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Laissez faire
Por
Por qué el adoctrinamiento fiscal fracasará con los jóvenes
Cuantos más recursos estatales vaya absorbiendo el sistema de pensiones, más maltratados fiscalmente serán los jóvenes (más impuestos y menos prestaciones públicas)
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Todo Estado descansa sobre la servidumbre voluntaria de la mayoría de los ciudadanos. Cuando el grueso de la población rechaza la legitimidad social de la autoridad política del Estado, tarde o temprano ese orden político terminará viniéndose abajo y siendo reemplazado por otro. De ahí que todo Estado deba cuidarse muy mucho de mantener a su población adoctrinada, esto es, ideológicamente leal y sumisa a su autoridad política.
El Estado moderno utiliza muy diversos canales para inocular su doctrina estatista a los ciudadanos: desde los medios de comunicación públicos (o privados regados con publicidad institucional) a la educación pública (o privada regulada por el Estado), pasando por su progresiva absorción de funciones tradicionalmente desempeñadas por la sociedad (familia, barrio, iglesia, mutualidad, etc.) para volvernos dependientes de sus dádivas. De esa manera, nos domestica y consigue que aceptemos el cautiverio que nos impone: que, por ejemplo, transijamos a la hora de entregarle la mitad de todos los ingresos que generamos, o bien porque eso es “lo justo” o bien porque “en el fondo salimos ganando”.
La perpetuación de semejante cosmovisión cultural es absolutamente crucial para que el Estado pueda mantener o acrecentar sus asfixiantes niveles de injerencia coactiva sobre la sociedad. Sin esa aceptación tácita del intervencionismo estatal, pronto este comenzaría a resquebrajarse. El Estado —su élite gobernante— lo sabe y durante los últimos años cree haber detectado un creciente desafecto hacia su parasitismo fiscal entre los más jóvenes. El Ministerio de Hacienda lo atribuye a la influencia de los influencers de derechas, mucho más predominantes en ciertas redes sociales que los de izquierdas, y que han conseguido instalar una retórica antifiscal que está calando entre muchos jóvenes, a saber, que “los impuestos son un robo”. Las propias experiencias vitales de muchos de esos influencers, emigrando hacia otras jurisdicciones (como Andorra) en busca de un refugio fiscal, habrían reforzado la contundencia de este mensaje entre esas generaciones.
Por ello, desde el Ministerio de Hacienda se han propuesto una labor de contrapropaganda: dar cursillos en las escuelas e institutos de toda España para generar “conciencia fiscal” entre niños y adolescentes. Si están perdiendo una guerra cultural, tendrán que potenciar su propaganda ideológica para equilibrar el tablero.
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Ocurre, sin embargo, que la expansiva percepción entre los jóvenes de que “los impuestos son un robo” no deriva exclusivamente de una victoria del antiestatismo cultural frente al estatismo cultural en el plano ideológico, sino de unas condiciones materiales en lo tributario que resultan fuertemente desventajosas para los más jóvenes. De entrada, si comparamos el saldo fiscal neto de los hogares en función del tramo de edad, veremos que, en promedio, los hogares cuyo cabeza de familia tiene menos de 65 años son contribuyentes netos al sistema (al hogar entre 17 y 30 años se le arrebatan el 14,6% de sus ingresos una vez descontado lo que recibe, en dinero y en especie, del Estado; al hogar entre 30 y 40 años, el 18,7%), lo que significa que, al menos como promedio y durante esa franja de edad, están siendo netamente expoliados por el Estado.
Y esto último no es una arbitraria percepción subjetiva que pueda alterarse con suficiente dosis de adoctrinamiento: es una cruda y objetiva realidad material. El adoctrinamiento podrá contribuir a ocultar o a resignificar esa realidad material, pero desde luego no a alterarla. Podrá, por ejemplo, persuadir a los hogares de que ser contribuyentes netos a los 30 o a los 40 años no es tan malo porque luego, a los 70 u 80, pasarán a ser beneficiarios netos del sistema (gracias a las pensiones públicas). Pero lo que no podrá cambiar es el efecto que hoy por hoy tiene el sistema fiscal sobre los hogares de 30 o 40 años: sustrae más ingresos de los que redistribuye en su favor.
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No solo eso, muchos de esos hogares jóvenes, o de personas jóvenes que ni siquiera han llegado a emanciparse y que no han conformado sus propios hogares, están viendo mermadas sus opciones vitales como consecuencia de unos altos y crecientes precios de la vivienda que socavan su capacidad de ahorro y construcción patrimonial. Y dejando de lado que muchas veces los caseros que se benefician o de los altos alquileres o de los elevados precios de compraventa son los propios hogares de mayor edad (de modo que la inequidad en la redistribución estatal de la renta todavía resulta más exagerada), lo que están observando muchos de esos jóvenes es cómo el tan incensado Estado de Bienestar les está fallando de modo estrepitoso en sus promesas. Si la justificación última del pago de impuestos es que, aunque la factura tributaria sea muy abultada, terminará valiendo la pena porque “el Estado nos protegerá” frente a las adversidades económicas, pero lo que está ocurriendo es que ese mismo Estado ultraparasitario se despreocupa por entero de la principal adversidad económica que están padeciendo año tras año los jóvenes, ¿cómo pretenden que muchos de estos no lleguen a la conclusión de que el Estado de Bienestar no les compensa –“me quita mucho y me da muy poco”- y que, por tanto, les está robando?
En suma, los cursos de concienciación fiscal del Estado están muy probablemente condenados a fracasar. No solo porque sea un formato de persuasión ideológica incapaz de competir con el de los influencers de presencia masiva en redes sociales (que, hoy por hoy, siguen abrazando un discurso contrario al expolio fiscal), sino porque la raíz material del desafecto de los jóvenes hacia el mal llamado Estado de Bienestar no se va a corregir, sino acaso a exacerbar durante las próximas décadas: cuantos más recursos estatales vaya absorbiendo el sistema de pensiones, más maltratados fiscalmente serán los jóvenes (más impuestos y menos prestaciones públicas). Y frente a esa realidad objetiva que se combina con unas condiciones de vida declinantes, me temo —y celebro— que de poco servirán los funcionariales cursillos escolares.
Todo Estado descansa sobre la servidumbre voluntaria de la mayoría de los ciudadanos. Cuando el grueso de la población rechaza la legitimidad social de la autoridad política del Estado, tarde o temprano ese orden político terminará viniéndose abajo y siendo reemplazado por otro. De ahí que todo Estado deba cuidarse muy mucho de mantener a su población adoctrinada, esto es, ideológicamente leal y sumisa a su autoridad política.