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El mito de la devaluación competitiva
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Antonio España

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El mito de la devaluación competitiva

Supongan por un instante que tienen ustedes una granja de gallinas y que se dedican al respetable negocio de la producción y venta de huevos al

Supongan por un instante que tienen ustedes una granja de gallinas y que se dedican al respetable negocio de la producción y venta de huevos al por mayor. Imaginen además que su país es soberano monetariamente hablando y su gobierno, para combatir la crisis y el desempleo, decide modificar el tipo de cambio y devaluar la moneda. En lo que a ustedes y sus gallinas respecta, ¿creen que tras esta medida sus gallinas, por obra y gracia del BOE, van a ser capaces de poner más huevos al día? Pues bien, de esto quería hablarles hoy, del mito de la devaluación competitiva que algunos nos quieren vender como el atajo definitivo a la solución de la crisis.

Ya sé que en las circunstancias actuales el Gobierno no podría hacer tal cosa al estar sujeto al euro, pero asumamos a efectos dialécticos que fuera posible. Es decir, que en el próximo Consejo de Ministros y por decreto, el Gobierno devaluara la moneda de curso legal en nuestro país con respecto al resto de monedas utilizadas fuera de nuestras fronteras. Para lo cual, claro está, habría que salirse del euro e implantar una moneda de curso legal propia, de ahí el interés de algunos por hacer desaparecer el euro e implantar lo que Hayek denominó un nacionalismo monetario.

¿Cuáles serían las consecuencias de una devaluación competitiva?

Veamos con un ejemplo numérico qué ocurriría si el Gobierno fuera capaz de tomar semejante medida. Si antes de la devaluación tienen 1.000€ en una cartilla en el Banco de la Esquina y se los llevan a la sucursal en Frankfurt del Banco Alemán, ustedes terminarían teniendo allí 1.000€ menos las comisiones. Pero si lo hicieran justo después de que el Gobierno devaluara la moneda nacional, la cantidad que recibirían en el Banco Alemán ya no sería de 1.000€ sino menor, por ejemplo, de 750€ al cambio menos las comisiones.

Fíjense en lo malvado, casi abyecto, del asunto. Tras la devaluación y por un mero acto administrativo aprobado en un Consejo de Ministros, sus políticos les habrían sustraído a ustedes la cuarta parte de sus ahorros. Es obvio, pues, que la primera y más inmediata consecuencia de una devaluación es un súbito empobrecimiento de la población, al menos de la parte de la población que tenga algo ahorrado.

Estaría bien que a los que defienden el abandono del euro, como Krugman y sus seguidores en España, les preguntaran por qué la devaluación competitiva es buena para el país. Si lo hicieran, seguramente les responderían que ésta les permitiría ser más competitivos, exportar más y, por lo tanto, generar empleo. ¿Quién puede negar que eso sea positivo?

La devaluación competitiva genera empleo, sí pero…

Permítanme que vuelva a las gallinas de nuevo: ¿creen que la devaluación cambiaría en algo su capacidad productiva? ¿Mejoraría automáticamente la decisión del Gobierno el equipamiento de su granja? ¿Perfeccionaría el método de producción? ¿Reduciría el personal necesario para funcionar? En efecto, si sus gallinas antes ponían 200 huevos al año, ahora seguirían poniendo la misma cantidad. La política monetaria no mejora la estructura interna de la oferta salvo que queramos atribuirle al Estado la capacidad de obrar milagros, algo que por cierto, sí hizo Keynes.

No puede negarse, no obstante, que la devaluación sí tiene impacto en la demanda exterior por la bajada de los precios relativos. Así, si antes vendía a los franceses la docena a un euro, tras la devaluación los distribuidores de aquel país podrían comprarles la misma docena con menos euros. Con lo cual, sería más competitivo y exportaría más huevos. A fin de cuentas, crecimiento, que es lo que queremos, ¿verdad?

Por lo tanto, venderían más y probablemente necesitarían contratar más personal. Pero además, dado que los salarios de sus trabajadores tardarían algo más en ajustarse al aumento de precios internos que conlleva la devaluación, es posible que durante ese tiempo les saliera más rentable contratar mano de obra que hacer funcionar las máquinas para recoger los huevos. Eso es así porque la energía, los repuestos y, no digamos, las máquinas nuevas para sustituir las viejas las tendrían que importar y, por tanto, les saldrían también más caras.

Es más, podemos conceder que también se generaría empleo indirecto, dado que, por ejemplo, se encarecería el pienso que ustedes importaban de los países del Este de Europa y ahora comprarían a productores nacionales.

… sólo temporalmente y, además, menos productivo

Esto es lo que se ve, como diría Bastiat*, pero deben fijarse también en lo que no se ve. Como comentaba ayer Patrick Barron (Mises Daily, 28/5/2012) es evidente que la devaluación genera empleo en los sectores exportadores, pero pocos se fijan en qué ocurre en los sectores importadores, donde ocurre justo el efecto contrario. Además, y en todo caso, como ya expliqué citando a Mises en un artículo reciente sobre Grecia, la ventaja que les confiere respecto a los productores de otros países es temporal y dura lo que dura el ajuste de la economía al nuevo tipo de cambio (Monetae Mutatione, 21/2/2012).

Porque, ¿qué ocurre con los insumos necesarios para operar y que hasta el momento compraban a terceros países? Que les saldrían más caros al nuevo tipo de cambio. O lo que es lo mismo, tendrían que vender proporcionalmente más de su producto de lo que tenían que vender antes para pagar el mayor precio de los bienes que necesitan importar. En nuestro ejemplo de las gallinas, deberán vender más huevos que antes para comprar la misma cantidad de pienso, de energía para hacer funcionar la granja, de repuestos para sus máquinas, de gasóleo para el transporte de los huevos, etc.

O bien, tendrían que cambiar a un productor nacional -si existe, que no es siempre el caso- cuyo precio fuera más competitivo frente a la opción de fuera. Pero es posible que el producto local fuera peor -si no, no habría necesidad de importarlo-, por lo que han de tener en cuenta que la producción de sus gallinas podría incluso resentirse y que al final fueran necesarias más gallinas para producir la misma cantidad de huevos. Y eso supone más pienso, más mano de obra, más energía, etc.

Es decir, que a la postre, se verían forzados a subir el precio de sus productos por el doble efecto del encarecimiento de los factores de producción y la menor productividad de estos. A lo que habría que añadir el incremento de los salarios que, tarde o temprano, terminaría ocurriendo causado por la inflación generada por la devaluación. Todo ello presionaría más aún sus costes y les obligaría a subir de nuevo el precio hasta que volvieran a la situación de partida y descubrieran que la supuesta ventaja comparativa se ha esfumado. Pero no se ha esfumado, es que era falsa.

En realidad nunca existió tal ventaja. La devaluación les ha hecho más competitivos inicialmente pero era un espejismo temporal. Lo dramático del asunto es que terminarían con el mismo nivel de precios relativos pero necesitando una cantidad proporcionalmente mayor de factores de producción. Es decir, si se reduce el paro es a costa de hacer el trabajo menos productivo aún de lo que ya es en nuestro país. ¿Y después qué? ¿Pedimos otra devaluación competitiva?

Luego la devaluación competitiva genera empleo por un tiempo, sí, pero en el camino siempre nos dejamos algunas plumas.

* Frédéric Bastiat, Obras escogidas. Unión Editorial. El texto de Lo que se ve y lo que no se ve puede leerse aquí

Supongan por un instante que tienen ustedes una granja de gallinas y que se dedican al respetable negocio de la producción y venta de huevos al por mayor. Imaginen además que su país es soberano monetariamente hablando y su gobierno, para combatir la crisis y el desempleo, decide modificar el tipo de cambio y devaluar la moneda. En lo que a ustedes y sus gallinas respecta, ¿creen que tras esta medida sus gallinas, por obra y gracia del BOE, van a ser capaces de poner más huevos al día? Pues bien, de esto quería hablarles hoy, del mito de la devaluación competitiva que algunos nos quieren vender como el atajo definitivo a la solución de la crisis.