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Guerra de divisas: la Operación Puerto de los bancos centrales
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Antonio España

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Guerra de divisas: la Operación Puerto de los bancos centrales

Seguramente han leído u oído hablar de la denominada Operación Puerto, pues no en vano existe gran expectación mediática por la relevancia de los implicados en

Seguramente han leído u oído hablar de la denominada Operación Puerto, pues no en vano existe gran expectación mediática por la relevancia de los implicados en el mayor escándalo de dopaje deportivo en España -con importantes ramificaciones internacionales-, cuya vista oral se ha iniciado hace pocas semanas. Como sabrán, a los encausados se les acusa de haber montado una red de dopaje que ofrecía a sus clientes, todos ellos deportistas de élite, mejorar artificialmente su rendimiento deportivo. De este modo, mediante la administración de hormonas y medicamentos y la realización de transfusiones de sangre, los deportistas habrían obtenido una ventaja ilícita en sus respectivas disciplinas, distorsionando con estas prácticas los resultados en un buen número de competiciones del más alto nivel.

Pues bien, no existe mucha diferencia entre lo que supuestamente ha venido haciendo a sus clientes la red presuntamente encabezada por Eufemiano Fuentes y las prácticas llevadas a cabo por bancos centrales y Gobiernos a sus respectivos países. Esto es, doparles para inducir a toda costa un crecimiento artificial, poniendo con ello en grave riesgo la salud de sus economías. De algún modo, podría decirse que Ben Bernanke, Mario Draghi, Mervin King, o el recién elegido primer ministro japonés, Shinzo Abe, son los Eufemianos Fuentes de las economías desarrolladas.

En este sentido, destaca el discurso del nuevo jefe de Gobierno nipón, que plantea un “nuevo régimen” de dopaje para su país, que ha sido denominado Abenomics y que está basado en un paquete de estímulo fiscal del 2% del PIB -es decir, transfusiones masivas al sector público- y la imposición al Banco de Japón de una política monetaria expansiva, monetizando la compra de activos con un objetivo de inflación del 2% -es decir, inyecciones de la hormona del crecimiento-.

Como podrán imaginar, estas medidas han sido aplaudidas por los amantes del intervencionismo, del estímulo y de la monetización all over the place, desde el mismo Paul Krugman (The New York Times, "Shinzo and the Helicopters", 18/1/2013),  pasando por Martin Wolf (FT, "The case for helicopter money", 12/2/2013), hasta The Economist, que reclama abiertamente que “en vez de condenar las acciones de EEUU y Japón, el resto del mundo debería elogiarlas -y la Eurozona, además, haría bien en seguir su ejemplo-” (The Economist, "Phoney currency wars", 16/2/2013). Ya se ve que el dopaje tiene más adeptos en el mundo de la economía que en el deporte.

Sin embargo, la actitud del Gobierno japonés ha causado alarma en el resto de gobiernos, hasta el punto que desde hace unas semanas se viene hablando de la posibilidad de que se desate una destructiva guerra de divisas. Cuestión que ha estado sobre la mesa en la reunión de los ministros de finanzas del G20 este fin de semana en Moscú y amenaza que, por supuesto, se han apresurado a conjurar todos ellos (FT, "G20 agrees to avoid currency wars", 18/2/2013). Al menos en público, porque como decía Daniel Lacalle, “el lunes volverán todos a casa intentando devaluar y restringir” (Lleno de energía, "Proteccionismo y devaluación, camino de depresión", 16/2/2013).

Una guerra de divisas se desata cuando los gobiernos se enzarzan en una dinámica de constantes devaluaciones competitivas, en un intento por favorecer el crecimiento de su economía a costa de los demásUna guerra de divisas se desata cuando los Gobiernos se enzarzan en una dinámica de constantes devaluaciones competitivas, en un intento por favorecer el crecimiento de su economía a costa de los demás. Ya les hablé por aquí del mito sobre que este tipo de tácticas proteccionistas supongan un atajo para la recuperación (Monetae Mutatione, "El mito de la devaluación competitiva", 29/5/2012), ya que, como el dopaje, a corto plazo puede constituir una ventaja temporal, pero a medio plazo es contraproducente para el que lo practica.

Además, ¿qué ocurre en un deporte cuando el dopaje es generalizado? Pues con las economías ocurre algo similar: que ni siquiera se obtienen las supuestas ventajas a corto plazo y, sin embargo, los resultados se tornan impredecibles. Ludwig von Mises nos alertó que la generalización de esta, como lo llaman los ingleses, race to the bottom o carrera hacia la nada, puede llevarnos a la mismísima destrucción de los sistemas monetarios de las naciones. Siguiendo la analogía, miren lo que ha hecho el dopaje con el ciclismo, por ejemplo.

Puede que, como a Christine Lagarde, directora gerente del FMI, les parezca pomposo llamar 'guerra' a lo que no es más que una secuencia de decisiones tomadas unilateralmente por los bancos centrales de EEUU, Gran Bretaña, Japón y, en menor medida, la Eurozona, para “estimular” -léase dopar-  sus respectivas economías. Pero tengan en cuenta que el potencial de destrucción económica de una escalada así no difiere con el de una guerra militar convencional.

Es más, muchos sostienen, no sin falta de razón, que las guerras de divisas devienen en conflictos comerciales -imposición de restricciones a la importación, incremento de aranceles, etc.- que no pocas veces terminan en guerras auténticas. No en vano, Bastiat clamaba en contra del proteccionismo diciendo que “si las mercancías no cruzan las fronteras, lo harán los soldados”.

No obstante, como explicaba ayer Kike Vázquez en una de sus siempre recomendables e instructivas 'perlas', parece ser que el objetivo perseguido por estas políticas monetarias no es tanto el de obtener una ventaja competitiva frente a otros países productores, como estimular internamente la demanda y, con ello, lograr el ansiado crecimiento (Las perlas de Kike, "Los falsos 'superpoderes' de la guerra de divisas", 18/2/2013). Es, como si dijéramos, que el objetivo del dopaje no fuera tanto vencer al rival como superar la propia marca -o acelerar la recuperación después de una intensa competición-. Y en gran medida, puede que así sea.

Pero, con independencia de los motivos últimos que llevan a los bancos centrales a intervenir, lo cierto es que las medidas adoptadas por los gobiernos de medio mundo se están plasmando en la expansión monetaria, la reducción artificial de los tipos de interés y la depreciación de sus monedas.  

Las políticas de manipulación del tipo de cambio nos introducen en una espiral de intervencionismo. Como los resultados de la intervención suelen divergir de los objetivos iniciales, inmediatamente se achaca el fracaso a que no se intervino lo suficiente y, casi automáticamente, se procede con una nueva ronda de intervencionesNo pierdan de vista, además, que las políticas de manipulación del tipo de cambio, confesas o no, invariablemente nos introducen en una espiral de intervencionismo. Como los resultados de la intervención suelen divergir de los objetivos iniciales, y la arrogancia de los gobernantes supera cualquier límite, inmediatamente se achaca el fracaso a que no se intervino lo suficiente y, casi automáticamente, se procede con una nueva ronda de intervenciones, igualmente abocadas al fracaso. Como, además, los efectos perversos de la intervención se propagan por toda la economía, el resultado es que cada vez la situación es más y más compleja.

En realidad, nos encontramos ante una etapa más en la sucesión de crisis tras crisis del sistema monetario moderno, basado en dinero fiduciario y sin ningún tipo de anclaje a un bien físico que impida su multiplicación indiscriminada por parte del poder político. Desde que se abandonó el patrón oro, se han ensayado diferentes sistemas monetarios internacionales de tipo más o menos flexible y todos ellos, sin excepción, se han visto abocados al fracaso.

Hasta que no se produzca un cambio fundamental en el propio sistema monetario que nos permita disfrutar de un dinero sólido y no manipulable políticamente, el sistema monetario internacional permanecerá en un estado de fragilidad permanente, siempre en la cuerda floja balanceándose entre la temida deflación y la no menos terrible, hiperinflación.

Y es que, quizás sin dopaje, esas ascensiones a los puertos de montaña en pleno mes de julio serían menos espectaculares pero, seguramente, seguiríamos disfrutando igual, con más confianza y con menos víctimas.

Seguramente han leído u oído hablar de la denominada Operación Puerto, pues no en vano existe gran expectación mediática por la relevancia de los implicados en el mayor escándalo de dopaje deportivo en España -con importantes ramificaciones internacionales-, cuya vista oral se ha iniciado hace pocas semanas. Como sabrán, a los encausados se les acusa de haber montado una red de dopaje que ofrecía a sus clientes, todos ellos deportistas de élite, mejorar artificialmente su rendimiento deportivo. De este modo, mediante la administración de hormonas y medicamentos y la realización de transfusiones de sangre, los deportistas habrían obtenido una ventaja ilícita en sus respectivas disciplinas, distorsionando con estas prácticas los resultados en un buen número de competiciones del más alto nivel.