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¿Liberales pro-Trump?
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Juan Ramón Rallo

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¿Liberales pro-Trump?

El saldo neto de las medidas económicas de Trump es, hasta el momento, necesariamente negativo: no sólo por sus obras, sino por un discurso liberticida

Foto: Donald Trump. (EC Diseño)
Donald Trump. (EC Diseño)
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La campaña electoral de Donald Trump para su segundo mandato giró alrededor de varias ideas que les resultaron atractivas a muchos liberales: intensa desregulación de la economía, recorte masivo del gasto público, bajada contundente de impuestos y saneamiento del endeudamiento público. Algo así como una aplicación a EEUU del plan de choque de Javier Milei para Argentina (una vinculación que, además, se reforzaba por las alabanzas públicas de Trump, y sobre todo de su asesor áulico Elon Musk, a Javier Milei).

Es verdad que, también durante la campaña, Trump también abogó por fuertes subidas arancelarias, pero, tomando como referencia su primer mandato, podía parecer que la sangre tampoco fuera a llegar al río durante este segundo mandato. A su vez, a poco que uno conociera la situación financiero-fiscal de los EEUU, resultaba igualmente bastante claro que muchas de sus promesas no eran en absoluto realizables (como esa fantasmada de eliminar por entero el IRPF gracias a la recaudación arancelaria) pero, de nuevo, las líneas maestras de su programa económico iban bien orientadas. Uniendo todo lo anterior a su oposición frontal a la legislación sobre discriminación “positiva” o contra el adoctrinamiento ideológico desde las instituciones públicas y medios de comunicación encamados con el poder político, puede llegar a entenderse que a muchos liberales Trump les pareciera una opción interesante en estas últimas presidenciales.

De hecho, los primeros días de presidencia de Trump no fueron negativos: su batería de órdenes ejecutivas contenía un amplio catálogo amplio de desregulaciones que parecían un digno aperitivo a lo que estaba por llegar (sobre todo con un DOGE que acababa de arrancar y que mostraba los colmillos contra el despilfarro público y la diarrea regulatoria). Pero, superados los 100 días de mandato, el saldo neto ha sido en su mayor parte decepcionante (es verdad que aún estamos en los inicios de su presidencia, de modo que todavía hay margen para que la cosa cambie a mejor… o a peor). Las razones de esta decepción no son otras que la reversión de los mismos principios bajo los que él mismo prometió guiar su política económica.

Primero, no hay ningún recorte neto del gasto público. El nivel de desembolsos federales a estas alturas del año supera al que había el año pasado por estas mismas fechas. Hoy por hoy, pues, el gobierno federal no está gastando menos que cuando gobernaba Biden. Acaso pueda alegarse que con Biden el gasto aún sería mayor de lo que es ahora, pero el caso es que sube, no baja. De hecho, la propuesta de presupuestos para el próximo ejercicio fiscal que acaba de formular Trump ni siquiera contiene un apreciable recorte del gasto federal discrecional: al disparar un 13% el gasto en Defensa, la tijera en el resto de ministerios no se deja notar de un modo significativo (es más, cuando se añada a ese gasto discrecional la parte del león del gasto público, el obligatorio en forma de pensiones o transferencias sanitarias, es harto probable que lo que veamos sean incrementos del gasto público federal en el ejercicio fiscal 2025-2026).

Foto: El presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell. (EFE / EPA / WILL OLIVER).

Segundo, la falta de progresos notables en materia de austeridad del gasto supone que el margen financiero para bajar los impuestos —una de las principales promesas electorales de Trump— sea limitado. Acaso por ello, el republicano acaba de defender un leve incremento (pero incremento) en el tipo marginal máximo del IRPF desde el 37% al 39,6% para ingresos superiores a 2,5 millones de dólares anuales. Es decir, que Trump no solo es incapaz de eliminar el IRPF merced a los ingresos adicionales procedentes de los aranceles (tal como prometió en campaña electoral) sino que esos ingresos arancelarios ni siquiera le sirven para bajar el IRPF a unos ciudadanos sin subírselo a otros. Y desde luego los habrá que disculpen a Trump afirmando que un incremento de 2,6 puntos porcentuales en el IRPF solo para las rentas más altas no es una subida tributaria demasiado relevante: pero es que, no lo olvidemos, los propios aranceles suponen un brutal incremento de impuestos que recae sobremanera sobre las clases medias y bajas.

A este último respecto, por cierto, el gobierno de Trump también acaba de destapar todas sus cartas: el acuerdo comercial con Reino Unido ha puesto de manifiesto que los republicanos no usan los aranceles para negociar una liberalización comercial bilateral, sino para volverse más proteccionistas de lo que eran. El propio secretario del Comercio estadounidense, Howard Lutnick, ha compartido sus estimaciones: el arancel promedio de EEUU contra Reino Unido aumenta del 3,5% al 10% y el de Reino Unido contra EEUU baja del 5,1% al 1,8%. Vamos, que Trump ha negociado una rebaja fiscal para los británicos a cambio de un incremento tributario para los estadounidenses.

Foto: El presidente de EEUU, Doland Trump, y el presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell. (Reuters/Carlos Barria)

Y tercero, la agenda desregulatoria, que es en la que el gobierno de Trump podría haber ejercido una mayor influencia positiva, se ha paralizado durante los últimos meses. El DOGE, que debería haberse concentrado en detectar desregulaciones redundantes o contraproducentes (tal como hace Federico Sturzenegger en el Ministerio de Desregulación de Argentina) está congelado, quizá por haberse enfocado demasiado en el recorte de gastos públicos en lugar de en el recorte de regulaciones dañinas. Ojalá las cosas terminen cambiando en este apartado durante los próximos trimestres: a diferencia de en el apartado fiscal-comercial o en el apartado del gasto público, todavía albergo alguna esperanza de que puedan verse progresos en esta materia.

Sin embargo, y como decía, el saldo neto de las medidas económicas de Trump es, hasta el momento, necesariamente negativo: no solo por sus obras, sino por un discurso liberticida que contribuye a envenenar a la sociedad (como que el comercio es un juego de suma cero y que aquel que compra necesariamente pierde). Si bien podía resultar comprensible que muchos liberales se sintieran moderadamente ilusionados con la victoria de Trump a tenor de su discurso en campaña electoral, es del todo inexplicable que todavía haya liberales embelesados con una presidencia opuesta a muchos de los principios que habían venido defendiendo, en retrospectiva con una sospechosa coherencia, hasta ahora.

La campaña electoral de Donald Trump para su segundo mandato giró alrededor de varias ideas que les resultaron atractivas a muchos liberales: intensa desregulación de la economía, recorte masivo del gasto público, bajada contundente de impuestos y saneamiento del endeudamiento público. Algo así como una aplicación a EEUU del plan de choque de Javier Milei para Argentina (una vinculación que, además, se reforzaba por las alabanzas públicas de Trump, y sobre todo de su asesor áulico Elon Musk, a Javier Milei).

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