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Laissez faire
Por
¿Cómo intentar desactivar la ira proteccionista de Trump?
Todo esto pone de manifiesto la enorme hipocresía de nuestras élites políticas. Cuando EEUU impone aranceles, Europa se escandaliza con razón. Pero no cuando lo hace ella misma
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Los aranceles impuestos por el gobierno de Donald Trump contra la Unión Europea ya han comenzado a entrar en vigor. Esta semana se ha aprobado un gravamen del 25% sobre todas las importaciones de automóviles, incluyendo, por supuesto, las exportaciones europeas hacia Estados Unidos. Pero esto es solo el comienzo: si no se revierte radicalmente la situación, prácticamente todos los bienes exportados desde Europa a EEUU pasarán a estar sujetos a ese mismo arancel del 25% durante los próximos días.
No debería sorprendernos. El proteccionismo ha sido una de las señas de identidad de la política económica de Trump, y los aranceles son una de sus herramientas favoritas. Pero conviene recordar, una vez más, lo esencial: un arancel es, en primera instancia, un impuesto que grava el consumo nacional. No es el productor extranjero quien lo paga directamente, sino el consumidor doméstico que adquiere ese bien encarecido artificialmente. En otras palabras, Trump está subiendo los impuestos a sus propios ciudadanos.
Eso no quiere decir que el proteccionismo no tenga también consecuencias para el exportador. Al encarecerse artificialmente sus productos en el mercado estadounidense, el productor europeo pierde competitividad, ve reducida su cuota de mercado y, en consecuencia, se ve forzado a recortar su producción o a buscar mercados alternativos. El daño, por tanto, es mutuo. De ahí que las reacciones políticas no se hayan hecho esperar: los líderes europeos, junto con el nuevo primer ministro de Canadá, han anunciado represalias arancelarias con el objetivo de maximizar el daño a EEUU y minimizar el perjuicio para sus respectivas economías. Pero Trump les ha advertido que si optan por esa estrategia, él subirá mucho más los aranceles.
Éste es el problema de las guerras comerciales: que todos pierden. Si cada bloque económico responde a los aranceles del otro con nuevos aranceles, el comercio global implosiona. Y cuando el comercio se contrae, lo hacen también la producción, el empleo, la innovación y el bienestar de los consumidores.
El proteccionismo ha sido una de las señas de identidad de la política económica de Trump
Por eso, la respuesta inteligente por parte de la Unión Europea y de Canadá no debería ser escalar el conflicto. En vez de responder con más aranceles a la política equivocada de Trump, lo sensato sería, por un lado, intentar negociar un acuerdo que beneficie tanto a los ciudadanos europeos como a los estadounidenses. Un acuerdo que permita evitar que estos aranceles entren o se mantengan en vigor.
Y, a su vez, deberíamos adoptar medidas internas que contrarresten el shock negativo provocado por los aranceles de EE.UU. ¿Cómo? Mediante la liberalización de nuestros propios mercados. Si Europa quiere mitigar el daño de la guerra comercial, debe abrirse más, no encerrarse en sí misma. Eso implica dos cosas: primero, eliminar las barreras internas que obstaculizan el libre comercio dentro de la UE, y segundo, firmar acuerdos comerciales con otros países y bloques económicos para redirigir el comercio perdido con EEUU hacia nuevas geografías.
Es más, ambas estrategias —la negociación con EEUU y la liberalización económica interna y externa— no son solo compatibles, sino que pueden complementarse. Y es que muchas de las demandas que el gobierno estadounidense ha planteado a la Unión Europea tienen que ver precisamente con un exceso de intervencionismo por parte de Bruselas. Demandas que, si se atienden, beneficiarían no solo a Estados Unidos, sino también a los propios ciudadanos europeos. Veamos algunos ejemplos concretos.
Deberíamos adoptar medidas internas que contrarresten el shock negativo provocado por los aranceles de EE.UU
En primer lugar, en el sector automovilístico. La Unión Europea ha venido gravando con un 10% las importaciones de automóviles estadounidenses. La propuesta debería consistir en eliminar nuestros aranceles sobre sus automóviles para que ellos eliminen los suyos sobre los nuestros.
En segundo lugar, los "impuestos digitales". La Unión Europea ha aprobado tributos que penalizan específicamente a las grandes tecnologías estadounidenses, no por su actividad económica real, sino por su nacionalidad y volumen de ingresos. EEUU lleva tiempo reclamando su eliminación. Con razón. Hagámoslo.
Tercero, las barreras no arancelarias. Europa impone en muchos productos requisitos regulatorios y técnicos tan gravosos que en la práctica dificultan enormemente el acceso de productos estadounidenses a su mercado. En lugar de armonizar o reconocer mutuamente los estándares regulatorios con EEUU, Bruselas los impone de manera unilateral. Esto no solo dificulta el comercio, sino que reduce la variedad de bienes disponibles y encarece los costes para los consumidores europeos. ¿No sería más sensato aceptar como válidos los estándares regulatorios estadounidenses (y que ellos acepten los nuestros) siempre que cumplan con criterios razonables de calidad y seguridad? De esa manera, las mercancías que respeten esos estándares dentro de EEUU, también harán lo propio dentro de la UE.
En lugar de armonizar o reconocer mutuamente los estándares regulatorios con EEUU, Bruselas los impone de manera unilateral
Y en cuarto lugar, las licitaciones públicas. Si una empresa estadounidense presenta la mejor oferta para construir una infraestructura o prestar un servicio en Europa, no debería ser discriminada por su origen frente a otras propuestas "nacionales". El contribuyente europeo se beneficiará si puede acceder al mejor servicio al menor coste posible, sin favoritismos ni sesgos nacionalistas.
Todas estas medidas son razonables, viables y deseables. Nos beneficiarían, incluso, aunque no logremos que Trump retire sus aranceles. Pero si, además, contribuyen a suavizar su postura, mejor aún.
Ahora bien, todo esto pone de manifiesto la enorme hipocresía de nuestras élites políticas. Cuando es EE.UU. quien impone barreras comerciales, Europa se escandaliza. Y con razón. Pero cuando es la propia UE quien mantiene aranceles, trabas regulatorias y discriminaciones contra terceros, entonces calla.
Por eso, la mejor respuesta no es un choque de trenes arancelarios, sino intentar encarrilar nuestras relaciones comerciales. Aprovechemos esta coyuntura para reformar de una vez por todas nuestro enfoque comercial. Abrámonos más al mundo. Demos ejemplo. Y si con ello logramos también desactivar el proteccionismo de Trump, tanto mejor. Pero incluso si no lo conseguimos, habremos hecho lo correcto. Porque el libre comercio, la competencia y la apertura no solo son herramientas de negociación: son pilares esenciales de una economía próspera, dinámica y al servicio del consumidor. Y esa, no otra, debería ser nuestra prioridad.
Los aranceles impuestos por el gobierno de Donald Trump contra la Unión Europea ya han comenzado a entrar en vigor. Esta semana se ha aprobado un gravamen del 25% sobre todas las importaciones de automóviles, incluyendo, por supuesto, las exportaciones europeas hacia Estados Unidos. Pero esto es solo el comienzo: si no se revierte radicalmente la situación, prácticamente todos los bienes exportados desde Europa a EEUU pasarán a estar sujetos a ese mismo arancel del 25% durante los próximos días.