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Nuevas marcas en el 'mercado' electoral
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Nuevas marcas en el 'mercado' electoral

En un 'mercado' como el electoral, con elevadas barreras de entrada y con una tremenda rivalidad interna, el escano se 'vende' muy caro

Probablemente se acuerden ustedes de cuando estudiaban matemáticas en EGB de dos conceptos que resultaban esenciales para operar con fracciones: se trata del máximo común divisor (m.c.d.) y el mínimo común múltiplo (m.c.m.). Si hacen memoria, el primero se obtenía descomponiendo cada uno de los números objeto de la operación en sus factores primos y tomando el producto de aquellos comunes, elevados a la mínima potencia. Pues bien, al considerar las opciones políticas a las que prestar nuestro voto en unas elecciones –por no decir cuando optamos por involucrarnos más activamente– realizamos un ejercicio similar, valorando los elementos concretos que hay en común entre sus proposiciones y nuestros valores, así como su grado de intensidad.

Piensen en los valores y principios, las visiones de la realidad, los intereses, los proyectos y los objetivos que declaran los dirigentes, militantes, simpatizantes y votantes de cualquier partido. Y traten ahora de individualizar cada uno de estos factores, tomando aquellos que se repiten en todas las personas de ese colectivo, considerando el menor grado de intensidad que tengan en común, y combínenlos. Si realizan este ejercicio mental, obtendrán el equivalente al máximo común divisor de su ideario, algo así como la porción mínima de ADN ideológico que sus integrantes comparten. Siendo esto así, la doctrina política de una formación tenderá necesariamente a ser más vaga y genérica cuanto más numeroso sea el subconjunto de la población que aspire a representar.

Y eso es precisamente lo que ocurre con los dos principales partidos de nuestro país. Desprovean el discurso de sus dirigentes de la retórica y dialéctica propia del teatro de la política española, y comprobarán que, en realidad, no existen tantas diferencias entre el PP y el PSOE. Si se fijan, apenas se limita a una docena los puntos programáticos o ideológicos que resultan verdaderamente discriminantes, es decir, aquellos en los que la posición de uno y otro partido resulta totalmente incompatible. Y en general, además, tienden a ser cuestiones de índole moral, ya que, en lo social y en lo económico, poco se aleja el partido de Mariano Rajoy y Cristóbal Montoro de la socialdemocracia y el keynesianismo imperantes. Especialmente desde que han hecho al PP abandonar algunas de sus posiciones tradicionales –por ejemplo, en impuestos o lucha antiterrorista–.

Podría decirse, pues, que el ‘mercado’ electoral es sensible a lo que los economistas llaman economías de alcance –beneficios derivados de producir bienes complementarios–, característica que explica, en gran medida, que las dos primeras opciones conciten el apoyo del 70-80% de los votantes en las diferentes convocatorias electorales. De algún modo, esta es una de las principales causas de la tendencia hacia el bipartidismo de la mayoría de las democracias occidentales modernas, reforzada por las no menos evidentes economías de escala en lo que a comunicación, propaganda y atención de los medios se refiere para llegar al público masivo.

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Por otro lado, cuanto más específica sea la doctrina política y económica de una formación y cuanto más restrictivamente formulen sus postulados, más complicado resultará hallar ese máximo común divisor que determina su capacidad de aglutinar seguidores y recabar apoyos. Si les sirve la analogía con la que iniciaba el artículo, piensen que es como buscar números que sean divisibles por 2 o por 37, ¿qué les resulta más fácil? Pues bien, esto es lo que ocurre, por ejemplo, con aquellas formaciones políticas que, asentándose sobre el mismo sustrato esencialmente intervencionista que le es común a la mayoría de los partidos en España, añaden un factor específico y diferencial, como ocurre con el nacionalismo llamado moderado.

O como sucede con las opciones de relativo nuevo cuño, como son UPyD de Rosa Díez y Ciudadanos de Albert Rivera, y que, aun compartiendo buena parte del omnipresente igualitarismo redistributivo, buscan diferenciarse doblemente, marcando distancias tanto con las opciones mayoritarias como con el nacionalismo centrífugo. Pero siguen defendiendo, en definitiva, un mero cambio de caras en los sillones del Estado y no tanto una reducción del mismo en favor de la libertad. De ahí su relativo éxito electoral, ya que, en la analogía propuesta del m.c.d., tienden a combinar factores primos que resultan ‘facilones’ (el 2, el 3, el 5, …)

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Es el caso de aquellos otros partidos fuera de la casa común de la socialdemocracia dominante que incorporan en su catálogo ideológico elementos diferenciales más restrictivos en su concreción y en mayor número. Tal es el caso de IU y de otras formaciones abiertamente comunistas que aspiran a formar parte del Parlamento. O, en el lado opuesto al colectivismo atroz de estos partidos, y clamando en el desierto liberal que es nuestro panorama parlamentario presente, el Partido de la Libertad Individual (P-LIB) de Juan Pina, cuyos militantes y seguidores se esfuerzan con denuedo en ‘vender’ en la plaza política española un programa liberal de máximos. Algo tan difícil como encontrar números al azar que sean a la vez múltiplos de 29, 47, 53, 67 y 71.

La cuestión es que, en un mercado como es el electoral, altamente concentrado –en cualquier otro sector del ámbito privado levantaría las sospechas del organismo regulador de la competencia–, con elevadas barreras de entrada, amenazado por claras opciones sustitutivas –abstención, voto en blanco– y con una tremenda rivalidad interna, el escaño se vende muy caro. Por tomar un ejemplo que tenemos cercano en el tiempo y que resulta sencillo de ilustrar por ser los únicos comicios con circunscripción única nacional –donde la relación entre votos y diputados resulta más proporcional–, en las últimas elecciones al Parlamento Europeo el último escaño ‘costó’ cerca de 400.000 votos. Y, excepto en 1989, nunca ha supuesto una cifra menor a 250.000 sufragios.

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Como sabrán, en este mercado electoral ha aparecido un nuevo partido político, VOX, impulsado, por José Antonio Ortega Lara, Santiago Abascal y otras figuras relevantes –que no proceden todas de la política–, a los que se ha unido Alejo Vidal-Quadras. Les propongo que apliquen a esta recién nacida formación el método de escrutinio utilizado más arriba y descubrirán que, más allá de las simplificaciones que lo han catalogado como una mera escisión por la derecha del PP, VOX muestra elementos de gran interés para el análisis. Si echan un vistazo a los ocho puntos de su manifiesto, percibirán elementos casi inéditos al descubrir en su discurso ‘factores primos’ de cariz claramente liberal, al menos sobre el papel (ver sobre todo punto 1 y también 4, 6, 7 y 8).

Lo cierto es que a raíz de la entrada en escena de VOX se ha suscitado un cierto debate en las redes sociales sobre la autenticidad de su autoproclamado liberalismo dado su posicionamiento inequívoco en asuntos de índole moral como su postura pro-vida, su defensa decidida de la Nación española y la apuesta por un modelo que supere el llamado Estado de las Autonomías que alumbró la Constitución del 78. También se ha cuestionado la pureza liberal de VOX por su silencio en cuestiones como la legalización de las drogas, la libertad para la posesión de armas o, por mencionar un tema más afín a este espacio, la abolición de las leyes de curso legal y cierre de los bancos centrales.

Sobre la cuestión del liberalismo, por cierto, permítanme sugerirles el acertado artículo que ha escrito Mario Vargas Llosa en El País este domingo ("Liberales y Liberales", 25/01/2014), en el que da una visión bastante ponderada sobre “la doctrina que más ha contribuido a mejorar la coexistencia social”, de la que José Ortega y Gasset dijera que es “la suprema generosidad” y de la que Ludwig von Mises advirtió ya en 1927, “que no es difícil convencerse de que no ha quedado más que el nombre”, justo como la rosa que da título a la conocida novela de Umberto Ecostat rosa pristina nomine, nomina nuda tenemus–.

Habrá que seguir, en todo caso, la evolución de aquí a junio de todas estas nuevas marcas en el mercado electoral español. Y esperemos que más allá, pues ello nos dará algunas claves sobre la salud democrática del mercado político nacional.

Probablemente se acuerden ustedes de cuando estudiaban matemáticas en EGB de dos conceptos que resultaban esenciales para operar con fracciones: se trata del máximo común divisor (m.c.d.) y el mínimo común múltiplo (m.c.m.). Si hacen memoria, el primero se obtenía descomponiendo cada uno de los números objeto de la operación en sus factores primos y tomando el producto de aquellos comunes, elevados a la mínima potencia. Pues bien, al considerar las opciones políticas a las que prestar nuestro voto en unas elecciones –por no decir cuando optamos por involucrarnos más activamente– realizamos un ejercicio similar, valorando los elementos concretos que hay en común entre sus proposiciones y nuestros valores, así como su grado de intensidad.

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