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Laissez faire
Por
Milei frente a Sánchez: libertad de expresión frente a censura
Sánchez quiere que los políticos controlen las redes sociales para evitar que sus usuarios hagan en ellas lo que los políticos llevan haciendo siglos: simplificar, polarizar y mentir
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Si uno lee gran parte de los periódicos españoles (e incluso también europeos), parecería que Pedro Sánchez, uno de los pocos presidentes socialdemócratas que quedan al frente de una gran economía como la española, se ha convertido en algo así como el último baluarte de las libertades civiles en Occidente frente a la emergente corriente autoritaria y neorreaccionaria que, encabezada entre otros por Javier Milei, amenaza con barrerlas del mapa. Sin embargo, cuando uno analiza y contrapone el contenido —así como las implicaciones políticas— de los mensajes que ambos han transmitido recientemente en el Foro Económico de Davos, la conclusión debería ser más bien la opuesta.
Por un lado, Pedro Sánchez alteró a última hora el tema de su conferencia: en lugar de loar los "grandes logros" de sus políticas socialdemócratas en la economía española, optó por alertar de los extremos riesgos para la democracia que supone la libertad de expresión dentro de las redes sociales. Y cuidado: no se trata de que las redes sociales sean, para Sánchez, intrínsecamente dañinas porque cualquiera pueda decir cualquier cosa en ellas: él mismo se encargó de aclararnos que cuando éstas se hallaban al servicio de la izquierda —impulsando movimientos de "justicia social" como el #MeToo o el Fridays For Future—, entonces las redes sociales sí cumplían con su propósito debido; en cambio, ahora que las redes sociales se han descarriado por haber dejado de ser funcionales solo a los objetivos de la izquierda, es cuando se han convertido en un peligro social que ha de ser urgentemente reparadas y reguladas por los gobiernos. Pero, ¿para reguladas, para qué?
De acuerdo con el socialista, para castigar la desinformación y poner coto a la difusión de consignas propagandísticas que simplifican debates complejos con el único objetivo de polarizar a la sociedad. Dicho de otra manera, Pedro Sánchez quiere que los políticos controlen las redes sociales para evitar que sus usuarios hagan en ellas lo que los políticos de todo ramo llevan haciendo siglos —simplificar, polarizar, mentir— y aquello en lo que el propio Sánchez es un destacado experto. El vulgo no, la casta política sí. Más bien parecería que lo que le preocupa a Sánchez es perder el monopolio de simplificar, polarizar y mentir: que otros puedan combatir las simplificaciones, la propaganda polarizante y las mentiras de Sánchez con otras simplificaciones, otra propaganda polarizante y otras mentiras más eficaces en un ámbito digital dentro del que nuestro presidente no se mueve como pez en el agua.
Pero, en realidad, lo que le preocupa a Sánchez es algo más profundo: que otros puedan utilizar las redes sociales para exponer sus mentiras, sus simplificaciones y su propaganda cainita. Un político —cualquier político— sin el más mínimo escrúpulo a la hora de engañar a la población con tal de mantenerse en el poder, desde luego querrá acallar a aquel que exponga públicamente sus tretas. De ahí que concederles la potestad de regular las redes sociales a su antojo —levantando el velo del anonimato, exigiendo que el algoritmo de esas redes se ajuste a lo mandatado por la clase política y volviendo penalmente responsables a los CEOs por el incumplimiento de esas reglas dentro de tales redes: todo ello peligrosas propuestas que Sánchez quiere elevar a la Unión Europea— tenga una pretensión descaradamente censora: volver a controlar y teledirigir los cauces a través de los que discurre el debate público.
Lo que le preocupa a Sánchez es que otros puedan utilizar las redes sociales para exponer sus mentiras y su propaganda cainita
Por otro lado, y frente a Sánchez, Javier Milei hizo una defensa de los principios liberales contraponiéndolos a esa categoría ideológica gruesa que es el wokismo. De acuerdo con Milei, el wokismo constituye una perversión de los valores tradicionales del liberalismo: en lugar de defender la libertad del individuo frente a la injerencia del Estado, el wokismo promovería la injerencia del Estado en la vida de los individuos para reparar injusticias sociales históricas y, por esa vía, liberarlos. De poner coto al Estado como garantía de libertad a exigir el intervencionismo continuado del Estado para que florezca la libertad. Sea como fuere, y más allá de la opinión que nos parezcan las críticas específicas que Milei dirigió contra las distintas cabezas del wokismo —algunas más afortunadas que otras—, el presidente de Argentina sí aseveró algo muy cierto sobre esa materia: el wokismo está tan celoso de convertir su ideología en el único credo oficial que no tiene ningún reparo en promover la censura contra aquellos que se salen de los cauces discursivos social y políticamente aceptables.
De hecho, muchas de las cosas que dijo Milei en Davos contra el wokismo habrían quedado radicalmente censuradas —bajo acusaciones de machismo, racismo, xenofobia, negacionismo, homofobia, transfobia, etc.— dentro de unas redes sociales reguladas según las directrices que desea imponer Sánchez. Detrás de la apelación a —y de la persecución de— los delitos de odio, termina escondiéndose muchas veces el deseo nada disimulado de silenciar cualquier debate que atente contra los fundamentos de los dogmas de fe constituyentes del credo político oficial. Y contra esa pretensión de censura, la postura de Milei ha sido clara desde siempre: ningún discurso debería ser prohibido por el Estado sino dialécticamente combatido por quienes se opongan a él. Justo lo opuesto a lo que desea Sánchez: silenciar a quienes se alejen demasiado de cómo él piensa (o como él quiere que los demás pensemos).
Llamativo, en suma, que el libertador de Occidente sea un promotor a cara descubierta de la censura contra sus opositores ideológicos y, en cambio, el loco autoritario represor de Argentina abogue por una irrestricta libertad de expresión para todos. Por sus actos, y no por sus palabras propagandísticas, los conoceréis.
Si uno lee gran parte de los periódicos españoles (e incluso también europeos), parecería que Pedro Sánchez, uno de los pocos presidentes socialdemócratas que quedan al frente de una gran economía como la española, se ha convertido en algo así como el último baluarte de las libertades civiles en Occidente frente a la emergente corriente autoritaria y neorreaccionaria que, encabezada entre otros por Javier Milei, amenaza con barrerlas del mapa. Sin embargo, cuando uno analiza y contrapone el contenido —así como las implicaciones políticas— de los mensajes que ambos han transmitido recientemente en el Foro Económico de Davos, la conclusión debería ser más bien la opuesta.