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¿Refundar qué?
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Antonio España

Monetae Mutatione

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¿Refundar qué?

Supongamos que trabajan en una empresa privada y que sus jefes les encargan a ustedes y compañeros suyos la resolución de un problema, bastante complejo, sí,

Supongamos que trabajan en una empresa privada y que sus jefes les encargan a ustedes y compañeros suyos la resolución de un problema, bastante complejo, sí, pero que forma parte de sus responsabilidades. Supongamos además que llevan más de tres años enredados con esa tarea y después de 26 reuniones (¡!) no están ni próximos a haber resuelto la cuestión. Siendo suaves, podríamos decir que tamaña ineficacia es, como mínimo, para hacérselo mirar, ¿cierto? ¿Cuántas reuniones creen que hubieran aguantado sus jefes antes de prescindir de sus servicios?

Pues bien, ¿llevan ustedes la cuenta de cuántas cumbres, reuniones y saraos varios llevan los líderes políticos de Europa desde que arrancó la crisis? ¿Se han dado cuenta de que por más que se sientan a debatir propuestas para arreglar el mundo y elaborar solemnes declaraciones, la cosa no sólo no mejora sino que parece que incluso estamos cada vez peor? ¿Cuánto más durará la excusa de echarle la culpa a los mercados? ¿Cuántas reuniones más hacen falta para sacarnos de la crisis?

Se lo voy a decir, infinitas. Mientras sigan empeñados en medidas intervencionistas, vamos a experimentar el mismo nivel de eficacia al que nos tienen acostumbrados. No hay solución estatal a la crisis. Y si salimos, que no me cabe duda de que  terminaremos saliendo, será gracias al esfuerzo individual y a pesar a los obstáculos gubernamentales.

La fatal arrogancia de pretender refundar Europa

Desde la quiebra de Lehman Brothers en septiembre de 2008 y la famosa cumbre de noviembre de ese año en Washington, aquella que Sarkozy se echó a los hombros para refundar nada más y nada menos que el capitalismo (sic), se han celebrado precisamente 26 reuniones, según cifra la agencia EFE del coste de cada reunión, mejor ni hablamos.

Si valoramos el resultado de aquella “refundación” y sus secuelas, podremos decir que en el mejor de los casos han entorpecido la natural resolución de la crisis y, en el peor, han profundizado y agravado la misma, traspasándola al sector financiero primero, al de la deuda pública después y luego, y sin solución de continuidad, a la misma moneda.

A consecuencia de lo cual y sin darse por aludidos, este pasado fin de semana la sección europea de aquel elenco, incluyendo a su cabecilla —con permiso de Angela MerkelNicolas Sarkozy, pretendían refundar el euro, cuando no la mismísima Europa. Como si la existencia de Europa estuviera ligada a la utilización de un sistema monetario fiduciario determinado y sostenido por un diseño institucional concreto en lugar de ser, como la definió Ortega y Gasset «un ámbito social unitario, sin fronteras absolutas ni discontinuidades, porque nunca ha faltado ese fondo o tesoro de “vigencias colectivas” —convicciones comunes y tablas de valores».

No sé a ustedes, pero a mí me llama poderosamente la atención que suelten eso de la refundación y se queden tan panchos. Más aún, no alcanzo a entender por qué la primera vez que alguien dijo tamaña tontería —que sólo un político profesional es capaz de decir sin sonrojarse— no se oyó una carcajada a escala planetaria. Bueno, sí que lo entiendo: no fue así porque el tema no es para reír sino más bien para echarse a temblar.

Porque esto de refundar una institución como la del dinero, es como si se hubieran puesto de acuerdo para “la refundación del lenguaje”, “la refundación del derecho” o, peor aún, para “la refundación de la moral”. Todas ellas instituciones netamente humanas pero sin padre conocido, ya que han surgido espontáneamente a lo largo de periodos muy dilatados de tiempo, fruto de la inteligencia individual, la interacción social y un proceso iterativo —y no pocas veces doloroso— de prueba y error. Y ahora cuatro gatos escogidos  pretenden enmendarlo en una cumbre.

Friedrich A. Hayek ya puso de relieve los errores que cometen los políticos que se arrogan la capacidad intelectual para, en palabras de Jesús Huerta de Soto, «diseñar u organizar, total o parcialmente (…) cualquier área del entramado de interacciones humanas que constituyen el mercado y la sociedad»*.

Adolecen pues de una fatal arrogancia que, en el caso de la refundación del euro, puede hacernos suponer que los políticos europeos se consideran dioses omniscientes con la sabiduría y el poder necesarios para conocer en todo momento y lugar cuál es la política monetaria más adecuada. O lo que es lo mismo, para ser capaces de determinar a cada instante cuál es la cantidad exacta de dinero y crédito que deber haber en circulación en nuestra economía.

La imposibilidad del socialismo aplicada a la política monetaria

Así lo manifestó recientemente el profesor Huerta de Soto en la London School of Economics precisamente en una conferencia en conmemoración de Hayek (texto accesible vía The Cobden Centre). Pues por su indudable actualidad, en el caso de la fallida política monetaria se pone de relieve como en ningún otro una de las aportaciones clave de la Escuela Austriaca de Economía —conjuntamente con la única teoría del ciclo que es capaz de explicar la crisis actual. Me refiero al teorema de la imposibilidad del socialismo, cuyo descubrimiento y demostración debemos a Mises y a Hayek.

De forma muy sintética, lo que el teorema viene a demostrar es que no es posible organizar ningún área de la economía mediante órdenes o mandatos emitidos por un órgano planificador porque éste no dispone de toda la información práctica y relevante para coordinar la sociedad. Y no dispone de la información porque ésta se genera dinámicamente por el libre ejercicio de la función empresarial.

Es decir, somos las personas las que en nuestra actividad diaria, con nuestras decisiones particulares de consumo y ahorro, determinamos los precios, las tasas de interés y los tipos de cambio. Al comprar y vender bienes, contratar un depósito o una hipoteca y elegir las divisas en las que lo hacemos, generamos la información en la que otras personas se basan para tomar sus decisiones que, a su vez, modifican dinámicamente esa información lográndose el efecto de coordinación espontánea.

Cuando los políticos pretenden que sea al revés y ser ellos quienes generen por medio de un órgano de planificación central —como, es el BCE— la información sobre los tipos de interés para disciplinar el comportamiento de "los mercados", lo único que consiguen es cortocircuitar ese libre ejercicio, creando los enormes desajustes que estamos sufriendo y dando al traste con sus propios sueños planificadores.

Y esto es lo que está ocurriendo con (1) un euro como dinero fiduciario artificialmente creado por los políticos europeos, (2) emitido por un banco central como órgano de planificación central del mercado monetario y de crédito, y (3) con toda la panoplia de regulaciones bancarias, incluyendo el nefasto coeficiente de reserva fraccionaria —que hace unos días, por cierto, el BCE redujo a un inédito 1% con escasa repercusión en los medios.

Precisamente por esta causa andan tan desconcertados y dando palos de ciego las autoridades monetarias y políticas de la Unión Europea. Porque por mucho que doten de recursos a sus departamentos de estadística, son incapaces por definición de conocer, seguir y controlar los cambios en la demanda y la oferta de dinero. Y, por lo tanto, nunca, insisto, nunca, tendrán éxito en la tarea de dar con la política monetaria correcta en cada momento. Como dijo Ortega, los esfuerzos inútiles conducen a la melancolía, que es un estado depresión permanente. De depresión económica. Y en esas estamos.

Por eso, la única salida es que en vez de refundar el euro, nuestros políticos obren con humildad y nos devuelvan a los europeos el mejor dinero posible, aquel que nos dimos a lo largo de los siglos de existencia de la vieja Europa sin que ningún político ni planificador nos lo impusiera: el patrón oro.

Si además volvemos al principio básico de eliminar la reserva fraccionaria en los depósitos a la vista, ya no necesitaríamos un prestamista de última instancia ni un planificador que controle la emisión de papel moneda, por lo que podríamos librarnos de los bancos centrales y, como beneficio añadido, nos ahorraríamos los espectáculos que periódicamente nos ofrecen estos líderes (sic) europeos —por no hablar del coste.

(*) Friedrich A. von Hayek, La fatal arrogancia. Los errores del socialismo, Unión Editorial. Cita extraída del prólogo de Jesús Huerta de Soto.

Supongamos que trabajan en una empresa privada y que sus jefes les encargan a ustedes y compañeros suyos la resolución de un problema, bastante complejo, sí, pero que forma parte de sus responsabilidades. Supongamos además que llevan más de tres años enredados con esa tarea y después de 26 reuniones (¡!) no están ni próximos a haber resuelto la cuestión. Siendo suaves, podríamos decir que tamaña ineficacia es, como mínimo, para hacérselo mirar, ¿cierto? ¿Cuántas reuniones creen que hubieran aguantado sus jefes antes de prescindir de sus servicios?