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El enorme coste de aumentar el gasto en Defensa
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Juan Ramón Rallo

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El enorme coste de aumentar el gasto en Defensa

El ciudadano español debe hacerse esta pregunta: ¿está dispuesto a pagar 1.250 euros más al año para ganar autonomía geopolítica frente a Estados Unidos y el resto del mundo?

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Durante décadas, Europa ha vivido bajo el manto protector de Estados Unidos. Washington asumía una porción muy significativa de su presupuesto en gasto militar mientras los países europeos, cómodamente instalados en el Estado del Bienestar, se beneficiaban de ese paraguas sin asumir apenas costes. En el seno de la OTAN, la cláusula de defensa mutua garantizaba que cualquier agresión contra un país europeo sería respondida por el músculo militar estadounidense. Por tanto, muchos países como España, podían centrarse en cebar sus gastos "sociales" desatendiendo el coste de defenderse.

Pero esa dependencia militar no ha salido gratis: nos ha obligado a renunciar a cualquier autonomía geopolítica. Europa (o España) no cuenta militarmente, porque ha decidido no contar. Ha delegado su seguridad y, con ella, su soberanía estratégica. A escala internacional, se hace lo que ordena Estados Unidos porque es Estados Unidos quien dispone de la capacidad militar para imponer su voluntad. Y los países europeos, lejos de plantar cara a esa dinámica, la han aceptado de buen grado. El pacto tácito ha sido claro: "Tú te encargas del gasto en defensa, y yo renuncio a la política exterior independiente". El problema es que cuando Estados Unidos no coincide con los intereses europeos, Europa se encuentra desnuda y maniatada.

El caso de Ucrania es un buen ejemplo. Las negociaciones de paz entre Rusia y Ucrania están siendo pilotadas por Washington y Moscú, con la posible incorporación de China como tercero en discordia. Ni Ucrania —el país agredido— ni Europa —el bloque más cercano al conflicto— tienen presencia relevante en la mesa. ¿Por qué? Porque carecen de poder militar propio, y sin fuerza no hay influencia. Europa es hoy un actor irrelevante en la geopolítica global precisamente por haber abandonado su defensa en manos ajenas.

En este contexto, EEUU desea rebajar algo su factura militar descargando parte de sus gastos en sus tradicionales aliados. Por imposición de Trump, el debate ya no es si toca gastar más en defensa, sino cuánto más. Tan es así que, en los últimos meses, se ha planteado con insistencia la necesidad de alcanzar el 3% del PIB en gasto militar a corto plazo, y del 5% del PIB a medio plazo. Ahora bien, si así fuera, ¿de dónde puede salir todo ese dinero?

Foto: Sánchez con el presidente esloveno, Robert Golob. (Europa Press)

Actualmente, el gasto medio en defensa de la UE ronda el 1,3% del PIB. En el caso de España, ni siquiera llega a esa cifra. Si se pretende elevarlo hasta el 5% del PIB, eso implica un aumento del gasto equivalente a 3,5-4 puntos del PIB. Para España, esto significaría desembolsar más de 60.000 millones de euros adicionales cada año. No se trata de un gasto extraordinario, puntual o de emergencia. Hablamos de un desembolso estructural y recurrente que debería mantenerse durante décadas. ¿Cómo financiarlo? Pues las opciones se reducen básicamente a tres.

Primero: inflación. El Banco Central Europeo podría elevar su objetivo de inflación desde el actual 2% hasta el 3% o incluso el 4%. Una inflación estructuralmente más alta permitiría licuar, al menos parcialmente, la deuda pública con la que se financiera este incremento del gasto militar. Pero esta vía implica parasitar los ahorros líquidos de los ciudadanos europeos: reducir el poder adquisitivo del dinero para que el Estado pueda sufragar su nueva ambición armamentística. Se trata, en esencia, de un impuesto encubierto sobre la riqueza líquida.

Foto: Cuarta edición de la feria Feindef. (Sergio Beleña)
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Segundo: recortes del gasto público. Reducir otras partidas presupuestarias por valor de 3,5 o 4 puntos del PIB sería la vía más ortodoxa. Pero también la más improbable. Los Estados europeos han demostrado ser genéticamente alérgicos al recorte del gasto social (el propio Pedro Sánchez ha colocado el grito en el cielo contra el incremento del gasto militar, arguyendo que ello socavaría el Estado de Bienestar español). Además, la Unión Europea está promoviendo actualmente una mayor inversión pública en sectores como la transición energética o la digitalización (recordemos el Informe Dragho). Todo indica, pues, que el gasto europeo no se va a redistribuir hacia la defensa, sino que se adicionará a los ya enormes niveles de gastos actuales.

Tercero: subidas de impuestos. Es la vía extractiva más transparente... y también la más visiblemente dolorosa. En España, por ejemplo, esos 60.000 millones de euros extra en gasto militar equivalen a la mitad de todo lo que se recauda anualmente por IRPF. Para cubrirlos íntegramente con ese impuesto, habría que elevar el tipo medio efectivo del 15% al 22-23%, lo que implicaría importantes subidas no solo en los tipos marginales más altos, sino también en los tramos intermedios y bajos. ¿Alternativa? Aumentar el IVA. Pero aquí el golpe sería aún más directo. El tipo medio efectivo del IVA ronda hoy el 14%. Para recaudar 60.000 millones más, habría que elevarlo hasta el 24%. Eso exigiría no solo subir el tipo general —que hoy es del 21%—, sino también eliminar exenciones y bonificaciones. Educación, sanidad, servicios financieros... todo pasaría a estar gravado y no precisamente al tipo superreducido.

Foto: Lanzador de misiles Spike sobre Vamtac. Brigada Paracaidista en Eslovaquia. (Juanjo Fernández)

El ciudadano español debe, por tanto, hacerse esta pregunta: ¿está dispuesto a pagar 1.250 euros más al año —por persona— para ganar autonomía geopolítica frente a Estados Unidos y el resto del mundo? ¿Está dispuesto a soportar una inflación crónica más elevada, o una combinación letal de inflación e impuestos para financiar un rearme que llega con décadas de retraso?

Lo que parece claro es que la era del "protectorado gratuito" ha terminado. Con Trump, Estados Unidos está dejando claro que su compromiso con la defensa europea ya no es incondicional. Y eso obliga a Europa a elegir: o sigue siendo un actor irrelevante en la arena internacional (que tampoco tiene por qué ser mala opción) o empieza a pagar un precio desorbitado por tener voz propia en el ámbito global.

Durante décadas, Europa ha vivido bajo el manto protector de Estados Unidos. Washington asumía una porción muy significativa de su presupuesto en gasto militar mientras los países europeos, cómodamente instalados en el Estado del Bienestar, se beneficiaban de ese paraguas sin asumir apenas costes. En el seno de la OTAN, la cláusula de defensa mutua garantizaba que cualquier agresión contra un país europeo sería respondida por el músculo militar estadounidense. Por tanto, muchos países como España, podían centrarse en cebar sus gastos "sociales" desatendiendo el coste de defenderse.

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