:format(png)/f.elconfidencial.com%2Fjournalist%2Fe53%2F353%2Fa04%2Fe53353a04d986e21b335153ddd9d47b1.png)
Laissez faire
Por
¿Para qué sirve Bitcoin?
Bitcoin se ha convertido en algo similar al oro (digital) pero no durante los tiempos del patrón oro, sino en el mundo actual
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2Fb79%2Fae2%2Fb81%2Fb79ae2b81650fd827718fe70e0f645b3.jpg)
El precio de Bitcoin ha superado los 100.000 dólares y su capitalización agregada desborda los dos billones de dólares: más, por ejemplo, que el valor de toda la plata minada a lo largo de la historia. Llegados a este punto, uno necesariamente ha de echar la vista atrás y replantearse su forma de entender (o de no entender) el Bitcoin a lo largo de los últimos quince años. Esta necesidad de reevaluación económica debe ser efectuada no solo por quienes han estado vociferando machaconamente que cualquier precio de Bitcoin por encima de cero constituía una burbuja condenada a pinchar y a arruinar a todos sus inversores, sino también por quienes casi desde el comienzo hemos tenido una visión positiva (aunque no siempre preclara) sobre el significado y las implicaciones sociales de Bitcoin.
Comencemos con los anti-Bitcoin (o, al menos, con la facción más radical e irreductible entre ellos anti-Bitcoin: aquellos que afirman que su valor intrínseco es cero). Tras quince años de vida y habiendo superado los 100.000 dólares por unidad, debería quedar totalmente zanjado el debate sobre si cualquier precio de Bitcoin es o no una burbuja: no lo es. Desde luego, puede haber niveles de precios de Bitcoin que no vayan a poder sostenerse a corto, medio o largo plazo y que, en consecuencia, estén abocados a una corrección dentro del mercado. Y también podría ocurrir que en el futuro lejano Bitcoin acabe desapareciendo (como han desaparecido tantos otros activos a lo largo del tiempo sin que su valor intrínseco fuera cero hasta que aparecieron alternativas superiores). Pero lo que está claro es que, durante estos últimos quince años, Bitcoin no ha mostrado ninguna tendencia de converger con un precio nulo: su valor ha experimentado correcciones fortísimas de tanto en tanto (en 2022, llegó a caer un 75%) pero su evolución ha sido claramente al alza, hasta el punto de que cada vez está más masificado incluso entre inversores con cierto perfil conservador. La tesis de que Bitcoin no vale nada porque no sirve para nada y de que, en consecuencia, es un mero esquema Ponzi ha quedado descartada por el mercado: no hay precedentes históricos de ningún activo que se haya revalorizado tantísimo, durante tanto tiempo, con tan elevada volatilidad y que no solo haya sobrevivido, sino que cada vez valga más. Si eso ha sucedido con Bitcoin, es que Bitcoin sirve para algo. Pero, ¿para qué sirve?
Es, en este punto, en el que toca reevaluar lo que algunos creíamos saber acerca de Bitcoin en el pasado, pero sobre lo que el mercado nos ha dado un baño de realismo y humildad, al igual que les ha sucedido a los furibundos anti-Bitcoin. Durante años, describí a Bitcoin como una start-up monetaria, esto es, como un proyecto empresarial dirigido a promover la emergencia descentralizada de una nueva moneda global. En 2024, queda claro que el distintivo de start-up ya sobra: Bitcoin ha entrado en su fase de madurez y de consolidación como una nueva categoría de activo; no es un proyecto con un potencial prometedor, sino un proyecto rodado que cada vez cuenta con un mayor mercado. Ahora bien, el problema de esta caracterización inicial no reside solo en el término start-up, sino también en el adjetivo “monetaria”.
Bitcoin pudo nacer con la expectativa de que iba a convertirse en una moneda alternativa al dinero fiat actual. Algo similar al rol que desempeñó el oro durante el patrón oro: la base de nuestro sistema monetario que enterrara consiguientemente el experimento inflacionista de las monedas estatales. Pero nada de ello ha sucedido: Bitcoin hoy no es dinero, al menos si entendemos por dinero el activo más líquido a lo largo del espacio y del tiempo dentro de una economía que, precisamente por lo anterior, desempeña la función clave de unidad de cuenta para el cálculo económico. El activo más líquido siguen siendo las monedas estatales (internacionalmente, el dólar) y, por tanto, también siguen siendo la unidad de cuenta de familias y empresas.
Bitcoin hoy no es dinero, al menos si entendemos por dinero el activo más líquido a lo largo del espacio y del tiempo dentro de una economía
Ahora bien, que Bitcoin no se haya convertido en una alternativa global a la base monetaria constituida por la moneda fiat no equivale a decir que Bitcoin no desempeñe hoy ningún papel dentro de la economía, esto es, que no sirva para nada. Bitcoin ha terminado deviniendo una nueva categoría de activo con la que trasladar nuestra riqueza a lo largo del tiempo o del espacio, como pueden serlo hasta cierto punto los títulos de deuda pública, los inmuebles, el arte… o el oro. Es decir, Bitcoin se ha convertido en algo similar al oro (digital) pero no en los tiempos del patrón oro, sino en el mundo actual. Y en este utilísimo cometido (trasladar valor en el espacio y en el tiempo), Bitcoin tiene sus ventajas y sus inconvenientes frente a otros activos parcialmente sustitutivos en esta labor.
El principal inconveniente —más allá del coste de aprendizaje que pueda suponer para los nuevos entrantes— consiste en su alta volatilidad a corto plazo. Si uno desea realizar de inmediato su riqueza inmovilizada en bitcoins, se expone al riesgo de tener que hacerlo a pérdida (incluso a importantes pérdidas): por ello, y respecto a esta característica, otros activos menos volátiles como la deuda pública o incluso el oro pueden ser preferibles.
Pero, a la vez, Bitcoin también cuenta con indudables ventajas frente a sus rivales: es un activo real digital con lo que ello supone. Por un lado, que sea un activo real, y no un activo financiero, significa que carece de riesgo de contraparte: el tenedor de bitcoins no necesita confiar en que nadie cumpla su palabra (no necesita confiar ni en el compromiso de los bancos centrales para estabilizar el valor de sus monedas ni en el de los bancos para reembolsar sus depósitos). Por el contrario, que sea digital (sin ser, repito, un activo financiero) dificulta enormemente el riesgo de confiscación por parte de un tercero (como el Estado), dado que la ausencia de tangibilidad también dificulta su expropiación manu militari. Además, la limitación cuantitativa establecida en su propio protocolo, también garantiza que (o incrementa altísimamente la probabilidad de que) su valor no se verá diluido por una explosión endógena de la oferta.
Que sea digital (sin ser un activo financiero) dificulta enormemente el riesgo de confiscación por parte de un tercero (como el Estado)
De la ponderación de estos contras y de estos pros surge la demanda de Bitcoin: quienes sean muy adversos a la volatilidad, no demandarán bitcoins como vehículo de riqueza (a pesar de sus ventajas); quienes sean muy adversos al riesgo de confiscación o dilución patrimonial, sí lo harán (a pesar de sus inconvenientes). Y, por supuesto, sobre esta demanda fundamental de Bitcoin se edificará una demanda enteramente especulativa que puede amplificar (o moderar, según el contexto) sus fluctuaciones de precio… exactamente igual que sucede con cualquier otro activo.
En definitiva, Bitcoin es un nuevo activo que ha llegado para quedarse: no un activo monetario (al menos no de momento) sino un activo de inversión a través del cual proteger nuestro patrimonio de la confiscación pública o privada. Justamente así lo están entendiendo cada vez más agentes económicos y, por eso, su demanda está en aumento: y con una oferta (cuasi) fija, tales aumentos.
El precio de Bitcoin ha superado los 100.000 dólares y su capitalización agregada desborda los dos billones de dólares: más, por ejemplo, que el valor de toda la plata minada a lo largo de la historia. Llegados a este punto, uno necesariamente ha de echar la vista atrás y replantearse su forma de entender (o de no entender) el Bitcoin a lo largo de los últimos quince años. Esta necesidad de reevaluación económica debe ser efectuada no solo por quienes han estado vociferando machaconamente que cualquier precio de Bitcoin por encima de cero constituía una burbuja condenada a pinchar y a arruinar a todos sus inversores, sino también por quienes casi desde el comienzo hemos tenido una visión positiva (aunque no siempre preclara) sobre el significado y las implicaciones sociales de Bitcoin.