de las diferencias materiales, sociales y políticas en ámbitos jurisdiccionales cada vez más amplios (de hecho, abogan por cederle mayor soberanía española a la Unión Europea, en coherencia con su búsqueda de niveles crecientes de centralización política: de ahí, por cierto, que los auténticos nacionalistas españoles rechacen su españolismo como falso españolismo y los tilden, con razón, de Izquierda Española afrancesada).

Como decimos, esa igualación material, social y política a través de la centralización estatal que propugna Izquierda España es un rasgo genuinamente de izquierdas al que, en parte y por fortuna, había renunciado la izquierda española hegemónica por su dependencia del nacionalismo centrífugo. De ahí que no tenga ningún sentido que se les ataque por encubiertos derechistas. Más bien, debería resultar sonrojante que líderes políticos y mediáticos de esa izquierda hegemónica traten de justificar la impronta izquierdista de los fueros —que consagran la desigualdad política entre españoles— o de la descentralización tributaria —que obstaculizan la coactiva redistribución material y social entre españoles—, cuando son marcos institucionales o tradicionalistas (caso de los fueros) o liberales (descentralización tributaria). Parecería, en realidad, que con tan disparatadas argumentaciones solo estén tratando de justificar su traición a los principios de la izquierda y de proteger su hacienda electoral frente a estos nuevos potenciales rivales: es decir, que estén confundiendo los intereses personales y de partido con los fundamentos ideológicos.

Cuanto más se divida el voto entre las izquierdas, más probabilidades de gobernar tendrán las derechas españolistas

A la postre, uno podría entender que los políticos y los intelectuales dizque progresistas acusaran a Izquierda Española de ser instrumental a los intereses de PP y de Vox: porque en el fondo, y al menos de momento, así es. Cuanto más se divida el voto entre las izquierdas, más probabilidades de gobernar tendrán las derechas españolistas. De ahí, en parte, la generosa cobertura mediática que ha recibido este nuevo partido por parte de medios de comunicación no alineados con la izquierda (la otra parte se debe, muy probablemente, a que esos medios de comunicación sí están alineados con el antinacionalismo periférico, al igual que lo está Izquierda Española). Pero ser instrumental a los intereses de la derecha no te vuelve de derechas: no en vano, también cabría decir que Vox es instrumental a los intereses de PSOE y Sumar, pero sería absurdo calificar a Vox de izquierdas.

En definitiva, Izquierda Española es lo que cabría esperar que sea un partido de izquierdas: estatismo, dirigismo, anticonservadurismo… y también centralización jurisdiccional. Jacobinismo puro y duro. Su modelo económico y social no se diferencia demasiado del que podrían propugnar el PSOE o Sumar, pero su modelo político sí lo hace. Ahora bien, dentro de las izquierdas, la rara avis ideológica no es Izquierda Española, sino PSOE y Sumar. Como liberal, y, por tanto, como frontal enemigo de los procesos de centralización política, no le deseo a Izquierda Española ninguna buena fortuna electoral (salvo si su éxito electoral sirviera para que la derecha hegemónica española, a modo de reacción, se realineara ideológica y electoralmente a favor de la descentralización). Prefiero una incoherente izquierda descentralizadora a una muy coherente izquierda centralizadora: pero que los voceros del gobierno no insulten a nuestra inteligencia.

Si la principal aspiración de la izquierda es la igualdad —entendida no como simetría de derechos individuales de carácter negativo, sino como distribución igualitaria de las condiciones materiales, de las posiciones sociales y, sobre todo, del poder político entre los individuos—, entonces la izquierda debería casar mal con la diversidad institucional, es decir, con la diversidad de comunidades políticas independientes. A la postre, cada comunidad política es una jurisdicción diferenciada y exclusiva de sus miembros frente al resto de la humanidad, lo que impide su ansiada igualación universal de condiciones materiales, posiciones sociales y poder político. De ahí, pues, que la tendencia natural de la izquierda debiera ser hacia la centralización política: unificar las comunidades políticas dispersas, destruir los cuerpos intermedios y reducir a la persona a la categoría de ciudadano-activista (no un ciudadano pasivamente beneficiario de derechos individuales de carácter negativo, sino un ciudadano que participa vivamente en la comunidad política para determinar su vaporoso bien común).

Izquierda Española PSOE Sumar
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